MI REFUGIO (Mi poema)
Bernardo López García (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo
 

Mi refugio es escribir
¿poesía?
o algo para mi que se le parezca,
consciente
que cada día lo hago peor,
que he perdido la motivación,
la ilusión,
las ganas.
Lo mismo me aplico y leo a María Emilia Cornejo,
la ignota y desgraciada poeta peruana
que echó el telón a su corta estancia a los veintitrés años,
sintiéndose incomprendida
¡qué triste!
por los mismos escritores, los hombres, de su época,
la misma que parió esa frase de:
‘soy la muchacha mala de la historia’.
Y me deprimo.
Que escucho atento el relato,
la otra aventura  de superación imposible de una mujer,
Marta Fernández,
minusválida,
adoptada,
que hoy hace ostentación de padres
y adora a los cuatro,
campeona de natación,
escritora, actriz, cantante,
la reina de la vitalidad
que me viene a recordar cuando yo era yo
y no lo que ahora lamentablemente soy,
e intento subirme por las paredes,
consciente
que ya no me quedan fuerzas
para seguir…
viviendo…
más.

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MI POETA SUGERIDO: Bernardo López García

Bernardo López García

El amor divino

SONETO
La esclavitud en el amor adora,
y la miseria en los altares clama;
la pena llega a Dios, cuando le llama;
el hombre llega a Dios, cuando le implora.

Ya la estatua del mundo vencedora
no es el guerrero que postró a la fama;
es el martirio que a Nerón infama;
es el pecado que en el templo llora.

Los que lloráis… ¡amad…! grande y fecundo
rompe el amor los lazos con que oprimen
el vicio infame y el dolor profundo;

ante su altar esperan los que gimen;
una explosión de amor, dio vida al mundo,
otra después, lo redimió del crimen.

Ruinas

Arcos, templos, columnas seculares
ceniza son no más; en polvo vano,
Sidó reflejo del poder humano,
ve rodar sus sepulcros y sus lares,

de Roma la pagana, los altares
se hacinan sobre el mundo grano a grano;
Venus sin tronco, sin cabeza Jano
coronan sin pudor los muladares.

Los gimnasios, el circo, el ateneo
cayendo van; su túnica divina
cede el genio a la muerte por trofeo;

y el tiempo canta cuando así camina,
al Gran Poder, que puede a su deseo
hacer de la creación una ruina.

Oda al Dos de Mayo

Oigo, patria, tu aflicción,
y escucho el triste concierto
que forman, tocando a muerto,
la campana y el cañón;
sobre tu invicto pendón
miro flotantes pendones,
y oigo alzarse a otras regiones
en estrofas funerarias,
de la iglesia las plegarias,
y del arte las canciones.

Lloras, porque te insultaron
los que su amor te ofrecieron
¡a ti, a quien siempre temieron
porque tu gloria admiraron;
a ti, por quien se inclinaron
los mundos de zona a zona;
a ti, soberbia matrona
que, libre de extraño yugo,
no has tenido más verdugo
que el peso de tu corona!

Doquiera la mente mía
sus alas rápidas lleva,
allí un sepulcro se eleva
contando tu valentía.
Desde la cumbre bravía
que el sol indio tornasola,
hasta el África, que inmola
sus hijos en torpe guerra,
¡no hay un puñado de tierra
sin una tumba española!

Tembló el orbe a tus legiones,
y de la espantada esfera
sujetaron la carrera
las garras de tus leones.
Nadie humilló tus pendones
ni te arrancó la victoria;
pues de tu gigante gloria
no cabe el rayo fecundo,
ni en los ámbitos del mundo,
ni en el libro de la historia.

Siempre en lucha desigual
cantan tu invicta arrogancia,
Sagunto, Cádiz, Numancia,
Zaragoza y San Marcial.
En tu suelo virginal
no arraigan extraños fueros;
porque, indómitos y fieros,
saben hacer sus vasallos
frenos para sus caballos
con los cetros extranjeros.

Y aún hubo en la tierra un hombre
que osó profanar tu manto.
¡Espacio falta a mi canto
para maldecir su nombre!
Sin que el recuerdo me asombre,
con ansia abriré la historia;
¡presta luz a mi memoria!
y el mundo y la patria, a coro,
oirán el himno sonoro
de tus recuerdos de gloria.

Aquel genio de ambición
que, en su delirio profundo,
cantando guerra, hizo al mundo
sepulcro de su nación,
hirió al ibero león
ansiando a España regir;
y no llegó a percibir,
ebrio de orgullo y poder,
que no puede esclavo ser,
pueblo que sabe morir.

¡Guerra! clamó ante el altar
el sacerdote con ira;
¡guerra! repitió la lira
con indómito cantar:
¡guerra! gritó al despertar
el pueblo que al mundo aterra;
y cuando en hispana tierra
pasos extraños se oyeron,
hasta las tumbas se abrieron
gritando: ¡Venganza y guerra!

La virgen, con patrio ardor,
ansiosa salta del lecho;
el niño bebe en su pecho
odio a muerte al invasor;
la madre mata su amor,
y, cuando calmado está,
grita al hijo que se va:
¡Pues que la patria lo quiere,
lánzate al combate, y muere:
tu madre te vengará!

Y suenan patrias canciones
cantando santos deberes;
y van roncas las mujeres
empujando los cañones;
al pie de libres pendones
el grito de patria zumba
y el rudo cañón retumba,
y el vil invasor se aterra,
y al suelo le falta tierra
para cubrir tanta tumba!

¡Mártires de la lealtad,
que del honor al arrullo
fuisteis de la patria orgullo
y honra de la humanidad,
¡en la tumba descansad!
que el valiente pueblo ibero
jura con rostro altanero
que, hasta que España sucumba,
no pisará vuestra tumba
la planta del extranjero!

Libertad

ODA
Sagrada libertad; a tus altares
llega el cantor; su fatigada frente
tímida no ambiciona
el sagrado laurel resplandeciente
que del genio feliz la sien corona:
a ti van mis cantares
siguiendo su destino
como rueda el torrente hacia los mares:
pues fiel a ti, sin que el poder me asombre,
bendigo a Dios al bendecir tu nombre.
Sagrada libertad, tuyo es mi canto;
feliz mi pensamiento, te adoraba
aun antes de nacer; que el alma mía
libre ya se llamaba
cuando del cielo al mundo descendía:
llegué a la tierra, al borde de mi cuna
tronó el cañón; la sangre de tus hijos
desde la guerra salpicó mi frente;
y al despotismo fiero
levantarse hacia ti, como la nube
se levanta hacia Dios, y arrebatado
lloré, porque aprendí trémulo al verte
en medio de la guerra,
que tu amor en la tierra
se paga con sepulcros a la muerte.
Hombre después, los anhelantes ojos
volví al pasado, y te miré dormida
de la nada en el seno,
esperando el momento de la vida.
Te vi elevarte al SEA,
padre de la creación; te vi con brío
revolverte en la idea
que llenaba de mundos el vacío;
te vi con raudo vuelo
cruzar los montes, agitar los mares,
cabalgar en los soles,
que rodaban hirvientes por el cielo;
te vi sobre la ola
levantarte y flotar, besar la nube,
y en raudo torbellino
cruzar por el espacio,
do la creación al tiempo aparecía,
dejando con amor santo y fecundo,
un beso en cada mundo
que del aliento del Creador nacía.
Después abrí la historia; vi a los siglos
cuan inmensos gigantes,
dejar sus tumbas, agitar sus mantos
y volver a la vida; ante mis ojos
libres aparecieron
las mil generaciones
que las olas del tiempo sumergieron;
vi razas y ciudades
aparecer, pasar; miré al pecado
sobre el trono del mundo, y a los hombres
sin conciencia de Dios, y escuché el grito
del ángel que lloraba,
al ver con duelo eterno
fija en la frente de la raza esclava
la sombra del infierno.
Volví a mirar, y con dolor y espanto
vi a la nube crecer, rugir el viento
al soplo de la cólera divina;
miré alzarse la ola en son de guerra
sobre el borde del mar; la vi lanzarse
con la muerte en el seno
rugiendo de furor sobre la tierra:
vi la última figura
sobre el último monte maldiciendo;
y el agua se elevaba
en remolinos rápidos hirviendo,
y al fin llegó; con cántico profundo
se extendió en el vacío;
a los ojos del sol se borró el mundo,
y aún la muerte buscaba,
y aún el terrible mar, ronco y bravío
por cima de los montes se empujaba.
Y vi después en el espacio errante
al silencio vagar; miré a las sombras
irse extendiendo en pabellón flotante;
vi la luna cual lámpara sombría,
dejar vagos reflejos
sobre los velos de la noche umbría,
y a su rayo de luz descolorido
miré al ángel llorando,
y al supremo Jehová triste mirando
el cadáver del mundo sumergido.
Después la luz del día
trémula apareció; nave valiente
agitaba su vela
sobre el Ponto magnífico y rugiente;
el árbol de la vida
volaba allí llevando la esperanza
sobre el mástil tendida;
y allí te vi flotar sobre las olas,
como una aparición de dulce nombre
que llevaba en su vuelo
la bendición del cielo
al nuevo mundo que esperaba al hombre.
Volvió a nacer la historia; vi a los pueblos
sin conciencia de sí; razas feroces
sobre la faz del mundo se empujaban;
el grito de la guerra
ocupaba el espacio; un mar de sangre
levantaba su faz sobre la tierra;
la barca funeral del despotismo,
agobiada de crímenes, flotaba
sobre el sangriento mar; el sacerdote
con la frente sombría,
en la sangre inocente
empapaba su manto; torpe y fría,
la plebe ante sus pies se prosternaba
sin comprender en su delirio ciego
aquella religión hija del fuego
que en sangre como el tigre se bañaba.
Vi al esclavo infeliz dejar la cuna,
y con frente serena
tender al viento las impuras manos
buscando una cadena;
lo vi sin pensamiento
agitarse y temblar al pie del trono
del iracundo déspota al aliento,
y comprendí sin calma
ante aquel cuadro de dolor y guerra,
que el esclavo es la tumba de su alma,
y el negro despotismo
la maldición de Dios sobre la tierra.
Y percibí tu acento
¡Hijos!… diciendo con amor doliente…
y vi al mundo agitado
seguir en su cadena indiferente
al duro pie del despotismo atado:
y la guerra seguía;
y las razas impuras atizaban
el fuego vil que sobre el ara ardía;
y pueblos y naciones
rodaban entre lágrimas y llanto:
las tumbas se apiñaban;
la muerte y el espanto
sobre el mundo sangriento cabalgaban;
y nadie a tus acentos respondía,
ni escuchaba la voz de tu cariño,
porque era el mundo niño,
y a su madre infeliz no conocía…
Y vinieron más siglos; en las tumbas
en ceniza quedaron
las míseras naciones; de tu lumbre
los rayos reflejaron
en la frente del hombre; alzó los ojos,
y con ardiente anhelo
al fin te divisó radiante y pura,
brindando al mundo con tu amor un cielo.
Y rodaron coronas
de libertad al sacrosanto grito;
y el déspota iracundo
por el Señor maldito
alzó sobre tu altar su brazo fiero,
sin comprender en su brutal violencia
que para herir tu nombre
es necesario arrebatar al hombre
en pedazos del alma la conciencia.
Mas tu nombre brilló; Grecia gigante,
lo fijó en su bandera; al Ganges frío
y al Nilo turbulento
llegó tu luz sagrada; el sacerdote
dejó el hacha terrible
sobre el impuro altar, y oyó espantado
los ayes que brotaban
al herirse los mundos que chocaban.
Y se alzaron los déspotas sombríos
otra vez contra ti; tu aliento puro
se refugió llorando
en el mundo del arte
que en las alas del genio se iba alzando,
y hasta allí el despotismo
llegó con el puñal; pero fue en vano;
que el brazo de Dios mismo
se lo arrancó sangriento de la mano.
Aquel tu mundo fue; tu lumbre pura
dio brillo a las creaciones
del artista inmortal; bañó los muros
del alto Partenón; tiñó en su lumbre
la frente del poeta
que cantaba los cielos y los mares,
osando arrebatar con mano inquieta
el fuego criminal de los altares.
A tu divino aliento
la roca endurecida
calló sobre los pórticos de Atenas,
guardando un pensamiento;
el genio alzó sus alas:
Píndaro hirió el laúd; agitó Apeles
su mágico pincel; Fidias divino
envolvió sus creaciones
en montes de laureles,
y Homero arrebatado
por el hirviente carro de la gloria
a tu carro magnífico enlazado,
cantó libre y profundo
con el arpa de Dios trovas al mundo.
Después Grecia cayó; blanca paloma,
tu genio peregrino
llevó el arma del arte
a los muros magníficos de Roma;
tu nombre se fijó en el estandarte
del pueblo Rey; al rayo de tu frente
dilató sus banderas,
imponiendo su ley a las esferas.
Y vinieron más reyes;
y la guerra extendió su brazo impío
por montes y por mares;
creció en el trono el despotismo frío
arrancando las hojas de tus leyes;
vi grupos de tiranos
estremecer(21) la tierra
al ronco son de guerra;
vi al pueblo rey crecer sobre las tumbas
de los pueblos vencidos; lo vi grande
soñar tras sus victorias,
más esclavos, más tronos y más glorias;
y en vano te busqué: despedazada
por las ruedas veloces
del carro de los déspotas, apenas
respondiste a mis voces
con el doliente son de tus cadenas.
……….
¡Cuántos, sagrada libertad, murieron
víctimas de tu amor; cuántos sepulcros
a tus plantas se abrieron!…
Por ti el héroe espartano
asombra al persa al levantar su tumba
por muro entre la patria y el tirano.
Por ti con arrogancia
en ceniza y en humo se convierten
los hijos de Numancia.
Por ti eleva Sagunto sus hogueras
hasta el trono del sol, dando en su gloria
orgullo a las esferas,
mártires al Señor, luz a la historia.
Por ti trémulo Bruto
levanta sobre el trono del guerrero
la muerte en el puñal; por ti valiente
el indómito ibero,
en el cántabro mar sepulta impío
de Roma la gigante el poderío.
Por ti el mártir cristiano
del circo en la ancha arena
bendice a Dios, entre el rumor salvaje
del tigre y de la hiena.
Por ti ruedan los Gracos
al pie del Capitolio; por ti nacen
para eterno blasón de las naciones,
Pompeyos y Espartacos,
Pelayos, Viriatos y Catones:
y por ti con amor cuan grande fuerte
Jesús desciende, se transforma en hombre,
y con sangre divina escribe un nombre
en el libro terrible de la muerte.
……….
¿Y ha de ser siempre así? ¿Será el martirio
la corona del libre? ¿Acaso el mundo
es el hacha terrible de la idea?
¿No es bastante la cruz, para que el río
que entre espumas de sangre va profundo
al insondable mar, ceda en su brío?
¿Será acaso la negra tiranía
el fruto de la tierra? ¿Será en vano
ese rojo Océano
que devora un sepulcro cada día?
No: lo dice Jesús; de polo a polo,
la humanidad entera
debe ser sobre el mundo un hombre solo.
¿Lo escuchasteis, tiranos?…
Lo manda Dios; el cetro de la tierra
por momentos se escapa a vuestras manos.
En vano las cadenas
apretáis con furor; el pensamiento
rebosa en el espacio; él está escrito
en el seno profundo de los mares;
en el sol, en el viento,
en la cruz, en la tumba, en los altares.
Él ocupa la gloria
bajo el manto del mártir; reverbera
en el libro gigante de la historia:
él flota en la bandera
del libre porvenir; llena el vacío,
y se dilata con pujante vuelo,
desde el hombre hasta Dios, del mundo al cielo.
Es la nube gigante
que recibió en sus alas
el llanto funeral de las naciones,
y que al romper su seno
levantará las olas poderosas
de cien y de otras cien revoluciones;
es la luz, es el aura, es el ambiente,
es el eco de Dios, que doquier zumba,
levantando clemente,
nuevo Lázaro, el mundo de su tumba.
…………
Pasad, pasad; en vano
lucháis sobre el sepulcro; de la arena
en breve rodará el último grano,
y llegará ese día,
que el bueno espera, y que os arranca asombros,
en que todos los libres a porfía
al levantarse a Dios, del mundo en hombros,
dirán llorando: «A ti te lo debemos;
bendito siempre tu poder profundo;
libre, sin guerra ni ambición el mundo,
por pedestal, Señor, te lo ofrecemos.»

¡Stabat mater!

I
¡Pobre Madre! está llorando
al pie del santo madero;
el pueblo murmura fiero,
por la montaña girando,
y la luz muere en la sombra; y el nublado se agiganta,
y la creación llora y canta
con voz que aturde y asombra.
¡Pobre Madre!… ante los sones
de sus dolientes afanes,
alzan truenos y volcanes
sus más terribles canciones.
Y el ángel llora… y se arredra,
rugen los mares inquietos,
y se alzan los esqueletos
sobre sus tumbas de piedra.
Porque es tan hondo el pesar
de la Madre del amor,
que llora el mismo dolor
al contemplarla llorar!

II
Ella vio al hijo nacer
su esperanza realizando;
ella le durmió cantando
las endechas del placer,
ella, con ansia divina
dejó sus plácidos lares;
cruzó de Judá los mares,
las cumbres de Palestina;
y siempre del Hijo en pos
le siguió amante y serena,
¡como sigue el alma buena
la sombra santa de Dios!…
Hoy… pobre Madre… lo mira
sobre el Gólgota sangriento,
suspiros lanzando al viento
que en torno del árbol gira.
Lo mira triste, llorando
por el pueblo su asesino;
oye su acento divino
¡perdón!… ¡perdón!… murmurando.
Ve sus sienes desgarradas
por las espinas crueles;
ve marcados los cordeles
en sus manos venerandas:
y si oye de su ansia en pos,
del pueblo el acento fijo,
ve… ¡que le matan al Hijo
por el crimen de ser Dios!…

III
Pura… mística azucena
del desierto de la vida;
lámpara siempre encendida
para templar nuestra pena:
¡celeste y eterno lirio
por los ángeles cuidado;
puro clavel perfumado
con la esencia del martirio!…
Yo vengo, Madre, a besar
las estrellas de tu manto:
vengo a regar con mi llanto
los mármoles del altar:
yo padezco a tu dolor;
lloro al mirar tu agonía;
yo tengo por ti, María,
rico manantial de amor.
……………
Del relámpago a la luz
que la tormenta anunciaba,
yo vi a Dios que vacilaba
bajo el peso de la cruz.
Lo vi triste ante el desdén
del pueblo vil y asesino;
lo vi con llanto divino
llorar por Jerusalén.
Vi su cabeza sangrienta
tocar en la dura roca;
vi un insulto en cada boca,
y en cada grupo una afrenta.
Y al verte a su lado ir
dije con llanto de amor:
¡pobre Madre del dolor,
cuánto deberá sufrir…!

IV
Pueblo… con llanto profundo
ve a contemplar su agonía;
hoy es la fecha, es el día
de la redención del mundo.
Do quiera se oye el concierto
de la más honda tristeza;
hasta la naturaleza
parece que toca a muerto.
El templo, todo es dolor;
negra el ara, poca luz;
sobre el sacro altar, la Cruz
sosteniendo al Redentor.
Al pie de la Cruz, María…
cerca, el sacerdote implora;
allá en las tinieblas, llora
el órgano una armonía.
De las campanas el son
no se mezcla en el lamento,
por no turbar en el viento
los ecos de la oración;
y la luz que ante el altar,
mal a la sombra resiste,
está tan triste… tan triste,
que no se atreve a alumbrar…!
Todo es llanto, y es dolor;
mujeres, niños, ancianos,
venid, venid de las manos
a llorar al Redentor…!
Venid ante el que se inmola
por calmar vuestra alegría;
venid a ver a María
que está sollozando, y sola…!
Llegad de vuestros hogares
con ofrenda a sus dolores;
dejad los campos sin flores
para adornar sus altares,
y no deis al corazón
hoy consuelo a su quebranto,
porque será vuestro llanto
la segunda Redención…!

El día de difuntos

CANTO
I
Silencio… las campanas…
¡Ay del hombre mortal! ¡ay del doliente!
de la noche en el seno
sin pena dormirá sueño tirano,
y su entusiasmo ardiente,
como lienzo fecundo
que borra el tiempo con impura mano,
se borrará del mundo…
¡Ah! en el solemne día
en que los muertos abren sus ciudades
vacila la razón: ¡sombras humanas!
¡ilusión del placer! ¡santo delirio
de un amor inmortal…! ¡glorias del arte!
volad lejos de aquí… todo termina
al borde del sepulcro; loco empeño
formará de la vida la quimera,
por dejar una flor, una siquiera,
sobre la leve realidad de un sueño.
Mentira es el placer; mentira el fuerte
alto destino de la gloria humana; 20
mentira la ilusión; ¡verdad la muerte!…
…………..
¡Torpe dolor!… ¡estéril amargura!
¿por qué prensar al corazón que llora
del hombre la continua desventura?
Sorda la tierra al ruego,
mata la forma; despedaza fiera
la belleza del mundo sin sosiego:
agentes de su cólera indomable
son las materias que en tropel inmundo
la cruzan por do quier; su boca impura,
las tumbas nobles, míseras o extrañas,
que amenazando al ánima oprimida,
esperan los escombros de la vida
para nutrir con ellos sus entrañas:
el labio delicado;
la azul pupila inquieta;
el pecho de la hermosa, altar sagrado
donde ofició el amor; la del poeta
libre cabeza que con noble anhelo
sintió latir la inspiración gloriosa,
y se alzó poderosa,
Colón del arte a descubrir el cielo,
todo termina aquí. La madre tierra,
¡ay! es la sola madre
sin entrañas de amor; en vano un día
la cubrirá la primavera ufana
de flores y armonía;
en vano sus verdores
dará a los prados, a las huertas frutos,
purísimos colores
al pálido rosal; en vano, en vano,
dará gentil rumor a la corriente
y aroma y luz al céfiro liviano:
al pie de esa belleza,
vive la destrucción. Sordo usurero,
la tierra mata si a vivir empieza;
asienta en los despojos
su esfuerzo colosal; traga, devora,
y cuando altiva en su poder se engríe,
hipócrita y traidora,
¡con jugo de sus víctimas sonríe!…
Y la muerte también… ¿Quién ha parado
su carrera triunfal? Sobre ruinas
la ve el presente y la miró el pasado,
el inútil dolor no la contiene;
atleta destructor, fiel mensajero
con porte a las orillas del profundo,
continuamente se retira o viene,
secos sus ojos al dolor del mundo…
En lucha con la vida
trabaja sin cesar; el universo
es su circo gigante; espectadores
de sus rudas hazañas,
los que esperan morir: ¡madres! ¡hermanos!
no busquéis la piedad en sus entrañas,
ni tendáis a sus huesos vuestras manos;
esqueleto fatal, forma sin vida,
no escucha vuestra mísera tarea;
y si llora la madre al hijo bueno,
arrancando el cadáver de su seno,
el charco de sus lágrimas vadea…!

II
Mas, ¿por qué ese dolor? En otros días,
cuando el viento oreaba
la sangre de Jesús; cuando el Calvario
recordando divinas agonías
bajo la sombra de la Cruz temblaba,
yo vi al circo romano,
arcada colosal, timbre del arte,
vacilar en su altiva pesadumbre
al peso impuro del furor pagano:
miré a la muchedumbre
ebria de sangre; percibí en la altura
bajo el arco del César, al soberbio
Pontífice y señor, símbolo vivo
de aquel pueblo sin fe; lo vi arrogante
sobre varas de lictores altivo
despreciar a las turbas, y opulento
tender el cetro que aun el orbe doma,
sobre el circo sangriento
de la materia altar, templo de Roma,
patíbulo brutal del pensamiento.
Vi a la señal terrible
la arena retemblar; miré la puerta
moverse, vacilar, girar incierta,
y percibí espantado
la bárbara armonía
que en el espacio ardiente se enlazaba,
del tigre que a las turbas saludaba,
y del pueblo que al tigre respondía.
Y… allí, sola, en el seno
de la plebe romana;
alta la frente, el corazón sereno;
la túnica cristiana
sobre el hombro robusto, y en los brazos
la imagen de Jesús, noble y tranquila,
miré a la Fe: su santa cabellera
flotaba el aire vagorosa y pura
cual si el ala del ángel la moviera;
asidos a su blanca vestidura
los mártires cristianos,
¡Salem! gritaban en pujante coro,
esperando el dulcísimo tesoro
con la oliva de amor entre las manos:
y las turbas hirvientes
cantaban y rugían;
y Nerón, ostentando la corona
de PONTÍFICE y DIOS, la alta cabeza
levantaba en el circo; y vacilaba
la columnata ruda
del vasto coliseo
al continuo aplaudir; y en tanto humilde,
excitando del pueblo el ansia fiera,
la Virgen del Señor se arrodillaba,
se enclavaba en la cruz con alma entera,
y su pecho divino,
que la fiera mordía,
palpitaba de amor, moviendo el lino
que sus formas castísimas cubría…
¡Cuadro consolador! ¡lienzo sublime!
Detén, fantasma impío
de la duda fatal tu voz potente:
ya el espíritu gime
con tranquilo dolor, y el alma inquieta,
rompiendo la terrena vestidura,
se alza a Jesús con incansable vuelo;
desgarra la materia, al dolor doma,
y arrollando a Palmira y a Sodoma,
torna a Jerusalén, remonta el cielo.
La fe vuelve a lucir; su luz me ayuda.
¡Vírgenes del Señor…! ¡santos atletas,
columnas de la Cruz…! ¡dulces cantores…
indómitos profetas
cuyos plectros de oro
templó en sus manos Dios…! ¡legisladores
que disteis vuestras leyes
al pueblo ungido que cruzó el desierto
nutriendo con ilotas y con Reyes
la estirpe de David…! ¡Arpas sonoras
de Daniel e Isaías…!
¡Mártires sobrehumanos
que hicisteis, agitando las enseñas
de destinos fecundos,
rodar los muros, palpitar las peñas,
temblar las aras y oscilar los mundos…!
¡sustentar ya mi fe!… ¡Que yo la mire
romper en las conciencias
de la duda los bárbaros altares,
y asentar en fortísimos pilares
la santa catedral de las creencias!
¡que mi espíritu ciego
en claridad gloriosa se ilumine!
¡Que vacile la sombra al claro fuego,
timbre de la verdad! ¡Que monte y río
deponga su grandeza
del amor al inmenso poderío!
¡Que la luz inmortal deje su rayo
sobre la niebla inerte!
¡Que la divina idea
domine al universo! ¡Que la muerte,
Tabor glorioso de los hombres sea!

III
¿Qué es la materia ya? Con fe y sin pena
la destrucción admiro;
pasto seré de su brutal faena,
¡y por morir suspiro…!
Ni espigas ni colores
nutrirá con mi fe; de mi amor santo,
no brotarán ni líquenes ni flores.
Altivo en mi poder, ya la contemplo
romper la forma con augusta calma;
¡el sepulcro, es el templo
de donde nace el alma…!
¿Y la muerte, qué es ya? ¡Madre amorosa,
arca de libertad; fiel peregrino
de la Canaán dichosa,
donde la vid purísima, cargada
de racimos de amor, mece su tallo
de Dios enamorada;
mensajero del bien; pórtico augusto
de la eterna región; titán sombrío
de atlético poder, que audaz vadea
el piélago insondable
que hay entre Dios y el hombre; dulce aurora
de paz y de alegría;
límite del dolor que nos devora;
mañana del saber; puerta del día!
…………..
Pequeño el mundo, dilatado el cielo,
infinito el amor que tras la tumba
sube al Eterno con potente vuelo,
la muerte no es verdad; en otras horas
sus fúnebres regiones
decoraba el dolor; la negra duda
cruzaba sin piedad los panteones,
y con falaz violencia
las lágrimas del mundo
rebosando sin dique en la conciencia,
ocultaban a Dios. Mas desde el día
en que la cruz triunfal, sobre los hombros
de la colina agreste alzó sus brazos
por montes y por mares,
trasformando en pirámides(22) de escombros
los ídolos de Roma y sus altares,
el dolor tiene fin; la tumba es foco
de claridad divina: Dios al yugo
de la muerte cedió; sufrió su imperio,
la aceptó por verdugo;
mas al alzarse del Eterno y Fuerte
sobre el cadáver santo,
para consuelo del amor y el llanto,
¡enclavada en la Cruz murió la muerte…!

IV
Dejad que las campanas
repitan su canción: ¡niños, ancianos,
huérfanos sin hogar, madres dolientes,
que del dolor en las terribles sañas
con lágrimas sin fin lloráis al hijo
que tuvo por altar vuestras entrañas…
¡empezad la oración!… ¡ese sonoro
rumor triste de bronce; esa armonía,
forma sentida del mundano lloro;
ese gemido que el espacio llena
y a Dios el eco que los mundos lanza,
no es acento de duda o de rencores,
que si llora en su voz nuestros dolores,
acompaña también nuestra esperanza…!

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Autor

Donaciano Bueno Diez
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