Me encuentro al otro lado de la vida, aquí donde está negro estoy mirando, que sepas sigue abriéndose la herida, sintiendo no estuviste en mi partida si acaso no pudieras lamentando.
Otro día, otra semana y otro mes, otro espacio de mi tiempo que ya ha muerto cual calceta que se ha vuelto del revés, la distancia que rodando da un traspiés, y no encuentra por delante nada cierto.
El viejo palomar muere de pena al ver como esfumaron sus palomas cargando a su pesar con la condena, el blanco palomar no admite bromas consciente que el pasado le cercena.
Cuando el tiempo se pasa y tú no quieres ya ni abrir las ventanas ni balcones, que la puerta se cierra a sinrazones pues que insiste acabaron los placeres, al igual que no hay más celebraciones.
Vestirle, no nos sirve, de princesa, los males que amenazan a este mundo, olvídalo, no tienen solución. Cuidarle no lo intentes, no interesa, no pierdas un momento ni un segundo,...
El día en que me vaya nadie saldrá a mi encuentro, no habrá ningún lamento si cruzo ya esa raya, nadie podrá faltarme si fui un inconformista ni aparte de su lista, el día en que me vaya.
Nadando entre dos aguas las bodegas, antiguas catacumbas del buen vino, hoy miran al que cruza en su camino tratando de penar sin poner pegas conscientes que en su vida ese es su sino.
Mi refugio es escribir ¿poesía? o algo para mi que se le parezca, consciente que cada día lo hago peor, que he perdido la motivación, la ilusión, las ganas.
El día, ese tan triste en que me vaya, que dicen que uno existe y ya no existe, habría de fingir que se resiste, mintiendo cual si fueras a la playa jugando así al despiste.
Hay veces que me vuelvo hacia el pasado, son esos en que el alma se revienta, que pienso que el vivir no trae a cuenta y debo de mirar hacia otro lado a ver lo que se cuenta.
Hubo un tiempo perdido en la distancia que el cielo a mi me amaba y era mío, comienza cuando empieza la lactancia, se fue poquito a poco a su albedrío.
Que yo crecí entre pinos y encinares, allí donde la mies era el sustento, el vino se inventaba en los lagares, llovía en el invierno siempre a mares y el campo de agua andaba muy sediento.
El que escribe, Donaciano,
como el labriego en Castilla
va esparciendo la semilla
a voleo con la mano.
Lo mismo que hace el cristiano
que a Dios no ha visto y le reza
y espera de su grandeza
que llegado el mes de abril
le riegue con aguas mil
la madre naturaleza.