YO SÉ LO QUE DIGO (Mi poema)
Luis Osvaldo Tedesco (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

El amor, yo sé lo que digo, es como un juego
donde hay dos tahúres que si ganan se besan,
que consumiendo van sus ansias en el fuego
y casi siempre hacia el final quedan pavesas.

Sólo son dos, es lo normal, los dos amantes,
dos almas, dos vidas que van sumando puntos,
que decididos a triunfar, son aspirantes,
y que hasta que llega el final suspiran juntos.

El azar en esta lid no existe Hay que cuidar
que los dos triunfantes terminen la partida,
pues el éxito se supone ya al jugar
la mas bella y bonita experiencia de vida.

Es esta una estampa de amor donde un brasero
caldea las faldas de una mesa camilla,
sobre el tapete con primor luce un florero.

Las brasas habrá que atizarlas con esmero
hasta que se pueda quemar la última astilla
y cuidar que no se marchiten los te quiero.
©donaciano bueno

MI POETA SUGERIDO: Luis Osvaldo Tedesco

ESA INDETERMINACIÓN,

esa falta de empeño
de la siembra nacional,

hebras de vegetal enflaquecido,
sin orden, sin temor al escarmiento,

sin amalgama ni fe,
sin hipérbole radiante
el color que adelanta lo nutricio,

sin agua de riego sus raíces,
esa indeterminación,
ese corazoncito fatigado
en los infinitivos de la lucha,

el arabesco empírico del alma,

las banderas de alguna lontananza,
el saquito borroso de Muraña,

y eso que cae cavidad,
eso de más que se abalanza,
pantanoso latido del origen,

eso que muerde, que acorralan,
lo vagabundo de la carne pobre,

allá está, lejos, inexplicable,
el aluvión inútil, peronista,
aquel dulzor de tangos y guarañas
de la criolla lentitud vencida,

maleza bochinchera sudorosa,
maleza de encorvados cabecitas,

allá están, allá se fueron
el humo azul, las parvas, el jinete,

el nomos del habla impenetrable,

aquel rasguido, aquella entonación
de cercanías familiares,

detrás, detrás, todos detrás,
todos a la zaga en la región vacía,

allá están, entre la escoria blanca
de inmigrantes penumbras perdedoras,
sin un rincón donde caerse muertos,

minuanes, ranqueles, taros, charrúas,
la herencia mestiza sublevada,

sangre sobrante, sangre innecesaria,
sangre nociva para el bien común,

demasiado gorda,
demasiado voraz,
demasiado cariñosa,
allá va, allá se pierde
la planicie de pampas pajareras,

detrás, detrás, donde no se ve,
donde lo oscuro roe su roer oscuro,

la entonación felina del silencio,

el calor arborescente de los Nadie.

soy esto, soy aquello, soy de aquí,
vivo cerca del barrio rumoroso,

cerca, apenas alejado, a un paso
del habla natural de sus dominios,

quiero que me entienda:
soy un poco más que esto que se ve,

alguien contenido, acepto, sin raíz,
sin tallos caudillos la tierra del alma,

quiero decir, nada de mí que diga:
soy fuerte, me distingo, soy alguien
que presencia lo visible de su casa,

nada de mí, ninguno de mí,
desasido de cualquier profundidad,
decididamente dócil a la hora de partir,

quiero decir, desasido
de la profundidad que crece, de eso mismo
que la tijera poda de la tensión cambiante,

nada de mí, ninguno de mí
asomando por la tapia,

súbita coloración de zarzas,
súbito ir y venir de los silbidos,

nada de mí que diga:
soy esto, soy aquello, estoy preparado,
soy alguien del tejido persistente,

soy lo que usted quiere quitar de mí.

Ayer, mientras dormía, tu vestido
flameó sobre mí, ávido, escarlata,
en alto sus hilvanes indecisos,
la sisa, el dobladillo, las costuras,
las sendas nacaradas del escote,
así llegaba ayer mientras dormía
entre las duras sábanas la seda
febril de tu apariencia, así con vos
el resplandor de Nadie y su después,
aquella incrustación del vasto pliegue,
aquello tan ceñido, aquel vaivén
sobre lo repulsivo de la nada,
ayer, mientras dormía, tu vestido
se desnudó de vos entre mis piernas.

Hay palabras, susurros que agonizan,
sonidos de las ciénagas del aire,
hay vocales talladas en el habla
que recuerdan la gracia de otra vida,
son voces que sacuden mi cabeza,
que llaman sin decir, que merodean
mecidas en la pulpa lugareña,
vienen con su esplendor desfigurado,
vienen con su rasguido y su aleteo
sobre mi servidumbre asalariada,
son sílabas de lenguas legendarias,
voces del mascarón desesperado
que pasan y murmuran y se alejan
sin oír, amontonadas, como siglos.

Las tardes de mi barrio en el verano
con su quietud de polvo y frenesí,
y el remolino gris de las paredes
y el bochorno, la dádiva del árbol
que la cercana esquina ceremonia
con toque vertical de basto antiguo,
las tardes de mi barrio en el verano
son la entraña pasiva de mi cuerpo,
la sigilosa turba, el pensamiento,
el púlpito animal donde la ausencia
silba feroz la música paciente,
allí la bisectriz de otra distancia
y el potrero inicial, y misteriosa
la yegua blanca, súbita de dioses.

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Donaciano Bueno Diez
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