Las tormentas son los votos
de castidad de la amante
que da un paso hacia adelante
entre llantos y alborotos.
Son lo mismo que los rotos
que le hacen un descosido,
quisieras no haber salido
por donde entran los escrotos.
No dejes que el mar te engañe
que aunque parezca está en calma
puede que te tuerza el alma
y pronto grite y se ensañe.
Y aparezca un maremoto
sin saber por qué, por nada,
para nublar la jornada
y destruir vuestra foto.
Las cosas parecen fáciles aunque nunca lo sean,
pero voy andando a casa y regreso andando,
hago cuentas estrechas en tanto las horas crecen
y aumentan cada vez los múltiplos del trigo.
Hoy estoy donde estoy y mañana me ausento
y lo que hoy no tengo, mañana lo calculo.
Acaso la madurez era finalmente esto,
este lento abandono y este oro entregado.
de El encargo, Editorial Pre-Textos, 2001
LAS VECES
llámalo resto leño despojo
llámalo náufrago residuo
llámalo padre y madre
niño deshonesto dile traidor
pirata forma en cavidad
-algo has robado algo carnal
algo que no era íntimo-
calco clavo calma calima
dile humo y vapor y gota
titilando encima del cristal
de la caja dile esto ha
quedado hilachas de una
sábana y en la almohada
el trazo donde su cabeza
fue imagen en bajo relieve
de hacia dentro la ausencia
de Las veces, Editorial Pre-Textos
ACASO LAS COSAS SON UN PUENTE
Acaso las cosas son un puente entre lo vivo y lo muerto.
Lo que usamos,
lo que vestimos, llevamos, lo que nos cubre
y adorna, lo que nos sirve acompaña al hombre
hasta el principio del sueño, como un ajuar
para la boda en que no se necesita lecho.
Empiezan las copas a vaciarse, en el vaso
se inicia la sequía, la llave manca comienza
a abrir la puerta de lo breve.
Dies Iræ
El pueblo entero se congregó en su agonía. La vida la pasó guardando secreto muy oscuro.
Sus labios se veían difíciles, hermosos para tomar agua.
No vas a tener otra heredad que la que con tu peso, desalojes.
Pronuncia lo que ocultas.
Pluma y papel preparados, siete testigos expectantes la miran. Ella
mueve la lengua. Se rompe el sello.
La ciudad hállase gris, la magnolia dispuesta.
Cantiga de Miragre
Todos los amaneceres durante siete años, un dulce espectro tomaba
mi forma, mi cadencia y ocupaba el puesto mío, la labor junto al
torno.
Corría yo, con risa, hacia el hortelano y el amarillo crecer de los
guisantes.
Y nunca discerní, entre niebla, dónde era que, en verdad, me sustituye. Si en la campanilla, en los ásperos deberes. O dentro de los
rubios brazos de aquél, mi cuidador de hojas.
El tiempo era el mediodía. Se apareció ante mí el ángel del Señor.
Se presentó bordeando transparentes y pidió quedarse.
Me rogaba pan, azúcar, malta. Consumía la despensa. Le pagué
músicos y retablos. Bebía licor francés. Probó cordero.
Compraba ropajes, se tocaba con oro. Me malgastó la hacienda,
me redujo a pobre.
Por esto, disculparéis que se me haga tan rudo,
entended que de un cielo inmaterial desconfíe.
Siempre lee sola y en un sitio grande.
Pero en una ocasión, y hacia octubre, al ir al patio se notó en compañía. A través, del portal, se le apagó la vela y en el salón la oscuridad era alta.
Un soplo leve le tomó los hombros, le besó la nuca.
Fue abrazo incierto, mas único. Y para no olvidarlo.
El que escribe, Donaciano,
como el labriego en Castilla
va esparciendo la semilla
a voleo con la mano.
Lo mismo que hace el cristiano
que a Dios no ha visto y le reza
y espera de su grandeza
que llegado el mes de abril
le riegue con aguas mil
la madre naturaleza.