La ventolera, la ventolera, si no me quieres yo te quisiera. Yo te prometo, cariño mío cuando tú quieras soy tu marío, el que te cuida y el que te adora, que siempre mima, quien te enamora.
Bebimos del mismo agua transparente, cruzaron nuestros pies los mismos charcos, salimos a la mar, los mismos barcos, sellamos nuestras vidas con un puente.
Jugando una partida a los afectos a muchos que antes tuve he desechado, algunos que mantuve por despecho, y hay otros que al tomarme mucho a pecho me hirieron y al final ya me han fallado.
Me gustan las ciudades vestidas y aseadas ausentes de pasquines, paredes sin panfletos, que amables te reciben y muestran sus respetos, exentas de excrementos y esquinas sin meadas mostrando al visitante que no habitan paletos.
Hace un tiempo te fuiste al otro mundo, al que, dicen que todos nos iremos, entre tanto me vaya y si nos vemos, te recuerdo, no pierdo ni un segundo, no sirve que recemos.
Amigo mío, Ignacio, en esta vida, hay cosas que merecen bien la pena los goces de esas noches de verbera, los roces de esa mano que, atrevida, quisiera navegar surcando el Sena.
Engáñate si quieres, tú te engañas, aquello que era tuyo ya no es, era, que fueron convirtiéndose en patrañas sacándote la sangre cual pirañas, no quieres admitir hoy tu ceguera.
Yo, aunque no lo creáis, siempre me beso, algunos hay dirán que es que estoy loco, me beso cuando cojo algún sofoco, cuando leo, levito, y me embeleso y lo hago despacito, poco a poco.
Y un día lo impusieron, un amigo ¿mas si yo no le conozco? eso es igual, es por tu bien, verás que es muy leal, silencioso y que siempre irá contigo, compadre de fatigas más cabal.
Me gustan las personas que son equilibradas, que al pan le llaman pan y al vino dicen vino, que nunca al comentar presumen de adivino, lamentos no han de dar por leches derramadas.
¡Zoe, así se llamaba de nombre mi perrita! hoy ya nuestra mascota se encuentra muy viejita Feliz naciste un día para alegrar la casa jugábamos contigo, como un bebé de gasa.
Se llamaba José y era mi amigo, jugábamos al mus en cualquier parte, pero un día se fue, no fui testigo, le llamé y le busqué y aun hoy lo sigo, pues nadie se ha de ir sin avisarte.
El que escribe, Donaciano,
como el labriego en Castilla
va esparciendo la semilla
a voleo con la mano.
Lo mismo que hace el cristiano
que a Dios no ha visto y le reza
y espera de su grandeza
que llegado el mes de abril
le riegue con aguas mil
la madre naturaleza.