CUANDO YO ERA PEQUEÑO (Mi poema)
Manuel Padorno (Mi poeta sugerido)

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MI POETA… de medio pelo

 

Cuando yo era pequeño, hoy soy adulto,
cuando yo era un imberbe, hoy llevo barba,
cuando yo era un ingenuo, hoy ya soy culto,
cuando yo de un gusano era una larva.

Cuando yo no soñaba hacerme rico,
cuando yo con amores no enredaba,
lo que más anhelaba era un besico
y en la plaza del pueblo se acababa.

Cuando el mar no sabía que existiera
pues mi mundo acababa en los pinares,
cuando yo no sufría de avatares,
ni los males del mundo presintiera.

Cuando todo ocurría, en esa inopia
la luz en mi brillaba con luz propia.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: Manuel Padorno

SOY QUIEN PONE EN MARCHA LA MAÑANA

Así que pongo en marcha la mañana
atlántica, con todo su engranaje,
las compuertas se abren, estruendosas,
los grandes portalones celestiales,
levantados paneles invisibles,
émbolos infinitos que remueven
los espacios cerrados, los desplazo
ahuyentando las sombras, con violencia
hacia zonas azules, que penetre
en grandes cantidades oceánicas
la luz por todas partes cada día.
Un inmenso trabajo, indescriptible.
Aparte de cumplir todos los pasos
soy también quien los goza, pues me entrego
a su contemplación, su turbulencia,
la cantidad más grande concebida,
inmensa maquinaria puesta a punto
cada mañana, desde mi ventana.
Insólito espectáculo. Para luego
dejar que todo marche, que transcurra
según los apetitos espaciales.

CARRETERA DEL MAR

El mar es una larga carretera.
Comienza aquí, debajo de mi casa;
arranca desde aquí, sobre la orilla
y va, como una larga cinta echada

desde mi puerta al infinito, afuera.
Se pierde allá en la espesura. Mírala
lejos. Corre asfaltada por la espuma
y se remonta encima de la línea
azul del horizonte, por arriba
para seguir llevada de la niebla
(sin que termine nunca en ningún sitio)
hasta el final que desaparecía.
Es una larga carretera azul;
comienza aquí, sobre la orilla misma.
Caminaré por ella. Iré por ella
hasta el final del día, el estrellado
día. Hasta el final, en donde encuentre
sobre las aguas, nómada del sueño
la claridad distinta, la otra luz.
La Guía. Antología poética personal

Junto a noviembre

Junto a noviembre crece el aire;
fueron hundiéndolo callado,
fueron sembrándolo en silencio,
la amarillenta gavia triste.
Bajo la tierra estaba octubre.
Florece el campo junto al hombre.
Está de pie como en un barco;
tiembla la tierra de sus manos,
la que ha sembrado con sus manos.
Es como el mar. Contempla a solas
crecer las tiernas olas verdes,
presiente lenta cómo sube
la marejada de los surcos.
Cruzan halcones y cernícalos,
(van traspasando su alegría),
precipitados cuervos, lentos
guirres en desbandada van
a guarecerse. Hacen sombras.
Octubre estuvo entre sus manos:
era semillas, era un barco
sobre las aguas sin tocarle.
Pero ahora está bajo la tierra.
Junto a noviembre crece el hombre.

Casa de la claridad

La casa sola sobre el mar,
dentro del mar, por fuera.
Vivir en ella, toda
la luz enfrente verla
caer en la mañana honda,
la luz arriba clamorosa
un bosque desleído.
Adentrarme por ella.
Infinito ramo de luz
ilumine la casa sola
dentro del mar, lámpara
celeste, ramo que prenda
fuego a todo, incendie
la oscuridad del día,
la claridad del día,
hombre de pie en el mar,
la tierra mansamente
allá en el exterior
de la casa oceánica,
celeste casa sola.

Luz tan lejana

Segué la gavia, aré la orilla
azul del mar, hendí la llama viva.
Contempla cómo suben llamaradas
donde se posa la gaviota aquella,
donde golpea el oleaje, donde rompe
la espuma lentamente. Queda sólo
la luz, y la alegría. Cómo caen
las estrellas. Y amanece, amanece.
Alguien derrama luz. Sembrados
del aire fuera mientras se subía,
mientras subía la luz tan lejos.

Al fondo de otra casa

El otro lado, a veces, me parece
que llegará hasta el fondo de mi casa.
Una bombilla, al centro, iluminaba
aquello que se ve posiblemente.
Una mesa tal vez, que se presume;
una silla también, sobre sus huellas.
y encima de la mesa un vaso de agua
parecía no estar, quizá flotara.
Aquel largo pasillo desemboca
en una habitación igual a tantas
que no existen, que hay en parte alguna.
A travieso el pasillo, sin haberlo;
llego a la habitación, en apariencia;
y contemplo la mesa, el vaso de agua
encima del espacio inexistente.
Están al otro lado. Allí no hay nada
colocado en su sitio, a la manera
de como se sitúan por aquí.
Es un orden distinto. Muy borroso.
Allí, el vaso de agua, se me ofrece
como líquido aire, que bebía.

Boca del agua

No hay nada parecido: un beso blanco.
Un beso azul, en el encuentro manso
a la orilla del mar, en la tiniebla,
en plena tempestad, mañana blanca
bajo un bosque de luz, la hierba blanca,
un sol desconocido enfrente, arriba
una gaviota lentamente, nubes blancas,
florecen peñas blancas, yodo blanco
el viento arrastra toda la blancura
y un beso cae en la boca del agua.

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Autor

Donaciano Bueno Diez
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