GUSARAPO (Mi poema)
Manuel Gahete (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

Queda dicho y dicho queda
que un día de primavera
paseando por la arboleda
junto al cauce aquel del río
yo tropecé con un bicho,
un bulto fue, quede dicho,
verde, parecía majo,
un humilde renacuajo
-ni un escuerzo era ni un sapo-
que, desafiando ¡carajo!
y enfrentándose bravío,
-me miró de arriba abajo-,
me espetó con desparpajo
¡buenos días, gusarapo!
Me enfrenté a su desafío
¡dirigirse a mi aquel crío,
qué falta era de respeto!
¡Vea que a usted no le espeto
ni le falto, señor mío!
Pues aunque humano yo soy
y pudiera hacerle daño,
ni le daño ni regaño,
no voy a decir ni pío,
por donde vine me voy.
Mas, tozudo y persistente,
aquel bichito insolente
en un mínimo descuido
-puede pasarle a cualquiera-,
se me lanzó de repente
y posando en mi pechera,
sin hacer el menor ruido.
burlando mi confianza,
me empujó de esa manera
y con su abultada panza
que al agua patos cayera.
¡Por dios ¡sácame, dios mío,
si no me ayudas me ahogo!
exclamé, yo te lo imploro.
El sapo se quedó frío
al verme haciendo aspaviento,
mudo se quedó un momento,
-no penséis que aquí me río-
y soltó una carcajada
que al agua una marejada
produjo y empujó el viento.
¿Cómo es que la especie humana
en tamaña situación
no encuentre una solución
lo que hace una humilde rana?
¿Y usted presume de humano?
no es más que un simple gusano
venga a mi, deme la mano.
Y en un ¡plisplas! me sacó.
Y fue así como este cuento
me lo inventé en un momento
para hacer ver a mis nietas
que humilde hay que ser sin tretas
y que no hay que presumir
de lo mucho que careces,
que en la vida cuando creces
tendrás la oportunidad
de vivir con humildad
y recompensa obtendrás
tal como tú te mereces.
©donaciano bueno

(o la fábula del renacuajo) A mis dos nietecitas, para que nunca pierdan la capacidad de emocionarse con la imaginación.

MI POETA SUGERIDO: Manuel Gahete

Memorándum

Solo el tiempo reserva la memoria del hombre,
sus cálices sagrados, su dolor en la arena,
el amor —como fruto perenne de su pena—
trasvolado en una agua de vida que lo asombre.

Y solo el tiempo asume su verdad y su nombre,
el dardo amarillento de tan breve condena.
Espera que otro cuerpo trizado como avena
de la piel de sus labios otros besos escombre.

A los hombres nos gusta enlazar nuestras manos
a la luz de la antorcha, cuando nadie vigila
y todos somos uno, el fuego, hasta la sangre.

Comer el pan hermano que parten los hermanos,
amasar la esperanza que se yergue y oscila
hasta que una mañana la sombra nos desangre.

A los hombres nos urge revivir la pasada
estación de las luces que la muerte recobra,
hablar de nuestras ansias si es que el aire nos sobra
y arrancar cada día el trigo de la nada.

A los hombres nos cumple sortear la vaguada
donde el barco sin rumbo tercamente zozobra
y amansarnos el alma, dulce diente de cobra,
con la música roja de la lírica amada.

Es mirarlo a los ojos, devolverle un saludo.
No es difícil el hombre si se vive de frente,
cara a cara, en silencio, a sorbos, sin escudo.

Sólo pide un espacio de paz para sus hijos,
una mujer —no un ángel— sorbida lentamente
y un pedazo de tierra para sus ojos fijos.
Alba de lava (Sevilla, 1989)

Amor más poderoso que la vida

Ella camina en sombras, ciega a la luz, y ríe.
Su corazón entonces es una oscura piedra
que un racimo de lluvias bruñe bajo su carne.
Ella conoce el mar y la palabra
aunque jamás pronuncia su humedad y su ruido.
Cuando los ríos crecen y la angustia proclama
su condición de géiser,
me ilumina,
me avisa del guijarro que se cierne en mis ojos,
me alerta de los surcos donde el miedo nos hiere.
Un hombre está mirando,
abierto en el dolor pequeño y hondo
de vivir, a quien llega,
con sus manos azules, a vendimiarle el alma.

Un hombre está mirando a una mujer que toca
con sus ojos la lumbre.
Ella ríe y no cesa de beber en la sal que deja el beso
con un río de plata por la sangre.
Y me mira y percibe la oscuridad que arrastro desde antiguo
con el vacío de Dios en la mirada.
Hemos reconocido en este eterno celo de mirar y mirarnos
que ni la vida puede abatir con sus garfios amor tan poderoso.
La región encendida (Ávila, 2000)

Ruleta

He salido a la calle
tendiendo una sonrisa
con un río de savia brotándome en los labios,
y ha rodado su chispa de cristal
y su agua
borbollando en el seco ejido de la acera.

He salido a la calle
y mis manos ardientes
han prendido su lumbre sobre unos ojos claros,
brasa viva en el hambre
del hombre que me niega
un brasero o un labio donde encender el fuego.

He salido a la calle
con el viento solano
como un álamo libre acreciendo en el aire:
mástil, el pensamiento
donde el cuerpo se arriesga
y contra todo orden sueña su mundo aparte.

He salido a la calle.
En la piel aún se agita
¡pobre niño indefenso!
el severo coraje de beberme la vida.
Si hurga Dios todavía en la orilla del pecho
aquella flor marchita grana como un tesoro.

He salido a la calle,
una tarde cualquiera,
vestido de payaso,
bufón, juglar, idiota,
a ver si encuentro a alguien
que, por besos o risas,
sin que le cueste mucho,
quiera prestarme el alma.
Elegía plural (Málaga, 2001)

Aprendiz de sabiduría

Sabes que el nacimiento duele más que la muerte,
que nos consume el légamo de las necesidades,
que el amor es un orden para dioses con suerte.

Sabes que desfallece en la distancia
la amistad si el amigo
deja tu corazón sobre las brasas.

Sabes que las palabras son flores en el viento:
si nadie las pronuncia, se marchitan.

Sabes que nuestras vidas son luces de un momento,
hojas en un paisaje;
que nadie vive ajeno al día del fracaso
ni una noche de gloria es más digno equipaje.

Sabes que ser valiente te vacía
del amor y el dolor, de cuanto quieres,
de cada sorbo amargo de la vida.

Todo llega hasta ti. Todo se evade.
Es la dura verdad: Cuanto más vivas,
más cerca te sabrás del ignorante.
Mapa físico (Sevilla, 2002)

Poética

Detenidos,
apenas
un leve gesto sobre el pie desnudo,
una caricia leve,
un leve aliento,
quebradas las rodillas,
el seno,
la mirada,
toda la fe,
la vida,
el color de los mares,
la lluvia,
el verde de los campos fríos,
el hondón de las grietas,
los fémures,
la risa,
el oloroso nombre de los labios,
la sal,
la lengua,
la mirada turbia,
el racimo de salvia,
la saliva,
el fragor de los restos de alquimia de la muerte.

Nada como la lucha abierta de los cuerpos.
Nada es más dulce,
nada que tu boca
y ese vago dominio del amor en la entrega.

El amor que ennoblece a aquel que ama
y embellece al amado.
Mitos urbanos (Sevilla, 2007)

Vida

Amo en silencio el ruido
y la estampida de los ríos alados
que se yerguen
en el alto cenit del horizonte.
Amo tu sed
y vivo cada instante
para gozar el súbito contacto
de tu piel en los besos
encendiéndose.
Amo tu cuerpo.
Amo la costumbre
de tenerte a mi lado
y despertarme
con tu imagen amiga en la mirada.
Amo tu ser
y amo que me ames
cuando el dolor irrumpe
como un potro
por los ríos de fuego de la sangre.
Amo la vida,
sí,
amo la vida
como la muerte ama
cada germen
de desazón, resuello y arrebato.
Amo la vida.
Tanto amor me vence,
me consume,
me enerva,
dilapida
el silencio, la sed, tu cuerpo, todo.
Amo la vida en ti,
luz de la sombra,
saliva en la sequía,
flor de la escarcha,
como se ama a un niño perseguido
por el abuso, el hambre y la violencia.
(El fuego en la ceniza, Sevilla, 2013)

Brindis al sol

Víctor,
brindo por ti,
por los que lloran,
por una libertad que nunca llega,
cercada por la luz que más nos llaga,
la más cercana al río de la sangre.

Brindo por ti
que nunca te has quebrado
a pesar del dolor,
roto en la sombra,
hombre en el hombre
con tu voz te atreves
a proclamar amor siempre debido.

Víctor, por ti,
por todos los que ceden
doblados ante el rito del silencio,
arpados por la piel que nos abrasa,
hundidos por el miedo y el pecado.

Brindo por ti
que nunca te has rendido
ciego, convulso, sordo, conculcado,
tragándote la sed,
el odio, el beso,
bebiéndote el coraje de los otros.

Víctor, por ti,
que nunca mancillaste
la insumisión del sueño y su justicia.
Motivos personales (Madrid, 2014)

El cantor del yuyal

Me nombraste sin nombre,
sin conciencia,
aprendiz de la fe,
de la memoria,
ebrio de un vino que nació inflamado
por el ardor del mar y el frío del fuego.

¡Cómo cuajar el cielo desprendido
sobre la piel de piedra de mis manos!
¡Cómo mudar —no sé— la sombra en brasa
en la extensión abierta de la herida!

Me nombraste cantor de cuanto existe,
y cuanto existe era, como sabes,
agua en la playa,
lluvia en la verdura,
llanto de toda madre que defiende
el corazón del hijo en la pedriza.
La tierra prometida (Granada, 2014)

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