ENVIDIA COCHINA (Mi poema)
Pedro Garfías (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo
 

Yo tengo una ilusión, irme del mundo
a ver o descubrir nuevos planetas,
haciendo al que abandono cuchufletas
así sin dedicarle ni un segundo
dejándole pudrirse con su grietas.

Ansiando descubrir a otros mejores
que al menos el vivir sea más cristiano,
y a Dios se le contemple más cercano
-allí donde las obras sean amores-,
más sano, más florido y más lozano.

Mas debo precisar son los humanos,
aquellos, los que a mi más me molestan,
consciente como sé que ellos apestan
al verlos arrastrarse cual gusanos
que gritan, desgañitan y protestan.

De nuevo a visitar y a dar envidia,
después, cuando lo encuentre, volvería
¡no puedo soportar cómo sería!
gozando al contemplar que les fastidia
Y henchido de emoción, ya moriría.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: Pedro Garfías

Pedro Garfías

Romance de la soledad

Homenaje a Góngora

Aquí estoy sobre mis montes
pastor de mis soledades.

Los ojos fieros clavados
como arpones en el aire.

La cayada de mi verso
apuntalando la tarde.

Quiebra la luz en mis ojos
la plenitud de sus mármoles.

Tiene el tiempo en mis oídos
retumbos de tempestades.

Mi corazón se acelera
sobre el volar de las aves.

Vibra mi sien al zumbido
de los vientos y los mares.

Y aquí estoy sobre mis montes
pastor de mis soledades.

Capitán Ximeno

Mirada azul de Ximeno
en cara de niño bueno.
Mirada de azul cuajado,
de azul acero templado
tan inocente
bajo la paz de la frente.

Dicen, Ximeno, que fuiste
bandolero y que supiste
de la fuga por los montes
hacia aquellos horizontes
donde nadie sabe dónde
un tibio rincón se esconde
para el hombre como el ave
sediento de libertad.
Y quién sabe
si fue mentira o verdad.
Yo te he visto Capitán
en el frente cordobés:
del Batallón de Garcés.
Valiente, serio, callado,
gran soldado
sobre tu caballo alzado
qué buena estampa tenías
tu mirada, como el cielo
desperezando su vuelo
sobre lentas lejanías.
Y ahora irás por las veredas
y entre breñas y jarales
—no por blandas alamedas
ni por caminos reales—
a la muerte. Buen Viaje.
Tu pistola sin reposo
y tu caballo nervioso
serán tu sólo equipaje.
Y tu silencio y tu afán
desolados…
Capitán
de bandidos y soldados.
Y a mi qué
si yo siempre te veré
con la muerte terca enfrente
y tu mirada inocente
mirándola fijamente.
¡Ay, Ximeno, Capitán
del Batallón de Garcés;
Capitán
de la cabeza a los pies!

Asturias

Asturias, si yo pudiera,
si yo supiera cantarte…
Asturias verde de montes
y negra de minerales.
Yo soy un hombre del Sur;
polvo, sol, fatiga y hambre,
hambre de pan y horizontes
¡Hambre!
Bajo la piel resecada
ríos sólidos la sangre
y el corazón asfixiado
sin venas para aliviarle.
Los ojos ciegos, los ojos
ciegos de tanto mirarte
sin verte, Asturias lejana,
hija de mi misma madre.

Dos veces, dos, has tenido
ocasión para jugarte
la vida en una partida,
y las dos te la jugaste.
¿Quién derribará este árbol
de Asturias, ya sin ramaje,
desnudo, seco, clavado
con su raíz entrañable
que corre por toda España
crispándonos de coraje?

Mirad, obreros del mundo
su silueta recortarse
contra ese cielo impasible
vertical, inquebrantable,
firme sobre roca firme,
herida viva su carne.

Millones de puños gritan
su cólera por los aires,
millones de corazones
golpean contra sus cárceles.

Prepara tu salto último
lívida muerte cobarde
prepara tu último salto
que Asturias está aguardándote
sola, en mitad de la Tierra,
hija de mi misma madre.

Madrid

I
Déjame mirarte bien
con mis dos ojos abiertos,
Madrid de las casas rotas
y del corazón entero.
Déjame mirarte bien
con un mirar largo y lento
que te recorra la piel
y te penetre los huesos
Que cada herida en tu carne
abra una herida en mi pecho.
Que cada lágrima tuya
fluya por mis ojos ciegos,
ciudad abierta a la muerte
por la tierra y por el cielo.
Déjame mirarte bien
que quiero llevarme dentro
para mil eternidades
tu recuerdo.

II
Bajo la metralla bullen las mujeres
Bajo la metralla los hombres trabajan,
bajo la metralla descansan los viejos
y los niños juegan bajo la metralla.

Graves, sobrios, serios
bajo la metralla.

Sin miedo ni alardes,
sin prisas ni pausas,
con el ritmo justo,
con la cotidiana
razón de su vida —razón del destino—
bajo la metralla.

III
Quinientas noches en vela
como montaña de plomo
pesando sobre sus párpados
que ha enrojecido el insomnio,
tiene a Madrid en pie
sobre un pedestal de escombros
sólo con la muerte enfrente
y con la vergüenza en torno.
Qué tranquilo su ademán,
qué transparentes sus ojos
que ya no velan los sueños
y no fatiga el reposo.
De pie sobre sus entrañas,
que no hay cimiento más sólido,
mira el bullir de sus hijos
en un despertar glorioso.
Derrama París su llanto
demagógico.
Londres arropa en su niebla
los deslumbres de su oro.
Madrid espera y espera,
sobre un pedestal de escombros,
sin sus collares de luces
y entre sus mármoles rotos
espera y espera y mira
por encima de sus hombros.

A mi padre

¿Por qué no hablamos nunca, largamente,
tú y yo padre, cuando esto era posible,
como dos hombres, como dos amigos
o dos desconocidos que se encuentran

en el camino y echan un cigarrillo
y se sientan al borde de la vida
mirando pasar la tarde y el camino
y hablan, hablan y callan, pausas de humo,

miradas vagas, las palabras caen
y se quedan flotando en el silencio,
a veces dicen su verdad primera,

el origen, la fuente, y se desnudan,
las palabras desnudas amanecen,
por qué no hablamos nunca, solos, largo?

Cuando me tiro de noche

Cuando me tiro de noche
en el ataúd del lecho
que es menos duro que el otro
porque ya sabe mis huesos,
me pongo a mirar arriba
los astros de mis recuerdos.

Aquél que se abrió de pronto
cuando todo era misterio.
El otro que se apagó
antes de sentirse abierto.

A veces grito iracundo:
aquí me falta un lucero,
aquí me sobra una estrella.
¿Quién hizo este firmamento?

Una voz piadosa dice
que no es cielo sino techo.
—Por mi vida, grito yo,
dejadme saber mi sueño.
Donde yo pongo los ojos
todo es cielo—.

Por el aroma roto de un recuerdo

Por el aroma roto de un recuerdo,
como por un incienso mutilado,
brotas de la memoria en que me pierdo,
cristal sin luz, metal acongojado.

Contigo traes el llanto de la encina
y la cinta sin mácula del hielo.
Contigo el ronco viento de la esquina
y el tierno y largo jadear del suelo.

Contigo traes, a tu costado atado,
el mar de ancho pulmón y duro acento,
y a la húmeda sombra del costado
el río soñador y soñoliento.

La brisa que fue ala sollozante,
el cielo que fue verde praderío,
el trabajado lirio de diamante
y la oliva viajera por el río;
el toro inmóvil, la veloz espiga
contigo traes, de mi memoria brotan
y en un dulce atropello sin fatiga
por la corriente de mis hombros flotan.

Dejadme a mí, dejadme a la ventura
andar, llorar sin voz, mirar en vano
hasta caer sobre la tierra oscura
con la frente en el cuenco de mi mano.

Porque te siento lejos

Porque te siento lejos y tu ausencia
habita mis desiertas soledades,
qué profunda esta tarde derramada
sobre los verdes campos inmortales.

Ya el Invierno dejó su piel antigua
en las ramas recientes de los árboles
y avanza a saltos cortos por el prado
la Primavera de delgado talle.

Por el silencio de pendiente lenta
rueda la brisa en tácito oleaje
y apunta la violeta su murmullo
al pie del roble y de la encina grave.

En las aguas inmóviles del lago
anclan nubes y luces vesperales
y tiende el bosque sus flexibles redes
al vuelo prodigioso de tu imagen.

El sol azul con cuidadosas manos
rayos y brumas teje en noble arte
hasta dejar de tu color, amada,
la piel inmaculada de la tarde.

Te miro recostada sobre el césped,
agua verde y verdor claro tu carne,
tu rumoroso pelo embravecido
y el bosque de tu risa palpitante.

Alrededor de tus tobillos breves
ciñe la luz minúsculos collares
y abrazan a tus brazos poderosos
los tallos y las ramas verde antes.

Pulsan las finas cuerdas del silencio
tus voces y los pájaros locuaces;
el cielo en plenitud abre sus venas
de calurosa y colorada sangre

¡y alza mi corazón su pesadumbre
como un nido de sombras un gigante!

Intermedio

Llanto sobre una isla

Ahora
ahora sí que voy a llorar sobre esta gran roca sentado
la cabeza en la bruma y los pies en el agua
y el cigarrillo apagado entre los dedos…
Ahora
ahora sí que voy a vaciaros ojos míos, corazón mío,
abrir vuestras espitas lentas y vaciaros
sin peligro de inundaciones.
Ahora voy a llorar por vosotros los secos
los que exprimís vuestra congoja como una virgen sus
pechos
y por vosotros los extintos
que ya exhaláis vapor de hieles.
Ahora voy a llorar por los que han muerto sin saber por qué
cuyos porqués resuenan todavía
en la tirante bóveda impasible…
Y también por vosotras, lívidas, turbias, desinfladas
madres,
vientres de larga voz que araña los caminos.
Un llanto espeso por los pueblecitos
que ayer triscaban a un sol cándido y jovial
y hoy mugen a las sombras tras las empalizadas.

Y por las multitudes
que pasan sus vigilias escarbando la tierra…
Un llanto viudo por los transeúntes
tan serios en el ataúd de su levita.

Ahora
ahora puedo llorar mis llantos olvidados
mis llantos retenidos en su fuente
como pájaros presos en la liga.
Los llantos subterráneos
los que minan el mundo y lo socavan
los que buscan la flor de la corteza
y el cauce de la luz, los llantos mínimos
y los llantos caudales, acudan a mis ojos
y fluyan en corrientes sosegadas
e incorporarse al llanto universal.

Sobre esta roca verdinegra
agua y agua a mi alrededor
ahora sí que voy a llorar a gusto.

Antología poética, Finisterre, México, 1970

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Autor

Donaciano Bueno Diez
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