Mataban los vivos, lloraban los muertos. los altos, los bajos, grandes o pequeños, los que allí pasaban con ojos risueños, que nada importaban si ciegos o tuertos,...
Al borde el sendero al cielo raso he venido a vivir como un okupa y he sentido la gloria del parnaso a solas con la luna y con su lupa, a nadie haciendo caso.
El que escribe, Donaciano,
como el labriego en Castilla
va esparciendo la semilla
a voleo con la mano.
Lo mismo que hace el cristiano
que a Dios no ha visto y le reza
y espera de su grandeza
que llegado el mes de abril
le riegue con aguas mil
la madre naturaleza.