POEMA DEL AMOR QUE PUDO SER (Mi poema)
Eugenio D'Ors (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

Hoy quisiera decírtelo al oído
igual que si te amara, susurrando,
al filo del camino, promulgando
la suerte de yo haberte conocido,

la lumbre que alumbraste con tu tea
y el miedo a lo ignorado que yo tengo.
Pon tú las condiciones, yo me avengo,
mas pido haz un receso en la pelea.

Que un día yo te tuve y no lo supe
y fui como ese ciego que tropieza
alzando hasta ese cielo su cabeza,
sintiendo con dolor como le escupe.

Y es que es hoy, después de tanto tiempo,
el deseo aun se enciende en mis pupilas
pues quedan sus rescoldos y pabilas
que sirven nada más de pasatiempo.

Ahora sé, dudar es de cobardes,
mas quiero susurrar, cual si te amara,
que el ritmo en el amor nunca se para
así se haya escondido y no haga alardes.
©donaciano bueno.

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MI POETA SUGERIDO:  Eugenio D’Ors

As time goes by

Decir pestes de él tiene, sin duda,
un sólido prestigio literario
-tacharlo de asesino, por ejemplo,
o compararlo con
uno de esos ciclones con nombre de corista
que pasan y que dejan en los telediarios
un paisaje de grandes palmeras derrocadas
y uralitas errantes,
o simplemente lamentarlo a base
de tardes y de otoños en pálidos jardines-,
pero ahora, con la mano en el poema,
os lo confieso: he sido siempre yo
el que salió ganando de todos nuestros tratos.
A cambio de esta luz sabia y serena
con la que la experiencia ilumina las cosas
a mí se me ha llevado
sólo la juventud, ese divino
tesoro que no sirve para nada
-ya lo dijo Mark Twain- puesto en las manos
insensatas de un joven.

Caballos en la nieve

Que esta página salve aquel momento:
la senda de hojarasca
que sonaba encharcada a nuestro paso
bajo la rumorosa cúpula del hayedo
{ahora aspiro ese aroma fecundo del otoño),
y el remoto fulgor de la nieve temprana:
Okolín y Sayoa. Arriba campas frías
-aquel áspero viento que llegaba de Francia-
con bordas en ruinas. Bajo el gris invernizo,
por un alto helechal con nieve polvorosa
-todo como una foto en blanco y negro-,
repentino, al trote,
unos caballos de greñudas crines.
Símbolo de otra cosa lejana (y de muy dentro)
que yo desconocía, y desconozco,
los dejo en estos versos. Aunque nunca consiga
saber qué significa un trote de caballos
sacudiendo la nieve de unos helechos negros.

En el tren

Hoy la luna persiste y se viste
de un oro que el día le envía.
Alba equívoca, yo no diría
lo que tiene de agudo y de triste.
Mi alma hace un alto en el salto
que proyectan, esquivos, los chivos,
desde el gris de unos vagos olivos
sobre el cielo de tenue cobalto.
Y duele pasar sin saber
el secreto que en la hora indecisa
dice, acaso, con risa, la brisa.

Ágil brisa del amanecer:
ni despiertas ni dejas dormir,
no consientes soñar ni vivir.

À une passante:

Mira que es ordinaria y gorda. ¡Y esa falda!
seguro que se llama Encarni o Chary
(no serás tan cenizo de suponerla Yénifer).
Seguro que se sabe todos los culebrones.
Seguro que habla azín —y con el chicle
asomando por medio de cada tontería—.
Peluquera o cajera, muy sincera,
moderna con su pircin,
chismosa, con un punto rociero
y loca por «salir»: todos los requisitos
de la mujer que tú siempre has soñado
en tus más negras pesadillas.

Y,
sin embargo —confiésalo—, por un instante, sólo
el tiempo de un destello,
algo dentro de ti la ha envidiado: esa mano
apoyada en su hombro,
la mano de ese novio de barriada,
también vulgar y chata, hecha al ladrillo,
y el soplete, esa mano que, pese a todo, tú
sabes que, a su manera, es el Amor.

Made in Pakistan

Manos pakistaníes
que en un insospechado rincón del tiempo, anónimas
y remotas, pasasteis sobre este mismo pliegue
en que ahora están las mías; que por unos momentos
dejasteis vuestra áspera tibieza
sobre este colorido que ahora mismo,
aquí en mi casa de Granada, España,
acaba de salir de su paquete,
como el pollo del huevo,
hacia la luz de un mundo con que muchos
sueñan en Pakistán
y luego os alejasteis para siempre,
al fondo de una oscura cadena de trabajo.

(…)

Manos
que ahora mismo las mías adivinan y sienten
ligadas a una vida
desconocida pero que misteriosamente
es la mía también, y estrechan, en un gesto
de secreta unidad,
por encima del tiempo y la distancia.

Canción, por donde vayas
proclama que entre todas mis horas hubo una
en que una camisa comprada en las rebajas
vi que todas las vidas son una misma Vida.

Carretera

(Homenaje a A. T.)

Invierno gris sobre las sementeras
hurañas de Castilla. Atrás quedaron
-niebla harapienta y hielo- los peñascos
de Pancorbo, y la tarde palidece
tras este parabrisas de mosquitos
estrellados. La carretera, eterna
-en la cuneta, un repentino vuelo
de urracas-, va esfumándose a lo lejos,
en el futuro. Por la radio insisten
los políticos. Pasan camiones
porcinos hacia Burgos. (Y algún tiempo
después pasa su olor). Villamartín,
Villarramiel, Frechilla, Villalón
de Campos, tantos fantasmales pueblos
de adobe -una bombilla solitaria
ya encendida (¿por quién?)- de los que aún
no se borró la antigua bienvenida
de yugos y de flechas, espadañas
con olvidados nidos de cigüeña,
andrajos de carteles de algún circo…

Tras este parabrisas de mosquitos
estrellados -el día ya apagándose-,
postes y postes. Postes que sostienen
pentagramas de pájaros sombríos.
Postes como de un sueño.
Pero mira
esos cables y anímate, muchacho:
acaso por alguno de ellos va
ahora mismo -la vida no es tan negra,
al fin y al cabo-, tembloroso de
pura belleza, hacia cualquier oído
perdido en la espaciosa y triste España,
uno de esos poemas que recita
tu amigo Andrés Trapiello por teléfono.

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