No tengo nada que hacer. Voy a pensar
¿pensar? ¿mas qué es pensar? ¿en qué ahora pienso?
¿hacerle a ese barullo aun más intenso?
Mejor es que me ponga a imaginar,
pensar deje en suspenso.
Pensar es comenzar a caminar
por un sendero agreste y pedregoso,
es despertar la mente haciendo el oso
sabiendo que al final no has de llegar,
pensar es muy penoso.
En cambio imaginar es agradable,
no precisa carnet, que no hay fronteras,
ni miedo de salir por peteneras,
ni nadie que te impida, inconfesable,
hacer lo que tú quieras.
Un pulso raquítico me atormenta.
He alucinado con alimento para mis hijos,
banquetes en hojas carcomidas
por donde resbala la luz.
Las gotas desatarán la primavera,
convertida en piel
y pequeñas rajaduras de arcilla.
¿De qué me sirven estas manos
si no puedo cultivar la tierra?
Cosecho el polvo sumergido en la feroz enredadera.
Me tumbo a esperar a que caigan las uvas.
Esta patria que parió viñedos frente al lago
hoy me expulsa como un diente de león.
Mis hermanos renacieron en los pechos de una loba.
Su vientre nunca los contuvo.
Veo el hundimiento de mis zapatos.
Caminaré descalzo.
La química de los pasos me pertenece.
Probaré sus colores como en un experimento.
PALABRAS PARA TERESA
01 de enero de 1902, Puerto Limón
El aguacero ataca el tejado.
Persigo las gotas.
¿Cuántas serán suficientes para acortar la distancia?
Quiero improvisar tu aroma.
El aceite esencial de tu corteza en mí.
No me pidas ser paciente.
No vuelvas a escribir esa palabra.
He aprendido a seguir tus instrucciones
para encontrar la lágrima en la manzana
o el esqueleto en la semilla de durazno.
Hazme caso. Si cierro los ojos cae un alud.
Si los abro, la soledad se estanca.
Tienes que vender lo poco que hay en casa
y confiar en esta tierra que germina.
No insistas en un campo que niega sus cosechas.
En este ejercicio de serenidad
que me enseñó la ausencia
ha saltado una idea
que nos hará salir de la pobreza.
Trae el invento de Manzetti.
Trae a mis amados hijos.
Pregunta en el pueblo
cuándo zarpa el próximo vapor.
Date prisa.
HERRAMIENTAS DEL BOLERO
I.
Colocaron el taburete de madera,
el betún y el trapo.
Dieron brillo al cuero
hasta ver sus dientes reflejados en él.
Domenico y Antonio lustraban zapatos
mientras sus padres ideaban la receta
para un nuevo destino.
La clientela creció como levadura.
Todos en la ciudad querían reposar sus pies
en la caja de los limpiabotas italianos.
II.
Quizá por la i que siempre pronunciaban
al hablar en plural,
o la confusión de tantos transeúntes
que se comunicaban con ellos por señas,
los hermanos Musmanno
se convirtieron
en los hermanos Musmanni.
III.
Aunque esta no es una película de Vittorio de Sica,
También soñaron con cabalgar largas distancias.
IV.
Observo la fotografía en que Domenico
le da de comer a unas palomas.
Quiero besar sus manos,
entrar en la imagen para limpiar sus botas,
escribir un poema que prolongue la infancia,
para que nunca más
vuelva a trabajar un niño.
TERESA Y LA BARRERA DEL IDIOMA
No tiene alas la victoria terrestre: tiene pan en sus hombros, y vuela valerosa liberando la tierra como una panadera conducida en el viento. Pablo Neruda
La palabra entra en el horno
como un rumor que se perdió en el trigo.
Regreso a mi piel.
Traigo en el canasto
un mensaje de primavera con olor a pan.
Estas líneas endurecidas en mi mano son blancas
y desmoronan la ausencia.
Me acuesto entre montañas.
Los troncos colisionan contra el distante paisaje que fui.
Atrás quedaron las muñecas y los pantalones cortos.
Ahora las máquinas dominan el movimiento,
motor con que tejí ajuares para mis hijos.
Voglio imparare questa lingua,
le digo a las palomas que circundan mi delantal.
Para todos ha sido fácil aprender este idioma,
pero a mí no se me adhieren las palabras.
Las palomas me escuchan
y se largan exhaustas
hasta el palomar que ha construido Domingo
en las afueras de su habitación.
Luego comprendo:
solo vinieron a custodiar las migajas.
Voglio imparare questa lingua, repito
mientras se alejan tranquilas.
EL CLAVEL
La mujer que sostiene el clavel
camina sobre la cúspide
de sus zapatos flamencos.
Su blanca espalda está cubierta
por un chal de cachemir.
Abre su bolso,
coloca la flor encima del tablero.
El vendedor roza su mano
cuando le entrega la pasta
y en ese instante dos cometas
comprenden su luz.
Ella se desliza por debajo de las sombras.
Los párpados unen su respiración.
El silencio electrocuta los cimientos.
Ella da media vuelta
y cruza la puerta apresurando el paso.
Cuando llega a casa, descubre que olvidó el clavel.
ARRULLO PARA EL PADRE DORMIDO
Cargo un caballito de coral en los ojos del horizonte.
Levanto los platos de esta mesa, bajo la escalera.
La muerte no repara entre ruiseñores o poetas,
pero ambos se alejan en el mismo barco estelar.
Parece que llueve, la nostalgia son estas gotas
que nos golpean débilmente
y nos deshacen como papel.
Está servido el café y yo no estoy ahí
para balancearme junto a la gaviota de madera.
El tiempo elástico es un pozo donde quiero construir.
Mi padre sale a caminar dos horas a la montaña,
y en la sombra solo encuentra un pino.
La tarde está oscura. Duerme su respiración.
CIERRO UN LIBRO EN LA MESA ANTIGUA
Con cicatrices en los brazos
–por haberlos dejado ir, tantas veces,
a un costado de las máquinas–
los hijos se secaban las lágrimas.
Siempre regresan al lugar donde probaron el alpiste
y vieron por primera vez un amanecer.
EL ALTO DE LAS PALOMAS
Sobre esta roca abro los brazos:
aquí quiero mi nido.
La roca está por encima del océano
y yo, sentado en la cumbre,
invento el trayecto.
Los halcones no pudieron arrebatarnos la dignidad.
Volví a instaurar los palomares
en la azotea de la fábrica.
Me gusta ver sus relevos,
la rapidez con que cruzan mi montaña
para llegar a la ciudad.
Soy un hombre que cree en el viento.
He vuelto a enlazar sobres
con el pago de los trabajadores
a sus pechos.
El aire siempre ha sido un territorio seguro.
La mente, otra forma de volar.
ÚLTIMO VUELO
Un camastro de troncos desnudos sostuvo la caída,
el chaleco de lino, la cadena sin tiempo
y el clavel rojo
que nunca marchitó.
En la puerta de la fábrica
un lazo negro marcó en el calendario
que un 17 de enero de 1967
Domingo Musmanni partió a las estrellas.
Zarpó de la agonía hacia una carroza transparente.
Sus caballos escoltaron el desfile
y las mujeres de su familia,
abrigadas con velos,
encarnaron la ópera.
Cuatro pájaros blancos posaron las extremidades
en la tapa de aquel féretro
para elevar su espíritu
a las bergamotas del Sur.
El que escribe, Donaciano,
como el labriego en Castilla
va esparciendo la semilla
a voleo con la mano.
Lo mismo que hace el cristiano
que a Dios no ha visto y le reza
y espera de su grandeza
que llegado el mes de abril
le riegue con aguas mil
la madre naturaleza.