LA MISMA MADRE (Mi poema)
José María Valverde (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

Me apresto hoy a pensar. Si yo tuviera,
pongamos que volviera en otra vida,
habría de exigir que me pariera
la misma que esta vez a mí me hiciera
y fuera mi guarida.

Mujer, la misma madre, la que me hizo,
la misma que en sus brazos me acogía,
con mimo me cuidaba cada día,
paciente reflejaba en mi su hechizo
su amor y su alegría.

Que siempre se acercaba con sigilo
cantando por la noche alguna nana,
de joven cuando me iba de jarana
estaba siempre en vela, siempre en vilo,
al alba en la mañana.

Y que ahora desde el cielo, estoy seguro,
que el tiempo allí no existe o la distancia,
no deja de impregnar con su fragancia
mandándole tal vez algún conjuro
a dios o alguna instancia.

Y así fuera mil veces renaciera,
no quiero aquí pecar por exigente,
prefiero prescindir de otro accidente,
la vida solamente me la diera
la madre más valiente.
©donaciano bueno

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Sabia la letra de esa canción de Rafael de León, «Toito te lo consiento menos faltarle a mi mare, que una mare no se encuentra y a ti te encontré en la calle». Yo aquí solamente expreso un deseo. Por si acaso.

MI POETA SUGERIDO: José María Valverde

La fuente

Para Felicidad y Leopoldo, en recuerdo
de un día en Astorga
(…En la fosca
penumbra del jardín la fuente late!
L.P.

Al entrar, en la noche,
la seca fuente de color de yedra.
La fuente nunca vista, conocida
del país de los versos,
de los viajes sin años por las páginas.
Estaba seca. Sólo,
encima, unas macetas,
cuelgan sus tallos como muertos chorros,
haciéndola recuerdo.
Estaba seca. Sólo
polvo gris en su pila,
triste resto del tiempo.
Estaba seca. Sólo
es un cuenco de ausencia,
que hace al aire suspenso y temeroso,
no se sabe de qué,
como si alguien, de súbito,
se hubiera ido, o dentro hubiera muerto.
Y el niño melancólico de bronce
se olvida, con el paso interrumpido,
mira sin ver, medita…

Las viejas campanas

Oigo viejas campanas que llegan del pasado,
campanas de la tarde en los pueblos tranquilos…
Campanas que no he visto, y ahora están cantándome
desde los dulces valles del pasado difunto.

Venid conmigo, entrad a la sombra que llega.
Cantad, pues sois tan leves que no puede decirse
si sois un sueño muerto o si es que estáis distantes,
porque la lejanía confunde espacio y tiempo.

Éste es el tiempo triste de nacer con recuerdos.
Cuando yo vine al mundo, habían muerto cosas
que he crecido esperando. Y yo no lo sabía,
las suponía cerca, tal vez tras de mi casa,
tal vez tras de esos montes a donde van los pájaros.
Y el rumor del poniente era su voz remota.

No sé, yo no sé qué eran las cosas que esperaba.
Sé que era algo sencillo. Eran dulzuras mínimas.
Quizá mañanas claras, quizá rumor de fuentes,
quizá campos amigos donde Dios paseaba,
o era el amor, a salvo del viento de la historia,
o el conversar despacio de las cosas sabidas…
De «La espera»

Me amarga y me consuela que mañana…

Me amarga y me consuela que mañana
cuando a cerrar se empiece esta mi herida
yo te veré pasar junto a mi vida
con tu dicha pequeña y cotidiana.

Mi consuelo será juzgar tu vana
biografía menuda y repetida
y volverme a mirar mi alma escogida,
del verso y de sí misma soberana.

Mas, ¡ay!, que libre y todo, e insobornable
esta fría altivez de nieve y cielo
el dolor de estar solo no me engaña.

…Y, otra vez, al destino irremediable
de no saber tener otro consuelo
que el que me pueda dar mi propia entraña.

Mi angustia amargará la brisa pura…

Mi angustia amargará la brisa pura
que no tiene complicidad contigo;
mi soledad ya enturbia el blanco trigo
que crece sin pensar en su dulzura.

…Te le has ido a sembrar otra ventura
por los surcos calientes de un amigo
y a fuerza de pensar no te maldigo
porque nunca te dije mi amargura.

Yo sólo fui el autor de mi derrota;
nunca te dije nada y hoy no puedo
ni tener con razón melancolía…

Me engañaré, diciendo a mi alma rota
que, con mi verso, intacto y fuerte quedo…
cuando eras tú quien todo lo ponía.

Miro cantar la vida como fuente…

Miro cantar la vida como fuente
al pie de mi ventana desdeñosa;
miro estallar las gracias de la rosa
y no embriago en su olor mi triste frente.

Está el mundo lejano en mí presente
doliéndome y latiendo, cosa a cosa,
y toda la tristeza misteriosa
de la vida me embriaga en el poniente.

¿Y eso es todo; mirar, sentir la vida?
¡Qué más quisiera yo, en la primavera!
Mas ¿qué hacer, en las manos del mandato,

sino servir? Y ya, la orden cumplida
y muerto tras mi voz, sólo me espera
esta paz orgullosa de algún rato.
De «Nuevas elegías. Anticipo»

Oh amor desconocido, amor lejano…

Oh amor desconocido, amor lejano,
que ya no sé esperar como solía,
¿me guarda Dios la aurora todavía
y al despertar te encontraré en mi mano?

Ay, para que se cumpla algo en lo humano
cuántas casualidades en un día
se tienen que juntar en armonía;
cuántos intentos mueren en lo vano.

Mas ¿no existe, sencilla e inexplicable,
la rosa? ¿Es por difícil menos bella?
¿No es difícil el ser, y es verdadero?

Tú también puedes ser, con la inefable
solución de la planta y de la estrella;
y alzándome otro trecho, espero, espero.
De «Nuevas elegías. Anticipo»

Cuando vengas, cogiéndote la mano…

Cuando vengas, cogiéndote la mano,
volveré a recorrer mi historia muerta;
pasaremos la misteriosa puerta
que guarda mi cadáver cotidiano.

Iremos por las viejas avenidas
del parque de mis sueños, por mi infancia
de pasillos en sombra… Y tu fragancia
cerrará allí sus prístinas heridas.

¡Cómo me besarás en el pasado
cuando beses allí la pura frente
del fantasma de un niño pensativo!

Verás mi origen, para ti guardado,
que me puedes curar, tú solamente,
de todo lo que fue, el dolor aún vivo.
De «Nuevas elegías. Anticipo»

El silencio

Yo te espero, mi amor, para el silencio.
¿Para qué cantar más cuando ya seas cierta?

Cansado de gritar de maravilla,
cansado del asombro sin palabras,
me callaré despacio, como el niño feliz
que se duerme, en las manos el juguete.

Tardarás mucho tiempo en dormirme del todo,
en borrarme los últimos recuerdos que me hieren,
lentísimos recuerdos sin forma ni sustancia;
sombra más bien, o sangre y carne casi,
con raíces que entraron mientras iba creciendo.

Y tendré el blanco sueño de la infancia
desde el que hablaba a Dios, aun a mi lado;
aquel sueño, tan cerca de la muerte,
que podía llegar, serena, clara,
a volverme a mi origen, aun casi en el recuerdo.

Sueño que no será como el de ahora,
lleno de ávidos pozos, de agujeros
que de repente se abren a la nada;
porque tendrá, disuelta en su materia,
como nana de madre,
tu voz muda, la luz de tu existencia,
tapizando las salas de mi sueño.

No me pidas que cante cuando vengas.
Cansado estoy del canto. Tú has de ser la paz última
el blanco umbral de Dios…

Sólo oirás mi silencio, como rumor de fuente,
como la paz de un lago, creada por tus manos,
trayéndote el reflejo de Dios para alabarte.
Confundidas las almas
en las anchas llanuras del silencio, en su noche
sin borde, esperaremos…
De «La espera»

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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