¡AY, RAMÓN! (Mi poema)
Joaquín Arcadio Pagaza (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo
 

¡Qué malo que eres Ramón!
-la Juana me dijo a mí-
desde el día en que te vi
no duermo hasta la mañana
pues mi mente es tan malsana
que bloquea mi razón,
dame alguna explicación
que me sirva de sedante,
saque este cuerpo adelante
y cure la excitación.

Juana, ¿tu mal se asemeja
a una cierta desazón
que sale del corazón
y que pensar no te deja?
A esa dolencia tan vieja
le llaman el mal de amor
que se ensaña en una flor
y aunque lo quieras no ceja.

Verás…es como una abeja
que produce un picazón
en tu bendito rincón
e introduce en la calleja
remolona, tan pendeja,
de ese molusco bribón,
bibalbo y tan sabrosón
de nombre común almeja.

Para este mal, ¡ay mi Juana!
solo hay una solución:
que un bichito juguetón
se introduzca sin desgana
saltando como una rana
y pegando un empujón
dé un golpe y sin remisión
cure la dolencia insana.

¿Y dónde encuentro ese bicho?
¡Ay, Juana, qué cosa has dicho!
No me tientes, por favor
¿No presientes el temblor
que hay en mi cuerpo, pelona?
Pues que eres una glotona
y yo tan débil, ¡pardiez!
sacia conmigo tu sed
y hasta el hambre, niña mona.
©donaciano bueno

MI POETA SUGERIDO: <strong>Joaquín Arcadio Pagaza</strong>

Joaquín Arcadio Pagaza

Crepúsculo

Lento desciende el sol y se reclina
en nubes de ámbar, rosa y escarlata;
y resuélvese en lluvia de oro y plata
de los montes lejanos la neblina.

Entre nimbos la estrella vespertina
brilla y treme; en el lago se retrata
el nublado que grácil se dilata
donde rompe la bóveda azulina.

El horizonte aclárase y remeda
voraz incendio, tinte de amaranto
el cielo cubre, el llano, la arboleda.

Y junto al nido el postrimero canto
entona embebecida el ave leda
del sol poniente en el divino canto.

Al amanecer

Asoma, Filis, soñoliento el día,
y llueve sin cesar, en los cercanos
valladares al pie de los bananos,
mi grey se escuda de la niebla fría.

Las vacas a sus hijos con porfía
llaman de los corrales, en pantanos
convertidos; y ruedan en los llanos
pardas las nubes y en la selva umbría.

Oye, se arrastran sobre el techo herboso
los tiernos sauces con extraño brío
al mecerlos el viento vagaroso.

Que trayendo oleadas de rocío
por las rendijas, entra querelloso.
Prende el fogón, amiga, tengo frío.

La peña majestuosa

De un monte el dorso ríspido y serrado
tiene por trono, y la escarpada cumbre;
se corona en laurel, y su techumbre
las nubes son y el éter azulado.
Por cetro empuña verde y arriscado
monolito de enorme pesadumbre;
las colinas su regia servidumbre
son, y su imperio el valle dilatado.
Se embebece mirando en el bruñido
y liquido cristal su faz severa,
su airoso porte y ademán temido.

Y su música dulce y placentera
son el trueno del rayo y el graznido
del águila salvaje y altanera.

El Papaloapan

Escucho aún tu plácida quejumbre,
gigante río. ¡Límpida guirnalda
tu sien orne y del médano la falda
ciñas con aparente mansedumbre!

Del sol hermoso la divina lumbre
retrátese en tu linfa de esmeralda
y en ti se vea tinta de oro y gualda
del Citlatépetl la nevada cumbre.

De tus riberas el papayo rico
la poma ostente en nido de verdura
del tordo herida por el rojo pico
y mézcanse tus palmas en la altura
blandamente agitando el abanico
que al dulce Tlacotalpan da frescura.

La cumbre

¡Soledad y quietud! Monte y más monte
de verdes tilos, álamos y abetos;
grandes peñascos húmedos y escuetos
sin raudales, sin cielo ni horizonte.
No hay alondra que el rigor afronte
del crudo frío en los salvajes setos;
y el negro buitre y céfiros inquietos
se alejan antes de que el sol tramonte.

Y los robles, calada la capucha
de liquen, aunque el cierzo los azota,
mantienen con el sol eterna lucha.

La peña majestuosa

De un monte el dorso ríspido y serrado
tiene por trono, y la escarpada cumbre;
se corona en laurel, y su techumbre
las nubes son y el éter azulado.
Por cetro empuña verde y arriscado
monolito de enorme pesadumbre;
las colinas su regia servidumbre
son, y su imperio el valle dilatado.
Se embebece mirando en el bruñido
y liquido cristal su faz severa,
su airoso porte y ademán temido.

Y su música dulce y placentera
son el trueno del rayo y el graznido
del águila salvaje y altanera.

LA ORACIÓN DE LA TARDE

Tiende la tarde el silencioso manto
de albos vapores y húmedas neblinas
y los valles y lagos y colinas
mudos deponen su divino encanto.

Las estrellas en solio de amaranto
al horizonte yérguense vecinas
salpicando de gotas cristalinas
las negras hojas del dormido acanto.

De un árbol a otro en verberar se afana
nocturna el ave con pesado vuelo
las auras leves y la sombra vana;

y presa el alma de pavor y duelo,
al místico rumor de la campana
se encoge, y treme, y se remonta al cielo.

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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