YO UN DÍA QUISE SER DIOS (Mi poema)
Gabriel García Tassara (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

Luchar por ser eterno es muy loable.
Yo un día quise armarlo y poseerlo
e, iluso, me enfrenté ya con mi sable
un sable de estraperlo.

Aquí donde me veis yo quise serlo
sabiendo grande es dios y yo pequeño
y aun hoy que no me alcanzo ya a creerlo
no ceso en el empeño.

¿Querer ser dios, quién dice que eso es malo?
Posible fuera propio de ignorantes.
Mas sé que si lo intento me resbalo,
ocurre a los tunantes.

Comprendo dios es alto y yo soy bajo,
que dios no se equivoca y yo derrapo,
que el mismo está allá arriba y yo aquí abajo
y de él soy su guiñapo.

Mas miro cada vez que salta un sapo
y admiro la destreza del escuerzo
y observo, cual muñeco que es de trapo,
lo útil de su esfuerzo.

Querer es pretender, es intentarlo,
mas ahora que lo pienso es picar alto,
mejor es evitar, y aquí zanjarlo,
caerme mientras salto.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO:  Gabriel García Tassara

HIMNO AL MESÍAS

Baja otra vez al mundo,
¡Baja otra vez, Mesías!
De nuevo son los días
De tu alta vocación;
Y en su dolor profundo
La humanidad entera
El nuevo oriente espera
De un sol de redención.

Corrieron veinte edades
Desde el supremo día
Que en esa cruz te vía
Morir Jerusalén;
Y nuevas tempestades
Surgieron y bramaron,
De aquellas que asolaron
El primitivo Edén.

De aquellas que le ocultan
Al hombre su camino
Con ciego torbellino
De culpa y expiación;
De aquellas que sepultan
En hondos cautiverios
Cadáveres de imperios
Que fueron y no son.

Sereno está en la esfera
El sol del firmamento;
La tierra en su cimiento
Inconmovible está:
La blanca primavera
Con su gentil abrazo
Fecunda el gran regazo
Que flor y fruto da.

Mas ¡ay! que de las almas
El sol yace eclipsado:
Mas ¡ay! que ha vacilado
El polo de la fe;
Mas ¡ay! que ya tus palmas
Se vuelven at desierto
No crecen, no, en el huerto
Del que tu pueblo fue.

Tiniebla es ya la Europa:
Ella agotó la ciencia,
Maldijo su creencia,
Se apacentó con hiel;
Y rota ya la copa
En que su fe bebía,
Se alzaba y te decía:
«¡Señor! yo soy Luzbel».

Mas ¡ay! que contra el cielo
No tiene el hombre rayo,
Y en súbito desmayo
Cayó de ayer a hoy;
«Y en son de desconsuelo,
Y en llanto de impotencia,
Hoy dama en tu presencia:
«Señor, tu pueblo soy».

No es, no, la Roma atea
Que entre aras derrocadas
Despide a carcajadas
Los dioses que se van;
Es la que, humilde rea,
Baja a las catacumbas,
Y palpa entre las tumbas
Los tiempos que vendrán.

Todo, Señor, diciendo
Está los grandes días
De luto y agonías,
De muerte y orfandad;
Que, del pecado horrendo
Envuelta en el sudario,
Pasa por un Calvario
La ciega humanidad.

Baja ¡oh Señor! no en vano
Siglos y siglos vuelan;
Los siglos nos revelan
Con misteriosa luz
El infinito arcano
Y la virtud que encierra,
Trono de cielo y tierra
Tu sacrosanta cruz.

Toda la historia humana
¡Señor! está en tu nombre;
Tú fuiste Dios del hombre,
Dios de la humanidad.
Tu sangre soberana
Es su Calvario eterno;
Tu triunfo del infierno
Es su inmortalidad.

¿Quién dijo, Dios clemente,
Que tú no volverías,
Y a horribles gemonías,
Y a eterna perdición,
Condena a esta doliente
Raza del ser humano
Que espera de tu mano
Su nueva salvación?

Sí, tú vendrás. Vencidos
Serán con nuevo ejemplo
Los que del santo templo
Apartan a tu grey.
Vendrás y confundidos
Caerán con los ateos
Los nuevos fariseos
De la caduca ley.

¿Quién sabe si ahora mismo
Entre alaridos tantos
De tus profetas santos
La voz no suena ya?
Ven, saca del abismo
A un pueblo moribundo;
Luzbel ha vuelto al mundo
Y Dios ¿no volverá?

¡Señor! En tus juicios
La comprensión se abisma;
Mas es siempre la misma
Del Gólgota la voz.
Fatídicos auspicios
Resonarán en vano;
No es el destino humano
La humanidad sin Dios.

Ya pasarán los siglos
De la tremenda prueba;
¡Ya nacerás, luz nueva
De la futura edad!
Ya huiréis ¡negros vestiglos
De los antiguos días!
Ya volverás ¡Mesías!
En gloria y majestad.

Naciera yo, naciera en las montañas

Naciera yo, naciera en las montañas,
yo que admiro su rústica belleza,
más cercano de sí , ¡naturaleza!
con su luna, su sol, su inmensidad.
Y salvando las breñas y torrentes
de las fieras salvajes al bramido
no hubiera con su aliento corrompido
mi falleciente ser la sociedad.
Y no que estoy con rabia contemplando
desde el profundo abismo de mi suerte
el triste pensamiento de la muerte
las horas de mi vida presidir.
Si es lo que suena, mi tremenda hora,
llevaré hasta la tumba mi deseo.
¡Crepúsculo oriental! yo no te veo.
Ya para mí no hay sol. . . . esto es morir

A DANTE

INVOCACIÓN DE UN POEMA.
Lasciate ogni speranza.

Sagrado Homero de la antigua Europa
que apuraste en tu ardor hasta las heces
de la suprema inspiración la copa;
Dante inmortal que con los siglos creces
y al rudo son de tu salvaje canto
a las generaciones estremeces;
Tú, que en las alas de tu genio santo
el Cielo recorriste y el Infierno,
mansiones de la luz y del espanto;
¿Por qué la voz del hombre es ese interno
lamento de dolor, hondo, infinito,
inenarrable, inacabable, eterno?
¿Por qué la voz del genio es ese grito
que resuena del mundo en la memoria
como el ¡ay! de Luzbel al ser maldito?

Canta Moisés, y la tremenda historia
canta del Cielo y del Edén vedado,
y al hombre despojado de su gloria.
Canta de los Profetas el sagrado
coro, y sus misteriosas armonías
la historia son del primordial pecado.
Llora con llanto eterno Jeremías,
David ve a Dios ceñudo e iracundo,
tiembla Jerusalen ante Isaías.
Y Job, envuelto el rostro en polvo inmundo,
a decir su dolor no encuentra nombres,
y lanza un ¡ay! que aun estremece al mundo.
Canta Homero, profeta de los hombres.
si los otros de Dios, el que esa lira
te dio, ¡gran Dante! con que al mundo asombres.
Canta, y canta de Ilion la inmensa pira,
y del Aquivo el funeral trofeo,
y de los Dioses la tremenda ira.
Canta Esquilo, y nos canta a Prometeo,
la roca insuperable del destino,
y el eterno buitre del deseo.
Prosigue el hombre su fatal camino,
y cuando el mundo con su peso oprime
el Capitolio del poder latino,
Canta Virgilio, y si su voz sublime
canta de nuevos siglos nueva aurora,
Roma asombrada con su canto gime.
Mas ¡ay! ya viene el que en los Cielos mora,
el que el Oriente y Occidente espera,
el que la triste humanidad implora,

¿Dolor?… ¿Siempre dolor? En su carrera
el Hombre-Dios exhalará un gemido
que oirán todos los vivos cuando él muera;
Y será tu Evangelio prometido
la historia, ¡oh Dios!, de la miseria humana,
escrita con la sangre de tu Ungido;
Y en visión iracunda y soberana
verá San Juan ante sus turbios ojos,
del caos humano y de la muerte hermana,
En la hora de los últimos despojos
la Bestia Apocalíptica triunfante
del mundo apacentarse en los despojos.
Sucumbe Roma, la nación gigante,
y corre desde el mudo Capitolio
al Gólgota inmortal la Europa infante.
Cesa el canto oriental y el ritmo eölio.
no hay Moises, no hay Homero. Dante sube
de la suprema inteligencia al solio.
Su canto oíd. Arrebolada nube
de robusta y magnífica armonía
le circunda la sien como a un querube.
Acaso ya tras la hecatombe impía
el hombre va a escuchar por vez primera
un himno de esperanza y de alegría.
Ya alza los ojos a la ardiente esfera,
ya resuena en su voz y en su alma late
la voz y el alma de la Europa entera.
Ya va a cantar el inspirado vate,
ya retiembla la lira entre sus manos…
¡Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate!

¡Oh de la vida y de la muerte arcanos!
¡Oh terrífico adios a la esperanza!
¡Oh sentencia fatal de los humanos!
¡Oh venganza de Dios! ¡Oh gran venganza
cuyo eterno cuchillo de diamante
ninguna mano a desclavar alcanza!
Tu Infierno es este mundo, ¡oh padre Dante!
encima del dintel de nuestra vida
la tremenda inscripción ya está delante.
El mal hizo en la tierra su guarida,
el bien no es más que idealidad suprema,
entre oscuros crepúsculos perdida.
Víctima de un recóndito anatema,
huérfana de su Dios abandonada
como las sombras de tu gran Poema;
De caminar y caminar cansada,
un círculo de círculos corriendo
como esos que corrió tu planta osada;
El eterno Cocito circuyendo
por ver si un soplo de aquilón divino
mueve la onda letal del lago horrendo;
Preguntando a la sombra su destino
sin más luz que la sombra que le espera
como al principio al fin de su camino;
La humanidad, ¡oh Dante!, desespera,
la humanidad, la humanidad y el hombre.
Que el hombre es, ¡ay!, la humanidad entera.
Edipo no halla de su enigma el nombre,
por los infiernos de su infierno gira,
y no hay visión allí que no le asombre.

Por eso, ¡oh Dios!, la humanidad suspira,
y el genio, que es su voz, cuando la canta
ayes arranca a su funesta lira.
Por eso hasta esa Musa sacrosanta
del bien supremo donde está el arcano
que en sus alas divinas se levanta.
Esa Musa de acento soberano.
la excelsa y refulgente Teología,
también es Musa del dolor humano.
¡Oh virgen celestial de la Poesía!
También ella es dolor… Mira a la ciencia,
la antes pura y genial Filosofía,
Mírala revolcarse en su impotencia;
carnal matrona de infecundo seno,
jamás pudo engendrar una crëencia.
De ella está el mundo con sus siglos lleno;
lo sabe todo, pero al hombre ignora,
y a remediar su mal le da veneno;
Y cuando suena la tremenda hora
de esas tormentas cuya voz retumba
sobre esta Europa que en tinieblas llora,
Cual vil sepulturera, abrir la tumba
del pueblo que murió dado le es sólo
y llorar en la inmensa catacumba.
La Europa va a morir. Tú, sacro Apolo
del Parnaso de Cristo, dime un canto
que resuene en su vasto mauseolo.
Tú la cantaste ya cuando áureo manto,
malla feudal, sacerdotal tiara
ostentaba en el trono sacrosanto.

Yo idolatrando la veré en el ara
el espectro del oro y la fortuna,
de inspiración y de entusiasmo avara.
Entonces como ahora, allá en su cuna
y en el lecho fatal de su agonía,
el fantasma tremendo la importuna.
Cantemos de la Historia la elegía:
Sol de la humanidad, de sus regiones
la idealidad se aleja cada día.
En vano entre magníficos blasones
renacerá, renacerá en su hoguera
el fénix inmortal de las naciones.
El hombre, ¡padre Dante!, desespera,
dobla la sien en la doliente mano,
y abandona el timón a la onda fiera.
No inquiere ya el arcano. No hay arcano.
No ansía ya la venganza. No hay venganza.
No hay más que el himno del dolor humano,
y el sempiterno adiós á la esperanza.

A LAS CUMBRES DEL GUADARRAMA

Cumbres de Guadarrama y de Fuenfría:
columnas de la tierra castellana,
que, por las nieves y los hielos,
cana la frente alzáis, con altivez sombría.
Campos desnudos como el alma mía,
que ni la flor ni el árbol engalana:
ceñudos, al nacer de la mañana;
ceñudos, al morir del breve día.
Al fin, os vuelvo a ver, tras larga era;
os vuelvo a ver con el latido interno
del patrio amor, que, vivo, persevera.
Para mí y para vos llegó el invierno.
Para vos tornará la primavera,
mas mi invierno, ¡ay de mí!, será ya eterno.

A FERNÁN CABALLERO

ENVIÁNDOLE UN EJEMPLAR DE MIS POESÍAS

Tú a quien dos veces admiré en el mundo,
primero, en esa arábiga Sevilla,

de una entusiasta juventud cercada,
la hermosa dama, la sin par Cecilia;
Después allá cuando de mí ignorado,
tras anchos mares en extraños climas
por la mafia entre aplausos repetido,
de Fernán Caballero el nombre oía;
Dígnate recibir como un recuerdo
de la antigua amistad nunca extinguida
como una ofrenda en el altar del genio
que en sus alas fulgentes te sublima,
Dígnate afable recibir el libro
arca no, sino tumba de reliquias
donde al fin encerré los pobres versos,
que al azar engendró mi fantasía.
Acaso entre ellos hallarás algunos
que al fresco murmurar de la onda estiva
de su jardín las auras aprendieron,
en las noches de luz de Andalucía;
Ysi espejos no son cual tus poemas
de un alma en tu fervor pura y tranquila
sí de esta audaz generación del siglo
la Haga aquí tal vez sangre destila;
Hijos siempre serán de aquella musa
que en ya lejanos cuanto hermosos días
de Byron, Goethe y Lamartine los nombres,
¡musa tú más feliz!, de ti aprendía.
Sé indulgente con ellos cual soliste;
y entre tanto esta página te diga
la sincera efusión de la memoria
que a Cecilia y Femán su autor envía.

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Donaciano Bueno Diez
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