A solas voy pintando una pancarta con un fondo en la tela claroscuro, la mueca de una boca y gesto impuro, un nudo que aparezca en la garganta y una copa en la mano de cianuro.
Habré de reflejar que, sacrosanta, un día yo abracé lo trascendente y hoy me encuentro acercado a la pendiente apenas arropado con mi manta escasa por demás e inconsistente.
Y una luz apuntando a una escalera que intente destacar cada peldaño los mismos que he subido año tras año en esta dilatada y tensa espera de miedo, de dolor y desengaño.
Andando por las nubes, por la nieve,
por el silencio de mi muerte y sueño
quedó la soledad yerta un instante.
Un bordón en la mar huye del iris
un cuello en la mar vuela en el viento
un cántico del alma ya es del hombre.
Rodeado de estrellas siente frío
el interno pulmón, la blanca pena
la sufrida razón que nunca acalla.
y entre sombras ajenas, centinelas
de nuestra soledad, pasa la vida
callando, meditando y en silencio.
Nadie va por el mar para traernos
tasalas de los ángeles ni el alma
de los pavos reales de la infancia.
Nadie va por el mar buscando el éter
ni el aliento vital ni la liviana
sangre que casi tiene ya en los labios.
Nadie va por el mar para buscamos
el fin del corazón ,seno del labio
oculto fondo de ,suave palabra.
Carissa
Cuando vengas a ver mi cuerpo que sea sábado,
que luzca luna nueva en los perdido;
ven leído y no casto, arrodillado,
que tu mano no esté de sangre limpia.
Yo podré aguantar la mentira de tu abrazo
y cerraré los ojos y te dejaré actuar;
gozarás de mi cuerpo hasta hartarte,
yo acariciaré en tanto tus rodillas.
Ven, deja de ocultarte en el rencor,
ven paso a paso a mí, como era entonces,
descansa aquí, en mi pulso, pues no de otra
manera puede ser cuando se trata
de establecer aquello virginal
que cantas como amor en tus cuadernos.
(Primeros compases del Concierto para Violín, OP.64, de Mendelssohn
ADÁN Y EVA EN EL JARDÍN
Imaginar siempre un Edén Rubén Darío
La musculatura era la de un cuerpo,
concavidad de amor que figuraba
música por los dedos lujuriantes,
sinuosas bocas amplias se os abrían
al cielo, sin espanto, y las serpientes,
cuando silbaban por la verde yerba
se quedaban un rato a contemplaros,
y la más atrevida os enroscaba
por las cinturas y los finos torsos;
murmullo sin palabras, sin sentido,
la sangre se paraba cuerpo abajo,
tan blanca y tan minúscula esbozó
un pez sobre las losas del jardín;
ligados forman en el blando césped
vuestros cuerpos figuras que se tragan
el horizonte azul hasta su fondo.
Más tarde os empezó a cubrir la noche.
¿La razón?, finitud que no impedía
dulces acciones; ni pensabais; gráciles
los pechos: “¿Tienes frío?”,
“¿Nos amamos de nuevo?”
“Ven, échate un poco hacia la locura”.
El que escribe, Donaciano,
como el labriego en Castilla
va esparciendo la semilla
a voleo con la mano.
Lo mismo que hace el cristiano
que a Dios no ha visto y le reza
y espera de su grandeza
que llegado el mes de abril
le riegue con aguas mil
la madre naturaleza.