A UN CARO AMIGO (Mi poema)
Claudia Lars (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

Para siempre es un amigo
si es auténtico y sincero,
que a dios pongo por testigo.
Y no miento si te digo
yo fui objeto de un te quiero.

De un muñeco revoltoso,
de peluche, un zalamero,
siempre andando haciendo el oso,
tan simpático y gracioso,
que lo pienso y ya me muero.

Un tipejo zascandil,
que abusó de mi paciencia
cual la lluvia hace en abril,
que te moja y es gentil
y hace amable su presencia.

Ese objeto de deseo
que te mira y te derrite,
y no te hace ningún feo.
Con su lindo balbuceo
y está presto y sale al quite.

Mas lo siento, eso es pasado,
aunque miro y aún le veo,
recostado aquí a mi lado.
Juro no me he acostumbrado
pues no soy un fariseo.

Que lo tuve y se me fue
de diciembre en un mal día
sin saber nunca por qué.
Y hoy solamente yo sé
lo mucho que le quería.
©donaciano bueno

MI POETA SUGERIDO: Claudia Lars

Claudia Lars

De «Sonetos del arcángel»:

1. Quiero, para nombrarte, voz tan fina
y tan honda… conciencia de la rosa,
eje del aire, llama melodiosa,
cambiante y desolada voz marina.

Vaivén de arrullo, trémolo a sordina,
rumor que el mundo y el azul rebosa;
arpegio de la escala luminosa
donde el canto de amor sube y se afina.

Para nombrarte debo ser tan clara
como lira perfecta que tocara
mano imposible, de belleza viva.

Y ha de vibrar dulcísimo tu nombre
-verbo del ángel, música del hombre-
en mi delgada lengua sensitiva.

2. ¡Amor, pequeño amor, amor gigante!
Gusanillo de luz y sol de Enero.
Playa de siglos, clima del instante,
ancla fija en el golfo marinero.

Almena sobre rumbos del levante.
Alta señal de guía y de pionero.
Espejo que refleja la distante
línea de lo perfecto y verdadero.

Por ti, devotamente, a toda hora,
alza mi ensueño su celeste llama
y se humilla la carne pecadora.

Para seguir tus huestes he nacido:
¡Símbolo eterno que mi voz proclama,
alado capitán jamás vencido!

3. Amor, eres radiante como el día
y como el agua transparente y puro;
vienes de la más clara lejanía
como un panal de sol, rico y maduro.

Por ti el silencio cambia en armonía
su angustia singular, su anillo oscuro,
y anuncian resplandores del futuro
el vuelo de una azul pajarería.

Y yo, que siento ante la luz la viva
atracción que domina y que cautiva
al mirasol girante y empinado;

busco tu claridad de maravilla
y en lo solar, como una flor sencilla,
define el corazón forma y estado.

4. Se alza mi corazón… rosa de vida,
con musical fragancia y miel de aurora,
y es una dulce y nueva flor cantora
en el rosal eterno suspendida.

Río del ansia copia y enamora
su soledad vibrante y conmovida,
mas para ser tu rosa preferida
es intocada rosa trepadora.

La envuelve lo celeste, sólo sabe
de la pureza que en el aire cabe
y de tu clara y alta perfección.

Y en un tallo invisible se levanta
hasta la suave curva de tu planta
la rosa de mi absorto corazón.

5. Nada puede igualarte… ni la estrella
que es ojo y brasa, joya y flor deseada;
ni la flor -ala tímida- clavada
al barro humilde que la forma sella.

Palma de sangre, fugitiva huella,
criatura y ángel, brisa y llamarada;
para tejer tu gracia ilimitada
toda cosa prestó su línea bella.

Porque sé que en lo bello lo divino
guarda el poder de misterioso rayo
que vuelve el lodo humano cristalino;

mi gajo en madurez, mi flor de mayo,
trémulos -en el goce y la dulzura-
han sido ofrenda a la belleza pura.

6. Te elevo sobre el mundo y el ensueño,
¡escultura de luz, de aroma y canto!
Ala impaciente, roce de tu manto,
tácito y puro en vida y en diseño.

Te sostiene mi verso, tan pequeño
-piedra de espuma, base del encanto-
y en vigilias y vórtices de llanto
sierva soy al servicio de mi dueño.

Toda belleza en ti dobla su gracia,
toda gracia precisa sus virtudes,
toda virtud aumenta su eficacia.

Se alza de mi verdad tu nombre fuerte
y en espacio de soles y laúdes
quiebra el ángulo frío de la muerte.

7. Te busca el hombre, terco y confundido,
¡sol que al ojo cobarde ha deslumbrado!
¡dardo de lo infinito que has herido
con punta de virtud mente y costado!

Sosteniendo el valor de su latido,
arrastrando su carne de pecado,
es ala de ansiedad, niño perdido,
queriendo conocer lo adivinado.

Y va, con soledad de espina y hielo,
buscando por el mundo y por el cielo
lo que en milagro le será ofrecido.

Y te vislumbra, intacto y silencioso,
resuelto en torbellinos sin reposo
y entre prismas de lágrimas erguido.

8. ¿Llena tu blanco fuego mi sentido?
¿Hablo de mi camino transparente,
del nombre que me habita, del viviente
a veces escuchado y comprendido?

Crece una luz… su vuelo, su latido
son el poder de la criatura ardiente:
ángel guardián, amigo de mi frente,
memoria de un país que casi olvido.

Celeste donador: sin ti sería
la tierra negro aliento, masa fría,
isla ciega en las noches de su nada.

Ángel: cantemos el fulgor desnudo,
tus alas encendidas y tu escudo
y en mis ojos la tierra iluminada.

De «Donde llegan los pasos»:

Casa sobre tu pecho

Hace diez años, hace cinco años,
un año hace…
A pesar de eso llegaste a tiempo,
aunque un poco tarde.
Christina Georgina Rossetti

1. A medio otoño, casi del olvido
volviendo con la rosa del verano.
El mar del corazón bajo tu mano
y el camino de ayer para el oído.

No es golondrina, no, la que ha venido
al cielo de este cielo cotidiano.
Porque llega del frío más lejano
sabe escoger la tarde de su nido.

Así, con simples nombres de acomodo,
voluntaria de ser, en nuevo modo,
tu sabor y tu clara compañía.

Si recojo praderas en tu casa,
ya presiento la rosa que no pasa
y soy nueva en la rosa todavía.

2. Detrás de las orillas iniciales,
de la agitada soledad de afuera,
un suave octubre, de caricia entera,
y una isla dulce, en olas de rosales.

Pues nunca los amores son iguales
este arrimo de amor, a tu manera,
de una lejana y muerta primavera
saca el reino del musgo y los panales.

Recuerda… y recordando… en sabio río
a breve sangre anuda lo infinito,
iluminado y tierno en su desvelo.

Y un poder encendido por tu llama
junta el panal, el musgo y la retama,
para esta casa tuya, entre mi pelo.

3. A ti, todo el poder de mi sentido:
este valle de yerba y de paloma,
mi profunda violeta con su idioma
en los verdes recodos aprendido.

A ti, mi río-fuego, detenido
en un labio sediento, que lo aroma;
mi ágil laurel y el pájaro que asoma
dando el país del aire en su latido.

Toda mi tierra corporal y oscura:
la que acoge, levanta y asegura,
recia en la entraña y en el tacto fina.

No ha de quedar a piel de amor el goce,
porque ya tu mirada reconoce
tierra adentro, la luz de cada espina.

4. Tu casa tiene un nombre de tristeza:
un leve nombre de ceniza y frío.
Toca el fértil azul del nombre mío
y es noche oculta en que tu voz tropieza.

Antes fue claro y vivo, con riqueza
de fácil nardo y de inicial estío;
iba copiando cielos como un río
y en él, para mi amor, tu amor empieza.

Yo recojo ese nombre de la muerte
y lo acerco a los dos, sin que despierte,
mientras un gran silencio nos anuda.

Me crece de los ojos nueva tierra,
y el nombre queda en ti, y en ti se encierra,
guardando el clima de tu patria muda.

5. Aquí a tu lado, en medio de las cosas
y del recuerdo… tuya, conmovida.
Por tu claro hospedaje detenida
y también por tus horas dolorosas.

Van a tu amor las arpas de las rosas
y todos los rosales de la vida.
Ya no pierdo mi frente, ya encendida
es tu jardín, la tarde en que reposas.

Inmensidad de cielo y tierra envuelve
esta alianza secreta que resuelve
pasos de ayer en casa tan segura.

De ti saldrán los días venideros
y en los junios de luz o en los eneros
tendré el hondo crecer de esta dulzura.

6. Casa de piedra y sueño que se entrega
en torre de alas y en jardín cerrado.
Tamaño del amor insospechado.
Reino tardío de una alondra ciega.

A tu fina quietud mi paso llega,
dichoso de llegar, pero cansado.
Me corona la luz, tengo un aliado,
y la noche de paz nada me niega.

Este es mi sitio, mi querencia humana,
para empezar de nuevo mi mañana
y borrar en su amparo la fatiga.

Por eso, casa mía, casa cierta,
en mis labios te da, limpia y despierta,
con el ángel de flores que te abriga.

Sobre rosas y hombres

A una casa de rosas no te acerques
demasiado… que estragos de la brisa
o el rocío inundándola, una gota…
abatirán su muro amedrentado.
Emily Dickinson

1. Está mirando el cielo,
pero se apoya en una escala de ceniza
y define su invencible linaje
antigua en ella misma
y pasajera.

Sé que retorna para el breve latido
entre gorriones y niños sin tiempo,
derramando su cintura de ráfaga,
su piel de olor y su cercana muerte.

¿Puedo guardar mi labio
cuando ella quema su tiernísimo cuerpo
y prepara las órbitas del suspiro
y dispone de la abeja geométrica?

A su cautivo fuego
llega mi fuego libre, con su entrega de llamas,
y toca las orillas de un aromado incendio
y recibe su júbilo y su alianza.

Mientras todo lo vivo tiene sombra en el rostro
ella, la embellecida, arde en el suyo para siempre.
¡Mirad el eslabón de su primer mañana,
su panal voluntario y su viaje sediento!

De un deshecho arrebato
vuelve a su reino por azul semilla
y en ciudadela de aire se defiende
y convoca puñales y violines.

Esposa renovada
que salta del olvido con su paso de miedo.
¿Dónde sus verdes ángeles nupciales,
su llave de oro y su misterio?

¡Ah, ceñidla de asombro!
¡Buscad su noche ardiente y su combate!
Yo podría decir su lámpara de pétalos.
Ella dirá, tal vez, mi tiempo de rosales.

2. Porque guardo la rosa:
porque la llevo, adentro,
como una llama dócil que obedece
a un fuego nunca visto
y a un coral encendido entre mareas.

Su corazón eterno
vive bajo mi pecho y mi palabra.
Su profunda raíz, color de vino,
estalla siete veces
en siete nuevos trajes del aroma.

Conozco el río interno donde canta
y el barquero dormido
que la trae a mi labio, dulcemente.
Conozco su silencio
y también su lenguaje melancólico.

De su torre de espinas
brota un clima de luz que me sostiene;
un maduro recuerdo del recuerdo,
con sus nombres caídos
y sus puertas a orillas del sollozo.

¡Qué soledad de flor puede saberla
como yo… como el gajo
de estas ascuas pequeñas que me llevan
buscándola, llamándola,
hasta encontrar su rama enajenada?

nos hermana un secreto:
tal vez todo el amor que va conmigo.
Ligaduras de edades nos acercan.
Inmóviles palomas nos vigilan.

Suelta corre en mi sueño,
inaugurando tiernos horizontes,
y a mi deseo sube, sin decirlo,
con su licor de meses
y su jardín de cuerpos y abandonos.
Creo que puede ser mi propia sangre,
mi perdido planeta,
este bulto de cálida alegría
y esta mina de fuego.

Para marcar su sitio,
su vestido de rosa entre las rosas,
estoy aquí, viviéndola en mi tacto,
en numerosas muertes
y en la sien desvelada en ruiseñores.

3. Estoy hablando de la rosa
con un hombre dormido.

¿Sabéis que escucha el hombre, en su trasmundo,
como se escucha el mar a medio sueño,
y apenas sabe que la rosa vive
perdida en mi palabra
y en el alcance oscuro de su cuerpo?

Duerme el hombre -mi hombre-
sobre la fiel presencia de la rosa
y sus limpias bondades.
Duerme sobre el abril de las semillas,
sobre su guerra joven
y su memoria de divinos pájaros.

Las sábanas recogen
el goce balbuciente, el «yo te amo»,
y alzan una región de dulces pliegues,
secreta, preferida,
donde la rosa casi le despierta.

Yo interpreto la rosa,
pero cae a sus pies y no la mira.
Una extraña vergüenza nos aparta.
Una súbita helada nos castiga.

El hombre duerme y duerme…
Nocturnamente busca lo que es suyo
Tanteando va, por valles de alimento,
y apaga las señales
y encuentra su cabeza en mi cintura.

¿Cómo explicar la rosa y su destino?
¿Su incendio azul y su ribera frágil?
¿Cómo decirle, sin herir su lecho,
mi patria solitaria?

A la tiniebla el paso.
Mi pequeñez tras los sombríos muros.
Ya vendrán voces nuevas, nueva casa,
y el horizonte que me entregue el mundo.

¡Primavera colmada,
para vivir la rosa del dormido!
Dos torcaces mellizas le consienten
y un adiós le desangra
en la rosa humillada y fugitiva.

4. Cuando vuelvo a tu nombre
hallo mi rosa solitaria
como llama en desvelo.
También en juventud de mil jardines,
sedienta, de tan joven.

Tu sitio de laurel, tu aislada torre,
-entre verdad y nube para el sueño-
permanecen a orilla de los pájaros
que daban corazón a la hojarasca.

Me pongo a ver mi cuerpo de aquel jueves
y mi pañuelo blanco.
Si del adiós venía, sin camino,
¿qué cruz de azar me señaló tu casa?

Porque tú estabas en esbelta sangre
alumbrando secretos en los libros,
midiendo el tiempo con estrellas altas,
huido y buscado dentro del suspiro.

¡Ah, mi asombro dichoso, mi pregunta,
tu voz de caracol, llena de mares!…
Ya estoy al pie del aire, en lo terrestre.
Ya por mis piernas suben los manzanos.

Quería descansar en tu silencio,
ir por tus venas hasta el niño de antes;
tal vez medir el río verde-lágrima
que te pone en los ojos ese bosque.

Y miraba lo tuyo como tuyo:
tu alero y tus ventanas,
la compañera de tu noche antigua,
las tres ángelas, siempre en delantales.

Pero dolía todo por gozoso,
por su virtud de vida,
porque era yo como un panal colmado,
como una luna libre.

Demonios pequeñitos instalaron
aquella niebla en medio de nosotros
y fui, desde la nuez de la tormenta,
la siempre agitadora.

Donde apenas tocamos nuestro suelo
de casi paraíso
¡qué límite cerrado, qué metales
para mi nueva herida!

Sin embargo, mi cielo penetrante
te deja una paloma,
y mi sal, tan amarga y tan activa,
un ramito de aljófar.

Para tu puerta esta señal de ola
y este idioma de olvido para el mundo
¿Hacia dónde mi paso sin deseo?
¿A quién este abandono?

Entre rosales vienen los amantes
con su rosa del día.
Sobre la muerte caen, inmortales,
con sus rojas espinas.

5. Es cierto que llegaste de tu arrojo
hasta mi cuerpo dulce y sorprendido.
Amor había estado entre mis lágrimas.
Nunca en la oscuridad de mis raíces.

Llegaste con tu incendio sobre el agua,
con tu pecho de sal y tu camisa.
Yo habitaba el solar de los recuerdos
y era mi corazón como una isla.

De pronto te miré, dándome el mundo,
sin más poder que tu bandera libre.
¿Qué arboleda lloraba en tu silencio
y qué historia de oleaje en tus heridas?

Sudoroso de fuerza y de trayecto,
íntimo del adiós y del peligro,
en mi suave verano por las rosas
fuiste cálidamente precedido.

Yo adivinaba los secretos gajos
y el hondo valle, más que paraíso…
Todo el horario de palomas súbitas.
Todo el abrazo de mi propio abismo.

Pero la tierra no me aprisionaba
con el nudo caliente de sus limos.
Era del sueño, como flor de nubes,
y era del aire, como golondrina.

Alarmó mi quietud aquel llamarme,
aquella fuerza tuya, detenida.
¿Cómo negar que en el convulso encuentro
tuve la luz terrible y la ventisca?

¡Qué importa que tu rosa nos dejara
tan sólo su aromado torbellino
y que perdure, en el correr del tiempo
el corazón punzante de la espina!

Hablaré de mi suelo poderoso,
de la angustia, la sangre y el olvido.
Tendré un país dorado en la memoria
y en la frente un camino de ceniza.

6. Veinte rosas han muerto entre mi pulso,
¡veinte cálidas rosas!
Hubo todo un rosal de fuegos altos,
con su frágil aroma.

La nube me dejó sus leves ascuas,
sus deshechas alondras;
y algún amor que va por su misterio
sin la estrella vehemente
ni la antigua corona.

Sigo siendo la fiel… ¿quién ha podido
decir que le traiciono?
¡Cómo no ver que crezco en esta muerte
secreta y poderosa!

La ausencia canta y llora su vacío.
Llora y canta mi rostro.
Vine para sentir, como la brisa,
que por libre estoy sola.

Estas huellas olvidan aquel paso,
aquel puerto de hojas.
Estas manos borraron en el tiempo
las erguidas bellezas
y los pequeños nombres.

¡Ah, sentidme cabal por mi arrebato!
¡Coged mi tarde de oro!
Funda mi voz el peso de mi angustia
en el día de todos.

Estoy de pie porque rompí las redes,
porque huí con mi sombra.
Estoy de pie porque salvé del miedo
el reino de mi frente
y la palabra joven.

Hasta un altar de invierno me dirijo,
hasta una luna sorda;
pero un ramo de paz, un ramo dulce
me sale de la boca.

¡A ti, rosa del aire, rosa pura,
perpetuamente rosa,
las inasibles llamas de mi pecho,
los íntimos silencios
y el ay de mi derrota!

No seré lo que fui: bulto agitado
en medio de las cosas.
El alma libre definió sus rutas
por altos miradores.

Subiendo para hallar nuevos rosales
-ya con clima de otoño-
en delirante viaje voy, de prisa,
al eco de mi labio
y al corazón del polvo.

Por corrientes audaces mi regreso
volverá de la noche.
Dando un largo rodeo sobre el viento
despertará dormidos
mi palabra de ahora.

Hablo al que entiende, nunca al que se queda
apenas en el goce:
detrás de mi laurel baja el camino
que aflige y sobrecoge.

Entre su limpio verde nadie mira
las oscuras memorias,
ni las negadas arpas, ni los hielos
o las muertas palomas.

Ya no tengo mi suave primavera
ni las manos que exploran.
Comprendo que hay un algo no aprendido
debajo de mi paso
sumiso o victorioso.

¡Solitario tormento, casi lágrima,
alcanzando horizontes!
El que dice que me ama, el más amante
de mí sabe tan poco.

Que la desnuda vida, por desnuda
ciega orgullos y ojos.
¡Leed este poema en la mañana
y cortad otra rosa!

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Donaciano Bueno Diez
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