Tengo un alma que dice, que me dice,
buenos días, señor, tenga un buen día,
y otra en cambio que llega y le desdice
destilando en su poro antipatía.
Tengo un alma torcida, puñetera,
que me advierte insistente que he pecado
repitiendo cuidado, te he avisado,
salpicando moral en cada acera.
Tengo una alma que mira, que me observa,
que me dice, chaval, tú aquí has errado.
Me persigue hasta haber rectificado,
si a oídos sordos hago va y se enerva.
Yo critico si estimo se ha pasado
y le pido me exima de condena,
que sensible morir puedo de pena,
y contemple si se ha extralimitado.
El que escribe, Donaciano,
como el labriego en Castilla
va esparciendo la semilla
a voleo con la mano.
Lo mismo que hace el cristiano
que a Dios no ha visto y le reza
y espera de su grandeza
que llegado el mes de abril
le riegue con aguas mil
la madre naturaleza.