La calle no es de nadie, que es de todos, -ser libre es circular por las aceras-, no existen ni fronteras ni alambreras tratando como hermanos a los codos.
Yo he sido un soñador que ha trabajado haciéndole al amor un buen servicio, no dejando al azar ningún resquicio y alguna vez habiendo naufragado llegando al precipicio.
A cuestas con la muerte, siempre a solas, cansado ya de tanto caminar, se ha sentado en la arena frente al mar observando el susurro de las olas y ha puesto a divagar.
Conozco una tierra, llena de tristeza y un barco sin velas, presto a naufragar, y un viejo sin alma, que gime y que reza y un ciego sin ojos de tanto llorar.
Te fuiste sin rezar ¡qué mal cristiano! No tienes corazón, nunca tuviste amor a la ciudad donde naciste, ni asiste de la mano a algún hermano, que a nadie bendeciste.
Si el hombre al fin cayera ya en la cuenta que el lloro no remedia sus problemas le haría un buen vacío a tantas flemas buscando algún postor para su venta.
Que campos yo he visto llenos de tristeza, de sueños sedientos que al cielo bramaban, a huraños rastrojos que a dios suplicaban reclame a la lluvia no tenga pereza.
El que escribe, Donaciano,
como el labriego en Castilla
va esparciendo la semilla
a voleo con la mano.
Lo mismo que hace el cristiano
que a Dios no ha visto y le reza
y espera de su grandeza
que llegado el mes de abril
le riegue con aguas mil
la madre naturaleza.