Tú y yo y aquel, el otro
y el que asó la manteca,
todos,
frutos somos del azar,
de un accidente en este macrocosmos
cuya inmensidad desconocemos.
Nacemos de padres pobres, ricos,
electricistas, funambulistas o toxicómanos,
en un punto del planeta Tierra
que nos tocó en la Loto celestial.
Crecemos intentando ganar tiempo al tiempo,
y a cada paso que damos menos nos queda.
Creemos en un dios heredado
al que buscamos a sabiendas que nunca encontraremos,
hasta el día en que pensamos, y dudamos,
y nos hacemos agnósticos
o lo que es peor, ateos.
Aprendemos de lo que nos inculcan
los obsesos adoctrinadores de turno,
vampiros, sacamantecas,
para beneficio propio.
Pomposamente proclamamos nuestros principios,
si no les gustan tenemos otros (Groucho Marx).
Vivimos, sin saber por qué vivimos,
intentando acumular riquezas materiales
que pronto se irán por el inodoro
sirviendo de carnaza para los herederos,
que, como aves de rapiña,
nos lo agradecerán con sus disputas.
Gozamos y elevamos un altar al placer,
al amor, a la amistad
y a la vida
y en todo nos ciscamos.
Fingimos ser buenos de solemnidad
-a dios rogando y con el mazo dando-,
como los falsos predicadores.
Sufrimos porque Ronaldo no mete un gol
a sabiendas de que nosotros a Ronaldo
le importamos un carajo.
Jugando a ser trascendentes,
nosotros, si, nosotros,
fantasmas auto-sobre-valorados, de mierda.
un hombre
apura sus pasos, cumple su rito:
inclina su nada;
deja el temblor que a veces queda
donde hubo vida y ahora hay olvido.
Orillas
afuera ladra un perro
a una sombra, o a su eco
o a la luna
para hacer menos cruel la distancia
siempre es para huir
que cerramos una puerta,
es desierto la desnudez que no es promesa
la lejanía
de estar cerca sin tocarse
como bordes de la misma herida
adentro no cabe adentro,
no son mis ojos
los que pueden mirarme a los ojos,
son siempre los labios de otro
los que me anuncian mi nombre.
Primavera
Es el mismo
árbol
de tantos otros años,
de algún que otro poema;
el mismo que otra vez
reverdece en mi ventana.
Es la misma savia que, año tras año,
se dice más callada en mis latidos.
El que escribe, Donaciano,
como el labriego en Castilla
va esparciendo la semilla
a voleo con la mano.
Lo mismo que hace el cristiano
que a Dios no ha visto y le reza
y espera de su grandeza
que llegado el mes de abril
le riegue con aguas mil
la madre naturaleza.