Yo nunca fui a Madrid, me dijo un día un tipo valenciano entrado ya en edad, un hombre anciano, que al ver que en un asiento yo leía me vino a dar la mano.
Caía la nieve, lenta, suavemente, encima el tejado, sobre las iglesias, los huertos humildes y los cementerios, caía sin ruido, volando indolente, cual ser que es cautivo de sus anestesias...
Suponga que es usted un tarambana, sin fuerza voluntad, por consiguiente, un tipo al que le puede la galbana, despierta, va y se asoma a la ventana y ve que está nublado y se resiente.
Los toros no me gustan, lo confieso, ¿matar para comer? me causa pena, la flor cuando marchita es mi condena e incluso cuando miro y veo a un preso el alma se me encoge, a mi me apena.
A todos. A los que día a día son concebidos y nacen (excluyo a los que no llegan a buen término), los que vienen con un pan ya bajo el brazo y los que únicamente arrastran la miseria; los que
Nosotros, los de pueblo, que nacimos al fin de que acabara ya una guerra. Tuvimos que amarrarnos a la tierra, tan tristes esos tiempos que vivimos escasos de soñar, sin una perra.
¿Qué le pasa a este mundo, quién lo sabe? ¿enfermo, no está enfermo, está muy sano? ¿es joven, se resiente o ya es anciano? ¿los hombres son culpables de que acabe? Yo en esto soy profano.
Ese día en que yo quise ser libro mirando estaba absorto aquel estante con ojos del que mira alguna amante. Fue tanta la emoción que hoy no calibro el tiempo de aquel hecho tan vibrante.
Un tiempo hubo en que todo era bonito, silbaban desde el cielo ruiseñores, el arte en cotejar era bendito, guardar fidelidad un requisito y obras eran amores.
Cuando pasen los años ya verás que la vida se escapa entre las manos, que los sueños se quedan ya lejanos y es que entonces quizás lamentarás tu ignorancia al juzgar a los ancianos.
Con la mochila al hombro voy caminando poco, poquito a poco, muy despacito por la vereda angosta, no sé hasta cuando vivo mirando al cielo que es infinito.
María fue mi novia, la quería, después vino otra más y la siguiente, a todas las juraba yo, inocente, que un día hasta el altar las llevaría con un beso en la frente.
Un grillo se ha incrustado en mi mollera no para de gritar, ¡maldito grillo!, le trae a mal traer a mi sesera. No puede razonar como cualquiera por culpa su estribillo.
La vida sigue igual. Eso es mentira. Que el arte de vivir mucho ha cambiado. No tiene parangón. Que es otra tira de un cómic que elucubra y que delira al ver lo del pasado en qué ha quedado.
Era una mañana de noviembre silenciosa y fría, al sol del oriente abrí mi ventana, el viento traía perfume de rosa temprana, -salvia, espliego, mejorana- en besos de melancolía.
El que escribe, Donaciano,
como el labriego en Castilla
va esparciendo la semilla
a voleo con la mano.
Lo mismo que hace el cristiano
que a Dios no ha visto y le reza
y espera de su grandeza
que llegado el mes de abril
le riegue con aguas mil
la madre naturaleza.