PSIQUIATRÍA EN EL METRO (Mi poema)
Mónica Ojeda (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA…de medio pelo

 

Qué pensará la gente, ayer me preguntaba,
cuando en Madrid a la estación del metro yo accedía
y justo en el andén yo me paraba,
y absorto yo veía
a toda una muchedumbre que corría,
subían y subían,
bajaban y bajaban,
y nunca se paraban,
yo a ellos les miraba,
y no me sonreían,
tampoco saludaban,
siempre al frente miraban
¿por qué y en qué pensaban,
o qué es lo que veían?
¡que agobio, qué les pasa, por qué van de esa guisa!
¿por qué aquí toda la gente va deprisa?

Tal era el ajetreo
que de pronto el gozne de una puerta se abre y veo
¡qué angustia, qué mareo!
como si fueran de una colmena las enjambres,
se estrujan y se estrujan,
y para hacerse un hueco en el vagón empujan,
pudiérase pensar que es mediodía y tienen hambre.
Apresurado
un hombre obeso se mete de rondón sin dar los buenos días,
me mira de reojo
en un intento por apartarme de su lado
¿por qué me observa así, qué pensaría?
por su mueca interpreto que se está acordando de mi tía.
Otrora es un chico cojo con muletas,
después una chavala
ensimismada con una ipad a la nariz pegada,
y un joven con maleta
y con pedales una bicicleta,
carreras de obstáculos en pos de una silla vacía
y sólo, absorto, al fondo un adolescente en su melancolía.
En la próxima estación prometo que me bajo
tomo un poco de aire y me relajo
¡el metro a hacer puñetas!

Del Metro el tren es esa vía
de escape hacia los múltiples destinos,
un correcaminos,
y un laberinto en el que nunca has de liarte
y en el que de antemano deberás conocer donde apearte,
de lo contrarió no te llevará a ninguna parte en tu camino.
El metro es un gusano
que marcando va tu rumbo en sus líneas ufano,
repleto de personas de todos los pelajes,
-siempre el mismo paisaje-,
con seres indigentes,
de zoquetes y otros mucho más inteligentes,
de embaucadores mezclados con señoras y doctores,
de ricos, de plebeyos y villanos.
El metro es insistente
pues viene y va incansable sin pausa así constantemente,
y horada pensamientos penetrando hasta en las mentes
de todos sus clientes.
El metro es el mundo en todas sus vertientes
y nosotros los usuarios sólo los necesarios sufridos ciudadanos.
©donaciano bueno

(Madrid)

MI POETA SUGERIDO: 

Mónica Ojeda

MÁSCARA #1

Mi rostro es una columna desvencijada;
una hernia en la velocidad del miedo que
me impulsa a matar hasta los más bellos insectos del silencio.
Ellos reproducen el ruido de la nada sobre los pedazos de mi cara.
El rostro es eco en la construcción de lo invisible
bajo los labios cosidos de nuestro último amanecer.
Pero el viento golpea con la tierra del llanto de las bestias
mis mejillas quebradas al sol:
ahora nidos carnosos se alojan en mi alma.
El monstruo y la persona
habitan la misma línea que parte la materia
en dos hemisferios míticos
de pulmones que respiran el aire de otras regiones
desplazadas más allá del sur.
El vacío de mí no es un abismo
pero posee el corto cielo de las cabezas de los animales
y el silencio que descompone
las piezas de mis mejillas quebradas al sol:
ahora hay nidos carnosos alojándose en mi alma.
En este mapa se trazan los límites de los fragmentos de mi semblante:
arriba o abajo es un espacio que no existe.
Toda descripción que nace de la observación
es luz y excremento.

Cae con madurez el fruto que en verbo ardido lamió sus costillas al sol;
más de 365 veranos de su carne niñada en hueso negro constelado
se aflojan.
Rueda el fruto sobre la piel arqueada de las amapolas.

Se abre.

De su epicentro nace una guadaña como un párpado de acero cerrándose en la bruma
bautismal de su oleaje.

—Esto es lo primero que verás —sentencia la rama despojada del peso de su cabeza—
antes de atravesar la raza del otoño.

P e r s e c u c i ó n

Repto lo oscuro de la aorta de un bisonte atravesado por el mar
en medio de la teoría humana más violenta del poema.

Tus brazos umbilicales
madrezebra en las llanuras
ahorcan la prehistoria de la leche de montaña
leche de cal apagada,
leche de higo en cristal,
leche en la roca de la pintura sagrada del calavera poem
gruta de naturaleza táctil al Amazonas de tus glándulas rellenas de humores:
Big Bang de Dios por siempre muerto en los maremotos amén.

Palpo la atmósfera que humedece su atlas de la ira,
escarabajo mutante rodando las escaleras del magma de tu vientre,

¿me romperás contra la musculatura de los cetáceos axiales?
madretundra de las orcas
¿abrirás las cejas al frío goce de los volcanes?

Ellos se sueñan en la blancura de los fermentos de la noche en torrente.

Pliego mi ala junto a una noria de eterna venganza,
madrepiedra de los pálidos trasmundos
madrecidra constelando un infierno de intestinos que doran los rosales.

Tu baba salpica en todas las direcciones de los paisajes algebráicos:

CRÁNEO – CALAVERA = X

Incógnita en la lengua de los muertos.

Poema cero.

He oído que montas sobre las cabezas de las Furias
y te desbocas
y manchas los eriales de leche cuajada
leche mía coagulada
y ellas te la beben y te alumbran
un cráneo con cañones de plata apuntando hacia mi pecho
suite de estelas eléctricas y membranas saladas
madrealambre de las navajas
madrebuitre de los cinerarios
las tres se relamen las encías bajo el umbral tibio de tus riñones en flor:
tienen pezuñas y desgarran el camino de los ríos gástricos a los maizales.

Se derraman sobre la vía láctea cabalgándote.

Se orinan sobre las mazorcas de dientes pelándose al poniente.

“Madre e hija es una antinomia”,
te canta la clarividencia subacuática de tu trinomio de canes perfecto
y repites al sur de su estampida:

“Madre e hija es una antinomia
con patas y pelos de tarántula
en una jaula vacía para pájaros de hielo”.

Arden tus cabellos de elefantes marciales cruzando los desiertos
madremandril de sable
madreladrido de pez aéreo.
Quieres mi carne en tu leche terrible
cociéndose a la alta temperatura de los huracanes

(cardúmenes de esperma del dios muerto
pueblan encima de las aguas galácticas del norte).

Tiemblo en los refugios colapsados por tu vientre de ballena en histeria
Madremendrugo de la explanada
Madredrácula de los mausoleos
Las cabezas de las Furias sonríen torcidas a la sangre,
ateridas bajo muslos galgos y la perfecta escultura del tórax;
quieren cocinarme en tu néctar vencido de yedra,
forzarme la leche de hígados por la ranura celeste de sus madrugadas.

Mazorcas de dientes se pelan y muerden mis escombros quietos al pasar.
Me oculto entre las pieles de los vertebrados
y convierto mi cuerpo en un saco de plumas
que emerge fresco entre los fémures silvestres.

Madre e hija es una antinomia.

Un cráneo gastado vigila mi señal desnuda:

toda suerte de escape termina
en las profundas cavidades
de un animal muerto.

El tórrido aliento de un órice despierta la montaña,

te despierta con ella y despierta a los viejos leones:

es hora de almorzar.

Todos los días en tu mente habrá un desierto sepultando la calavera de la poesía;

la llevarás contigo al exilio para defenderte de la inclemencia de tu sombra

siempre extendiéndose con movimientos de astros oscuros sobre los senderos.

Tu sombra es el reflejo más antiguo de tu cuerpo.
Pero cada mañana la calavera de la poesía pesará un poco más que ayer.
La arrastrarás hacia la cima de la montaña como una constante de vapor
nublando los sentidos de los cazadores;
una amenaza que el viento cubre de arena y que barres con tu única ala.

Sus cuencas libres empañarán tu interior
y escaparás manchando de sombra un dolor antes temido:
una fiebre que reblandece los picos y tiñe la hierba con moscardones.

A pesar del fracaso no soltarás la cabeza del misterio:
la subirás a la montaña
con el peso de su mandíbula empujándote a los cuernos en manada.

Descansarás con ella en un nido improvisado.
Retozarás con sus cuencas abiertas a la noche.

No te curará la carne, pero al día siguiente será tu casa.

En tus sueños rapaces escucharás la voz demente del cráneo del poema
caja estelar rúnica
oráculo vaginal que inventa la poesía en los subsuelos de Marte
caracol jineteando el futuro en versos de esporas caucásicas
esporas indígenas meándose al viento planetario de los códices

Nortes que exorcizan cebollas y crines en tu viaje de la sangre
de ombligo del mundo a clítoris del fin.

Su voz será pelo de árbol
magullándose en el alba de tu buche,
pero eres un cóndor: nada podrá evitar
que la profecía te crezca en la digestión de una pelvis.

Papá, tú querías un hijo y

en cambio
te nació esta cabeza.

Una planta que crece hacia adentro.

Una uña.
Un estanque.

Por eso dijiste
callado a la placenta: “UN HIJO ES UN HOMBRE”.

Creías que serlo era irse callado de pesca
pescar la vida
sacarla del agua
y me llevas a pescar para que aprenda a ser un hombre
para que saque de la vida algo tibio que matar.

“Matar te hace hombre”, me dijiste.

Creías que serlo era irse risueño de caza
empuñar un rifle a un corazón con astas

reventarle el cráneo a la vida

tú piensas que eso que se inventa el bosque es un hombre
y me llevas a cazar contigo para que lo vea

me enseñas a dispararle a un árbol
a una nube todavía niña en mi cerebro

porque pienso demasiado fácil, dices
porque pienso cosas que se atraviesan

Y en cambio un hombre no arde de útero

dice la-madre-coja-de-las-axilas

ni sangra en los pasillos
ni riega su leche sobre las ecografías abiertas
ni se mete el dedo índice
para tocar a Dios
en un volcán de pelvis.

Una hija mata
pero como un hombre respirando al revés
en mitad del bosque.

Un amor umbilical rodeándote la manzana:

una hija es un ojo que muerde
—una mandíbula de leche–
un anzuelo al cielo de los cabellos

Por eso “pesca la muerte”, dice mamá lamiendo la escopeta

“caza la vida”

como una hija que es un hombre y una cabeza
como un río en una sábana de dientes mastodónticos
y el sexo abierto de las balas
goteando sobre la encimera.

Cae con madurez el fruto que en verbo ardido lamió sus costillas al sol;
más de 365 veranos de su carne niñada en hueso negro constelado
se aflojan.
Rueda el fruto sobre la piel arqueada de las amapolas. Se abre.

De su epicentro nace una guadaña como un párpado de acero cerrándose en la bruma
bautismal de su oleaje.

—Esto es lo primero que verás —sentencia la rama despojada del peso de su cabeza—
antes de atravesar la raza del otoño.

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Autor es esta páginna

Donaciano Bueno Diez
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