YO ME AFLIJO (Mi poema)
Humberto Ramos Águila (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

Yo me aflijo hoy pensando que la muerte
a mi me ha de llegar sin mas remedio,
que el cuerpo ahora vivo, se irá inerte,
llevado en ataúd al cementerio.

Envidio a los que creen, hablo en serio,
que el deceso es la antesala al paraíso
al que se accede siempre con permiso
de quien es el guardián de ese misterio.

Yo quisiera creer lo que no veo
para ver el más allá en mi destino,
y asegurar que estoy en el camino,

lograrlo, ese sería mi deseo.
Mas por mucho que yo me recrimino
ver mis dotes no logro de adivino.
©donaciano bueno

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Así pasa la vida intentando descubrir su misterio con la seguridad de que nunca habremos de encontrarle.

MI POETA SUGERIDO: Humberto Ramos Águila
Humberto Ramos Águila
LAS TROVAS DEL SILENCIO FLORECIDO

Alero de lontananza
al final de tu recuerdo.
Allí donde todo olvido
se arrincona en los espejos.

A la puerta de los días
tu candor de agua con cielo
quedó, en virtud de las trovas
de mi florido silencio,
Dilsy ojimel, Dilsy azul
con bucles cascabeleros.

¡La veta de miel lunada
que te nacía del pecho
para aflorarte en la boca
—sumo abril—, cuyo minero
primicial no puede ser!
¡ Y qué! Si aún tu cimbreño
corpiño —pomo de flor— i
rrumpe, intacto, en mis versos,

Dilsy ojimel, Dilsy azul
con bucles cascabeleros.
Los pájaros que encendían
la luz de tu traje nuevo,
con cristal de aroma encuerdan,
en mi alma, tu alejamiento.

Que, al arraigo de tus ojos
tan reidoramente negros,
en mi corazón germinan

paisajes de sentimiento,
Disly ojimel, Dilsy azul
con bucles cascabeleros.

Es que tu llanto lo traigo
en la sangre, de otro tiempo.

Yo apenas lo continúo
con mi oscuro extrañamiento.

Es miraje de perfume,
linde de éxtasis secreto.
Y, olvidado, seguirá
con mis cenizas corriendo,
Dilsy ojimel, Dilsy azul
con bucles cascabeleros.

RESTITUCIÓN

(Epitafio para un adolescente)

Muchacha, desprendido
el hilván de tu gracia,
en libertad quedaron
todas las mariposas
y las flores del mundo.

El Jardín Asomado

A Tus Quince Primaveras

Digo la aurora de vitral canoro,
la fragancia esculpida o sea la rosa,
el arco iris de la mariposa,
tus formas, que enraciman su tesoro.

Tu mirar digo, cuya gracia ignoro
si es cosa del rocío, o si es cosa
del agua saltarina y paisajosa
que moja en cielo su pincel sonoro.

Digo tu sonreír como extasiada
isla de aromas, pájaros, colores…
Digo tus crespos de recién lavada

tarde. Te digo hoy se quedó sin flores,
Yiselita, el jardín, por que las vieras
asomarse a tus quince primaveras.

Soneto Para Volver

A Gladis A Sus Quince Años

Permíteme soñarte quinceañera,
cuando –garza o palmera–, pubescente,
enarbolaste «colegialamente»
–asta de cielo– tú la primavera.

Permíteme soñarte sin que hubiera
brindádote la Vida falazmente
su Manzana, de todo acíbar fuente,
y aún rama de lirios mañanera.

Que, soñándote, pienso recobrarte
con tu traje de flor y tu sonrisa
deteniendo la aurora en la ventana.

Abril entonces volverá a encontrarte
junto a mi corazón, una mañana,
de nuevo, Gladis, quinceañal sin prisa.

Sin Mi, Poeta, Ni El Canto, Ni La Rosa, Ni Tu…

“Esse est percipi.” (George Berkeley:
“Treatise Concerning the Principles of
Human Knowlegde”)

Que cuanto atañe a ti canta o florece,
fluctuando entre el jardín y la canción.
Y un palomar que del corpiño crece.
empolla en tu garganta la pasión.

Que, al rumor de tus crespos, amanece
de repique y cananga la región.
Y una leyenda de tabúes te mece
de los pies a la boca, en tentación.

Configurando el talle del aroma,
anfóreamente tu cadera asoma
–samaritana– en el camino asceta.

Canta o florece cuanto atañe a ti…
Pues bien, ni el canto, ni la rosa, ni
siquiera tú serían sin mí, poeta.

Tarde Adentro

Mi guitarra alucinada
de misterio y de belleza,
por cuyo cordaje azul
la campiña se renueva,
colgada está de la rama
de un silencio gris sin espera.

Allá, esquinando la tarde,
el bordón abre la puerta,
en cuyo quicio sentada,
tras un portal con hortensias,
la prima –niña lilial–
me aguarda bordando estrellas.

Silva En Exaltación De Liliana Onírica

–Pomo de azul– Liliana: tus pupilas
soñé un cañal –encanecido verde
por virulíes de espuma y que no obstante
ríe con dentezuelos de rocío–.
(¿Lustral de mariposas?)

También que te nacían
cascabeles de luz entre los crespos
(¿O quizá de perfume?)

Más. Que el alma del monte
se hacía niña otra vez,
al prorrumpir en manantial de pájaros
la tempranita rama de tu reir.
(¿Goteando, por recién
cortada, primavera?)

Y al escindir tu blusa,
de puro pastoril, la tarde, égloga
eras tú, sugerida
de algún vitral en flor.
Y tu falda oriazul
con sobresaltos de recobro édenico.
(¿Insulas de guardado rosicler
o panales de cielo?)

Eso soñé de ti,
mi Liliana lilial
–torre de lirios–.

La Tarde Desandada En Corazón

This visible silence, still as the hour-glass.
Gabriel Rossetti: «Silent Noon».)

Entre el atardecer,
échase a desandar mi corazón…

Y la cabeza, errátil, descamino
hasta el hogar de la niñez. Por gusto
buscar allí, llamando. Allí no hay nadie.
De soledad, vaciaron los espejos.
Sobra, sin tiempo, ese despertador.
Mecen las mecedoras el silencio, suspensas.
En las camas, insomnes desnúcanse las colchas.
Y, al fondo de un baúl desmemoriado,
desechada, destíñese
–ya un trapito tan sólo– la esperanza.
Se quebró, derramándose,
la jarra familiar de la alegría…

Llamo de cuarto en cuarto a mamá. No me
(atiende,
ni me dice “¿Qué, niño?”
Entonces me da miedo tanta ausencia,
y a buscarla corro a la cocina,
donde, para sus hijos, ella panificaba
a diario el corazón, calladamente.
Mas tampoco allí doy con mamá. Es el fogón
el que solito está, con el ojo gastado
de enterrar su candela en las cenizas.
No hay nadie allí. Por gusto
buscar allí, llamando. Allí no hay nadie.

Desentechada la ilusión, retráigome
al taller de papá. ¡Qué va! Tampoco
él está y ni siquiera
la afanosa honradez de su martillo
reconfortando, a golpes temporales,
el ánimo andariego del zapato,
alicaído ya. Allí no hay nadie.

Hasta el alma arrincono y se me olvida
como una deshojada canción. Allí no hay
(nadie

En la casa de la tarde tampoco hay nadie.
Cerrada está la puesta y de allá vienen
ladridos de orfandad. Unos pericos
regresan de la escuela del recuerdo…

¡No hay nadie hoy!
Entre el atardecer,
échase a desandar mi corazón…

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A mi nadie me entiende, soy igual que…
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