Yo creo en la bondad del ser humano, mas ¿qué digo creer?, mejor, creía, la culpa es de un sujeto, de un rumano que el móvil me ha arrancado de la mano en tanto que noticias yo leía.
Que los pobres son carne de cañón aquí nadie lo duda, cual calvo debe al pelo su aflicción, el débil tiene fe en la religión, el gordo la esperanza la ve cruda pues debe de engordar sin remisión.
Al lado de la acera está la orilla, que siempre anda mirando allí al que pasa, así que, algunas veces, sea escasa se muestre adormecida en la mirilla que al firme le repasa.
La luz resplandeciente fundía el acetato de un sueño que pacato mostraba su alma ausente, dudando si paciente trazaba el fiel retrato de un halo inexistente o un flato de alegato.
Hablo hoy de ti, de mí, de lo que pasa, del día en que tú y yo nos conocimos, de aquellas experiencias que vivimos, del fuego que abrasó y que ya no abrasa, los besos que
¡Qué pena! Hoy esta voz está de luto, no tiene ya vocablos. Su gangrena no pudo resistir, murió de pena y aún le quieren robar el usufructo en urna que es obscena.
El que escribe, Donaciano,
como el labriego en Castilla
va esparciendo la semilla
a voleo con la mano.
Lo mismo que hace el cristiano
que a Dios no ha visto y le reza
y espera de su grandeza
que llegado el mes de abril
le riegue con aguas mil
la madre naturaleza.