ME MUERO POR SABER (Mi poema)
Marialuz Albija Bayas (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA…de medio pelo

 

Me muero por saber si el firmamento
se encuentra allí tan alto como dicen,
o en cambio que es mentira, que es un cuento
es algo que no tiene fundamento
y no llevan razón quienes bendicen

tamaña zafiedad. Nunca han subido
y aun menos agarrado con la mano,
más propio es de un bribón que anda bebido
y ve lo que no existe en un silbido,
confunde con un burro a un buen gitano.

Le reto aquí me muestre esa escalera
tan larga que sería interminable,
que elija la pistola o saque el sable
y aquel que la porfía la perdiera
que pida aquí perdón al respetable.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDOMarialuz Albija Bayas

TIERRA

El cigarrillo quema su papel de arroz
al consumirse en el fracaso de las hojas.
Así, los que desearon a mi madre se diluyen
bajo el manto de la piel
como tragados por un delta.
Ellos no saben que este olor a palo santo
es ella
que el ojo de agua en la pared
es ella
que el fuego oculto bajo el lodo
es también ella entre los jeroglíficos del humo.

Los que desearon a mi madre no sospechan
que en el caudal de todo río va su sangre
y puede más
y los destroza.

RECODO

Tú siempre al filo del infierno
de obsesión en obsesión. Siembras.
Incubas. Despedazas.
Vas a rasgar, dices, mi foto
quieres volver al tiempo blanco en que no existo.

Ya ven, mamá, llora en mi pecho
la sal ardiente cerrará tus cicatrices.
No existe nada más allá
salvo una hendija que sucede por sí sola:

recordarás cómo se puede armar un ojo
recuperar un par de piernas
tal vez nada
algún lunar, el estrabismo, la ceguera.

Intuiré cómo es la muerte
recordarás cuánto el hastío.
Quizá podamos estrecharnos un segundo
recuperar un par de piernas
tal vez todo.

JACULATORIA

Sea mi cuerpo el alimento de los peces
cuando no pueda verme más en tu regazo
muy lejos ya del graderío que ocultaba mi secreto
donde mi amor no podrá redimirte.

Pude haber sido Ulises

Helena
Juan Bautista.

O esa mujer que baja despacito
abrazada a la canasta de penas.
O el payaso trapecista
con su caja de sorpresas.

O una loca de atar.
O un astillero.

O la Línea Equinoccial.
O algún planeta…

Pero me fue dado ser yo
y me estoy convirtiendo en serpiente.

Rózame con tus alas para saber que existo

aunque no sé de coordenadas
y he perdido las señales que podrían ser el mundo.

Siento la leche caliente a punto de saltarme del pecho
pero no puedo ver.
No encuentro los orificios que me permitan atisbar la luz.

Intuyo el vientre habitado
a punto de bailar con la música
que sólo yo escucho hacia adentro
pero no puedo ver.

Espero en la calle vacía
bajo la mirada omnisciente de la ciudad.

Rózame con tus alas
con tus manos alivia mi fuego
para saber si aún existo.
Para saber si acaso debo seguir esperando.

El mar acarrea tu nombre.

Lo trae hasta mí
como un día trajera la lengua
con que ahora descifro el dictado del agua.
Escucho en sus sílabas otro cantar
aquél que de niña me hiciera intuirte.
Pero hoy sólo pides silencio.

No puedo, aunque quiera,
borrar la humedad que has dejado en mi piel con tu atraco.

Escucho tu nombre
murmullo que rompe memorias y tiempos
sonido que sigue llegándome desde la lejana prehistoria del amor

cuando sus manos
tus manos
aún no tocaban mi vida.

Hoy sé que de nada me sirve nombrarte.

Te has ido temprano
y el sol, bajo el agua, se deja morir.

Fantasma que me acaricias la cara

y te vas.
Esta noche no huyas de mí.
No te lleves el cuerpo que ansía la brevedad
la ligera noción de tu carne.
Déjame lo que me pertenece
la desnuda manzana en que habito
la piel
que perdida en el aire
desea arrastrarse
y al fin
existir.

Te arrojaré al cielo más sucio.

Serás un papel arrugado
en esa isla de rascacielos
donde perdimos el hilo.
Serás un cartón de jugo
bajo la rueda del autobús…

Intentaré recogerte del polvo
y besaré tus heridas una por una.
Seré Magdalena, Verónica,
la que tú quieras.
Imprimirás en mis manos
tu cara desierta

y creeré que te has ido.

GUILIN, AÑO DEL CABALLO

I.
Aunque ya sólo queden palabras
aún hay música en mí

aquella música de la lluvia
que me envolviera entre niebla y agua
la vieja herencia que en el Oriente
se deslizó por mis palmas
cuando intenté rescatarme una noche
cuando perdida
traté de hallarme y fluyeron notas de la maleza
sonido a selva
vestigios míos.

Aún queda música
espesa
envuelta
lista a fluirme cuando la llame desde el Oriente Lejano
lista a fluirme cuando retorne a su nacimiento
cuando la roce con lo que vive de sus inicios
cuando la pueda sacar del polvo
para mirar en su fondo líquido aquel reflejo de cercanía
aquel instante que en otra tierra se convirtiera en identidad.

Aunque mis manos ya no la toquen
aunque mis labios ya no la canten
será caricia
pozo
poema
húmeda huella bajo mis párpados
agua vertida sobre los montes
música oculta tras los confines deshilvanados de la que fui.

II.
Con nada más que los ojos
apartamos el velo de agua
que cubría la tierra esa tarde
y oscuro
desde los templos
se deslizaba a besarla.

Así, entre los dos,
el inquieto caer de la música.

III.
Venía cantando el río.
Traía la primavera en sus aguas.
La repartía sobre la orilla.
De los vestidos la levantaba.

Toda la música revolvía
su leve cuerpo transfigurado.

Orillas se estremecieron.
Lloraron nubes.
Nació el caballo.

SIMULTÁNEAS ALREDEDOR DEL MUNDO

Recibo la llegada de la noche.
Golpeo el teclado
este hermoso piano de vocales y consonantes que lanzan su música inaudible
dejando que la ciudad se me escape lentamente por el oído izquierdo
mientras por el derecho me invade la tierra cruda que está del otro lado
los chaquiñanes detrás de mi casa…
Si los seguía me llevaban a la autopista
que sin saberlo rompe los montes
separa el campo

y mi madre
en su pequeño escarabajo por el camino empedrado
mientras yo, en la Gran Muralla,
bajo la luna llena
me recuesto.

Anochece y me entrego.

Quisiera atrapar con mis manos la China del Norte
sus restos fragmentados por la memoria
que no sabe cómo volver al portal
donde una joven asiática vendía bebidas frente a los sumideros de la ciudad.
La ciudad que detuve en fotografías
sin la locura de su realidad descomunal
sin el olor de sus esquinas inundadas de basura
sin el concierto de sus plazas y veredas.

Me entrego al velo de la nostalgia.
Una caricia de copos blancos me roza
como una nieve de fantasía cubriéndome los ojos.
Me dejo besar por las flores que caen.
Soy una flor estropeada por las lágrimas.
Llevo un anillo de bodas en la mano izquierda
pero me siento más sola que nunca.
Pedaleo entre los autobuses y miro mi sombra reflejada en el asfalto.
La veo fragmentarse sobre los bordes de las alcantarillas
y me pregunto quién se la traga.

Jamás podré ser como antes.
No escribiré ya las mismas palabras.
No leeré los mismos poemas en un libro
se me habrán extraviado entre las páginas
y otros ocuparán su lugar
como hay otra que ocupa mi cuerpo.

Debajo de la tierra descansa la intensidad que un día se me desbordó.
La busco entre los transeúntes del Asia Lejana.
La sigo buscando este instante
acaso perdida en la línea final de la noche.

Pero amanece.
Y estoy de regreso.

Les temo a las palabras porque no me sirven

porque ignoro de sus intenciones lo voraz
lo prematuro.
Porque me niego a suplicarles
y soy, sin embargo, la esclava que les besa las sandalias.

Le temo a la llegada del poema
porque viene rodeado de ausencia
porque sus bordes quebradizos amenazan con desaparecer entre mis manos
porque si lo miro a la cara se deshoja.

¿Qué hiciste, madre, para llenarme de palabras?
¿Por qué ya no es posible el silencio?

Le temo al cuerpo que no entiende lo que digo.
A su lenguaje atroz le tengo miedo.
A la amenaza persistente de una muerte que no me abandona:
pájaro revoloteando alrededor de las naranjas de la carne
hermosa golondrina que endulzará su lengua con mi néctar.

Mi cuerpo se parece al tuyo, madre.
Pero siempre seré hija para ti.
La hija mayor.
Primera en desgarrarte
y en dejarte
nido abandonado a medianoche
descanso en el enorme graderío que no termina
que no calla
que no escribo.

Le temo al final del poema
a la súbita desdicha en sus ojos
a los vacíos que lo perforan como balas atravesadas en un tronco a punto de caer
a las imágenes mudas que aprietan su cuello
y pululan en mi entorno que no logra desprenderse de ellas.

Le temo, madre, a tu angustia
y a las palabras que me enseñaste
porque no son las que quiero.

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Donaciano Bueno Diez
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