SEMBRAR A VOLEO (Mi poema)
Manuel Scorza (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

Antiguamente dicen que se hacía,
-la forma de sembrar era a voleo-,
más propia, más humana, según creo,
que a mano la simiente se esparcía.

Mas ahora ya se extiende con tractores
que son el sustituto de las manos,
sin alma ni emoción, menos humanos,
y en esto como en todo hay detractores.

Sembrar es repartir. Que los amores
sujetos no han de estar a vanidades
el odio siempre arrastra tempestades,
frecuente es que se torne en desamores.

Recuerdo era aquel mundo más cercano,
sin tanta maquinaria, automatismo,
que el hombre siempre hacía de sí mismo
debiendo comportarse cual cristiano.

No quiero predecir, no soy profeta,
que al hombre se le ha abierto un nuevo frente,
la máquina avanzando firmemente
y el hombre ya en estado de retreta.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDOManuel Scorza

Años de los castigos

¡Años de los castigos!
¡Años de las prisiones!
¡Años que se comieron las arañas!
No tuve paz,
ni dónde reclinar la cabeza.
Los trenes me llevaban,
entraban a las tumbas,
cruzaban los infiernos,
mas mi corazón salía
de los hornos tiritando.

¡Años de los perseguidos!
¡Años de los flagelados!
¡Años como ratas echadas a morir!
Como piedra atravesé la vida,
las miserias, las prisiones,
anduve por los pueblos,
llegué a la comarca
donde el pan sólo se viste de fantasma.

Desde casas vacías,
desde catres solteros,
desde trajes gastados y pálidos deudores,
desde domingos sin nadie con quien pasear,
vengo diciendo que los hombres sufren,
las aguas sufren, las camas sufren.

A verme vienen quejándose las tardes,
las piedras quieren que cuente las pisadas,
el túnel tiene hinchado su único ojo,
toca el gallo su corneta lastimera.
¡Oscura es la vida,
la tierra sólo sirve para enterrarnos!

Epístola de los poetas que vendrán

Tal vez mañana los poetas pregunten
por qué no celebramos la gracia de las muchachas;
tal vez mañana los poetas pregunten
por qué nuestros poemas
eran largas avenidas
por donde venía la ardiente cólera.

Yo respondo:
por todas partes oíamos el llanto,
por todas partes nos sitiaba un muro de olas negras.
¿Iba a ser la Poesía
una solitaria columna de rocío?
Tenía que ser un relámpago perpetuo.

Mientras alguien padezca,
la rosa no podrá ser bella;
mientras alguien mire el pan con envidia,
el trigo no podrá dormir;
mientras llueva sobre el pecho de los mendigos,
mi corazón no sonreirá.

Matad la tristeza, poetas.
Matemos a la tristeza con un palo.
No digáis el romance de los lirios.
Hay cosas más altas
que llorar amores perdidos:
el rumor de un pueblo que despierta
¡es más bello que el rocío!
El metal resplandeciente de su cólera
¡es más bello que la espuma!
Un Hombre Libre
¡es más puro que el diamante!

El poeta libertará el fuego
de su cárcel de ceniza.
El poeta encenderá la hoguera
donde se queme este mundo sombrío.

Soy el desterrado

América,
a mí también debes oírme.
Yo soy el estudiante
que tiene un solo traje y muchas penas.
Yo soy el desterrado
que no encuentra la puerta en las pensiones.
Te digo que en las calles
y en las azoteas y en las cocinas,
y al fin de cada día y en mi pecho,
algo está muriendo.

Escúchame:
Yo soy el desterrado,
yo vagué por las calles
hasta que los perros
lamieron mi amor desesperados.
¡Acuérdate de mí!
Hay días que no tengo ganas
de ponerme los ojos,
días en que hasta los pájaros
se pudren a la mitad del vuelo.

¡Amor, amor,
tú no has dormido
en cuartos inmundos;
tú no sabes lo que es vivir
con una mujer que zurce su ropa llorando!

Ay, durante siglos los poetas callaron
y en el silencio sólo se escuchaba
un susurro de abejas que sonaba,
hasta que ya no pudimos más,
y el dolor empezó a mancharlo todo:
la mañana,
el amor,
el papel donde cantábamos.
Un día el dolor
empezó a gotear desde abajo,
daban los muros gritos desgarradores,
una mano amarguísima volcó mi pecho.
Ahora vengo a ti gimiendo,
aquí está mi voz encarcelada debajo de esta frente, derrumbado.
De «Las imprecaciones» 1955

Crepúsculo para Ana

Sólo para alcanzarte escribí este libro.
Noche a noche,
en la helada madriguera
cavé mi pozo más profundo,
para que surgiera, más alta,
el agua enamorada de este canto.

Yo sé que un día las gentes
querrán saber por qué hay tanto rocío en las praderas,
yo sé que un día
irán ansiosas a los campos,
seguirán los hilos de los prados,
y a través de las florestas
llegarán hasta mi pecho,
y comprenderán,
-lo siento, estoy sintiéndolo-,
que es mi amor quien platea por ti el mundo en las mañanas,
y verás esta hoguera.

Desde ciudades enterradas,
desde salones sumergidos,
desde balcones lejanísimos,
verás este amor,
y escucharás mi voz
ardiendo de hermosura,
y comprenderás que sólo por ti he cantado.
Porque sólo por ti estoy cantando.

¡Sólo por ti resplandece
mi corazón extraviado!
¡Sólo para que me veas,
ilumino mi rostro oscurecido!
¡Sólo para que en algún lugar me mires
enciendo, con mis sueños, esta hoguera!

¡El Mudo,
El Amargo,
El Que Se Quedaba Silencioso,
te habla ahora a borbotones,
te grita cataratas, inmensidades!

Algún día amarás,
alguna vez
en las lianas de la ternura enredada
comprenderás que cuando el dolor nos llega
es imposible hablar;
cuando la vida pesa, las manos pesan:
es imposible escribir.

Hasta que con los años las escamas se nos caen.
Y un día, al volver el rostro,
vemos a lo lejos,
como remotos barcos encallados,
cosas que creíamos llevar dentro,
y miramos que son musgo los amores más ardientes.
¡El hombre enceguecido
no escucha las campanadas silenciosas de la hierba,
hasta que encuentra en los caminos,
como culebra, su antigua piel,
y reconoce entre las ruinas
su vieja máscara oxidada,
y descubre agujeros rotos
do eran ojos fulgurantes,
porque el tiempo crudelísimo
injurió el Rostro Puro,
y los años nos pusieron
anteojos de melancolía,
con los ojos que se mira la ruina,
el otoño,
la grosura de las mujeres!

Surge entonces
el Dolor inextinguible,
cual surge ahora esta voz
que llora por los días hermosos,
cuando la vida era azul.
Porque todo lo que nace ha de morir.
¡No digo más porque me entiendes!
Tú sabes que sólo quiero
que, en algún lugar, leas esta carta,
antes que envejezcan los carteros
que te buscan
a la salida de las iglesias,
entre las recién casadas,
a la hora del jazmín rendido.

¡Quiero que el rayo de mi ternura
traspase con lanza a los que no conozco,
y salte noche hirviendo
a los ojos de los que abran este libro,
y en algún lugar
un día de este mundo,
me oigas
y te vuelvas,
como quien se vuelve extrañado
al sentir detrás el resplandor de un incendio,
y comprendas que estoy ardiendo por ti,
quemándome
sólo para que veas,
desde tan lejos, esta luz!

El rey

No eres nada,
vives oscuro,
en una ciudad perdida.
Pero, de pronto, un día,
al despertar, eres Rey.

Arden musicales
remotos países
avasallados por tu valentía.
Poderoso monarca:
todo lo que tocas es resplandor,
y en tu honor cambian los arcos iris de plumaje.

Y cuando Ella sonríe,
brota agua
en la remota infancia
adonde se asoma,
tu pequeña vida ansiosa,
rapaz distante de todo.

Mas viene el Viento
y lo derriba todo:
cristal roto es tu monarquía;
vives en una ciudad malvada;
el tiempo sólo significa
que tus zapatos ya no resisten otro invierno.

Eras Rey
pero ya no te sonríe Esa Mujer.

Elegía de los desconocidos

Ya no nos conocemos, ya no nos entendemos,
¿qué pasa?

Nuestro amor como los árboles daba pájaros.
¿Qué está pasando?

El viento del mar desesperado
agita pañuelos de musgo en las esquinas.

Me voy.
Pañuelo de llorar: mejor me voy.

Al atardecer los pájaros también se van,
viajan a las torres buscando picos tiernos.

A los reptiles, yo.
Al fondo del agua a vivir ardiendo.

Porque para esta sed el agua está vacía,
vacía está el agua para mi corazón sediento.

La casa vacía

Voy a la casa donde no viviremos
a mirar los muros que no se levantarán.

Paseo las estancias
y abro las ventanas
para que entre el Tiempo de Ayer envejecido.

¡Si vieras!
Entre las buganvillas
cansadamente juegan
los hijos que jamás tendremos.

Yo los miro. Ellos me miran.
Mi corazón humea.
Éste es el sitio
donde mi corazón humea.

Y a esta hora,
en el balcón, callada,
yo sé que tú también te mueres
y piensas en mí hasta ensangrentarte,
Yo también pienso en ti.

Óyeme donde estés:
por esta herida no sale sólo sangre:
me salgo yo.

La cita

Son las siete;
la calle está oscura;
ya no vendrás.

Aunque llegaras
todas las tardes
a la orilla de esta cita,
y aguardaras, inmóvil,
todas las horas que en el mundo faltan
ya no me hallarás,
porque esperándote perdí mi juventud.

Y no como el guerrero
que las manos moja
en la espuma bermeja de la guerra.
¡No como los ardientes varones que conocí! :
¡Alexander extraviado en la espesura!
¡Gabriel amarrado a los torrentes!
¡Eugenio deshojado a la aventura!
¡Amaro, que un día solo con tu fusil partiste!
¡Os envidio, jóvenes vehementes,
a quienes no bastándoles los crepúsculos,
por mirar llamaradas
incendiaron su propia edad florida!

Yo, miserablemente
perdí mi juventud;
aguardando que cumplieras
la cita de los parques,
gasté los veloces años.
¡Oh cafés humosos donde fingí
leer los diarios de mi feroz melancolía!

Esperándote perdí la juventud
y me pesa.
Son las siete:
y estoy solo.

La lámpara

Como la lámpara olvidada
arde invisible en el día,
así mi corazón se ha consumido
sin que tú lo vieras.

Mas ya pasaron para ti las mieses,
y tardos los años,
yo sé que ahora
tus ojos buscan
las huellas bermejas de mi pasión.

Es tarde:
mi corazón calcinado
apenas soporta sus cenizas,
y aunque estás cercana,
y quiero llamarte
mudas están las hogueras
donde antaño ardieron
airadas voces tiernas.

Mi tristeza ya no puede
ni con el peso del rocío.

Es tarde:
la vida se nos gasta en actos vanos

Es tarde:
detrás de mis ojos ya no hay nadie.

La prisión

¡No puedes salir del jardín
donde mi amor te aprisiona!

Presa estás en mí.
Aunque rompas el vaso,
seguirá intacta
la columna perfecta del agua;
aunque no quieras siempre lucirás
esa corona invisible
que lleva toda mujer a la que un poeta amó.

Y cuando ya no creas en estas mentiras,
cuando borrado el rostro de nuestra pena,
ni tú misma encuentres tus ojos bellísimos
en la máscara que te preparan los años,
a la hora en que regatees en los mercados,
los jóvenes venados vendrán a tu Recuerdo
a beber agua.

Porque puede una mujer
rehusar el rocío encendido del más grande amor,
pero no puede salir del jardín
donde el amor la encerró.

¿Me oyes?
No puedes huir.
Aunque cruces volando los años,
no puedes huir:
yo soy las alas con que huyes de mí.

La sombra

Como el centinela
que en la agreste torre
lucha por no rendir los ojos al invencible sueño,
yo resisto al olvido.

Pero te me vuelves pequeña;
la lluvia moja
las calles de 1943;
la lluvia rompe
el cristal en que te guarda
mi juventud.

¡Miseria de los amantes
que locamente sueñan
eterna la eternidad!
El Día es de espuma,
niebla es la carne,
humo el ayer.

El país luciente
de nuestra juventud hermosa,
el tiempo asoló con sus ejércitos potentes.
Marcial acampó la herrumbre
donde ardió la rosa.

En la memoria sólo una calle queda
por donde caminas lentamente.
Ya casi no te miro,
y el moribundo sol, atardeciendo,
te torna cada día más pequeña.

Pero pasan los años,
y a medida que te vuelves más pequeña,
arrojas una sombra más larga.

Música lenta

Para que tú entres,
a veces de tristeza, el corazón se me abre.

Como una puerta tímida,
para que tú entres, el corazón se me abre.

Pero tú no vienes,
no vuelas más sobre los campos.

En vano mi corazón
a la ventana de su dolor se asoma.
Pasas de largo,
como si el viento
soplase sólo para allá.

Pasa la mañana y no viene la tarde.
Y el corazón se me cierra,
como una mano sin nadie, el corazón se me cierra.

Nocturno salvadoreño

La noche era bellísima.
Yo te quería.
San Salvador brillaba entre las flores.
Yo te quería.
La Felicidad nunca tendrá tus ojos azules.
Yo te quería.
Dueña de los Crepúsculos.
Yo te quería.
Pastora de la Brisa.
Yo te quería.
Ruiseñor Malvado.
Yo te quería.
Espuma del Silencio.
Yo te quería.
Agua bajo los Puentes.
Yo te quería.
Olvida los cantos que te escribí.
Yo te quería.
Aun ahora, aunque sea tarde,
y una paloma ciega
vuele para siempre entre nosotros.

Adiós a las bandadas,
adiós al tesoro enterrado en tu infancia,
adiós a las Hadas porque las Hadas no existen.

Ya dije las cosas que dije.
Por las que callo ha de crecerme musgo en la voz.
Cuando termine de contar esta agonía,
otro hombre se levantará de esta mesa.

Tal vez él no recuerde.
¡Pero yo me acuerdo tanto!
¡Si supieras cuánto te recuerdo!

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Acerca mi abolengo yo aquí juro que todo…
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