AL FINAL DE CAMINO (Mi poema)
Héctor Borda Leaño (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

Caminante soy que voy imaginando,
a los molinos de viento destruyendo,
voy andando y mientras lo hago voy pensando
y a cada paso que doy envejeciendo.

Hoy recojo florecillas de ambos lados,
y entre coles voy a cardos borriqueros,
es mi alma quien precisa de cuidados
pues mi cuerpo harto está de tantos sueros.

Mi placer es el poder seguir soñando
y al pasado algunas veces recurriendo,
comprobando de sufrir me estoy ahogando
y otras veces desear seguir viviendo.

Reprochando, muchas veces rebotando,
contra todos los ciclones resistiendo
y a medida que ya avanzo voy dudando
y otras lleno de esperanza voy creyendo.

Y así un día y otro día cavilando
sin saber la razón o qué pretendo,
reclamando a Dios y con el mazo dando,
de tristeza sospechando estoy muriendo.
©donaciano bueno

Comentario del autor sobre el poema: Eso de que la vida es un camino ya lo dijeron gentes mucho más versados que yo, Machado, Bécquer…Ahora lo hago modestamente yo aquí a mi estilo.

MI POETA SUGERIDO: Héctor Borda Leaño

Héctor Borda Leaño

Mineros uno

Caminas todavía entre sílice y cal,
entre martillos
con lacerado pulmón que te acompaña
en la tos terminal de tu apellido.

¿Subes acaso, desgastando sueños
que en cachorro de ruido y polvareda
encoraginan puños y adjetivos?

Atento ante la muerte,
drásticamente amortajado un hueso
reseco en sus raíces
enumeras tu pan y las heridas
de tu famoso grito,
de tu rabia inconclusa
y la prédica inmemorial de tu andadura.

Subes o bajas desbastando sombras
con la luz consecuente de lentos lamparines,
te lleva de la mano un salario agostado
y te llevas tú mismo y sin pretextos
como tapa de tumbas desmedidas.

Está tu grito tenso,
tu joroba ancestral,
la tenaz ilusión de hollar la roca
sin macular sus sacras desnudeces,
está el trajín de tus zapatos
cloqueando en los charcos de tus charcos.
Sin embargo prosigues,
martillo de ocho libras, barreta, dinamita,
como puñal sangrante en medio de la veta
vistiendo de crepúsculos
el tendón magistral de tu estatura.

Sin embargo prosigues,
yugulada tu voz entre las sombras,
tributario de orígenes, nictálope veraz,
locura sin retorno entre cristales
de venenosos filos trasnochados.

¡Cuánto más! Un salario de alcoholes edifica
catástrofes de coca,
secretos rituales, donde la muerte misma
empieza a retejer sus misereres.

Sin embargo prosigues,
cerrado a cal y canto en tus angustias,
debajo de tu piel un puño alzado,
debajo de tu piel el hambre y los fusiles.

Presencia de la coca

Ha de bajar por un secreto canal
de rutas capilares
cerrando las heridas,
amansando la dolorosa gestación de los sueños.

Por las orillas del hambre y del cansancio
ha de ir tejiendo su ramazón
de obnubilaciones y lamentos.

Ha de ir cayendo gota a gota,
destilándose finamente
por las arterias del hombre dolorido,
hasta llegar en comunión de maleficios
al supay mineral
y en la agraria desolación de pachamama
ha de volver por el camino
de la papa y la sara
hacia el cielo infinito.

La coca ha de pasar
bajo un sombraje de casiteritas,
de rosicleres inermes en la mano del tiempo
hacia la constelación de las leyendas,
la coca retornará hacia el pasado
volviendo a mensurar la impronta de los mitos
donde se guarecen los cóndores nocturnos
en el silencio en que florecen las piedras.

La coca junto a la mueca del desprecio
se ha de ir haciendo persistencia de dios
en las entrañas del hombre.
Una quebrada geografía caminará con paso solitario,
alqamaris nativos graznarán en la oreja
del perdido
cuando hormigas minerales,
sapos, cóndores, sierpes descabezadas,
hondas raíces corroídas por el agua,
nitros en corrosión
sochapen los ojos taumaturgos
a la piedra del tiempo
con brújula de soledad y de martirio,
y en la sensación del desvarío
por la wilancha y los sahumerios
la coca ha de volver al mismo sitio.

La coca ha de bajar como clepsidra
por un secreto canal de rutas capilares
socavando a la muerte
su angurria de paz
sin dejar más caminos que el sueño.

Soneto a la serpiente

Lloró en la noche grande la serpiente
y lloraron los pájaros de arena
el agua temblorosa en su corriente
y la sombra vibrando en la falena.

Lloró en la noche grande la serpiente
como insuflando su dolor de quena,
quemando como fuego en el sufriente
corazón de la piedra y de la pena,

Lloró en la noche con dolor ajeno,
con voz de polvareda y de veneno,
con voz de soledad y de regreso.

Mas la piedra sonora en trizadura,
acomodó a la sierpe en la ternura
de su matriz cantora y de su hueso.

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Donaciano Bueno Diez
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