SUPONGAMOS… (Mi poema)
Hugo Lindo (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA …de medio pelo

 

Supongamos que hallamos a un puntito
en medio del bullicio entre la gente
y a tu chepa se sube y pega un grito
que se escucha de Oriente hasta Occidente.

Supongamos que, así suene inaudito,
él es un burro andante y va volando
y que accede a un estrado y saca un pito
y el tipo envalentona allí pitando.

Imagina que él fuera un elefante
que entregando va leche a domicilio,
se cree que es un punto equidistante,
y canta por la noche como un grillo.

Dejemos la razón por un momento,
pensemos que se encuentra levitando
perdida en lo más hondo de un aliento
y a todo lo que encuentra va retando.

Creyendo que es vulgar ventilador
que a broza a la que pilla va beldando,
protestando pues siente un mal olor
y sufre incontinencia y va apestando.

Poner, es suponer, aquí soñando
que en vez de ser quien es, es un borrico,
si así fuera, no siga imaginando
que deja ya la pluma y cierra el pico.

Que aunque finge, su ingenio prodigando,
va echando a tomar viento sus cuartetas,
que invadieron su mente, delirando,
para no oírlas más. Y a hacer puñetas.
©donaciano bueno

MI POETA SUGERIDO:  Hugo Lindo

No es esto

¿No és ésto?

No es esto
lo que quiero decir.

Ni esta otra cosa.

Y cada vez que pienso una palabra
digo
o es esto,
no.

Cubre una red sonora
un extenso vacío.

Quiero cantarlo todo
desde el centro
de su más pura realidad,
desde el milagro
que vibra en tierra
y vuelva el sentido y aire y fuego y agua,
desde la elemental
y dormida sustancia de la arena
hasta el metal dorado
que hace brotar las lámparas del día.

No es esto,
no.
Todavía no es esto.

Mejor borremos una a una, todas
las palabras escritas.

No.
Todas, no.

Bien pudiera haber una,
quizá solamente una,
que lo diga.

Dimensión de la esperanza

Tierra, madre marchita y ampulosa,
Madre vencedora y vencida,
Regazo de la hiena y de la mariposa,
Del santo y del homicida:
Creemos en tu ruda maternidad, en tu dolorosa
Pasión de ser el sitio de la vida.
Creemos en tu lloro fecundo
Que hace crecer la mies y madura la poma
Y riega sobre el mundo
Con excelsa locura
La virtud, el amor y la aventura,
Y el trino y el color y el aroma.

Y pues somos creyentes de tu rito,
Apáganos ya el grito
Del hombre mutilado, de la virgen desnuda,
Del niño escarnecido y de la viuda…

Brillen de nuevo en la campiña
Los prados de esmeralda,
Y florezca la niña
Que recogía moras en su falda.
Sea dado rezar como otras veces
—mas no al igual que los abuelos
que elevaban sus preces
al reino de los cielos:—
Mezclada la oración con el trabajo,
Vencidos los blasfemos,
Dios será con nosotros aquí abajo.

Y entonces rezaremos,
Puestos a la otra orilla de la guerra,
Con el pecho frutal, con el alma encendida,
Una oración, de pie como la vida:

“¡Padre Nuestro que estás en la tierra…!”

De la poesía

I
Bien: es lo que decíamos ahora.
Encenderse de lámparas sin motivo aparente.
Alzar copas maduras
y beber los colores de la nieve
como quien bebe alas de paloma
o brinda con angélicas especies.

II
Claro: lo que decíamos ahora.
¿Para qué detener en las palabras
lo que se va por ellas, y revierte
en el propio minuto del encanto
a su silencio tenue?
¿Para qué definir lo que pudiera
relatarse jeroglíficamente?

III
Exactamente: de eso hablábamos.
De no decir el nombre de las cosas
ni aquella calidad de las aprieta,
sino sólo su sombra,
mejor dicho, el milagro
sonoro de su aroma.
Dejar que las palabras
por sí solas,
tomen hacia el prodigio
la ruta aérea de las hojas.

Amada mía

Amada mía: ¡el tiempo, el tiempo!
¿Qué sabemos nosotros de sus alas
o de sus garras?…
Todavía gira
La racha de un aroma deleitoso.
Todavía tus dedos
Tiemblan con un temblor de ramas tiernas
Cuando arrimo a tu ser mis soledades
Buscando el agua lenta de tus ojos…

¿Pero quién profetiza? ¿Quiñen nos graba
en la piedra y el bronce? ¿Quién nos dice
que en la marea de tu pelo un día
no se posen gaviotas extranjeras?

¿Quién asegura que el destino es firme
cuando el destino asoma por mis voces
y te dice un arrullo transitorio
disfrazado de ilímite esperanza?

Créeme eternamente este minuto,
Pero sólo el minuto, eternamente.

¡Maravillosa flor la flor de escarcha
que huye de sus aristas y su forma
para trocarse en lo que no sabemos
y dejarlo de ser al otro instante!

¡El tiempo, el tiempo, el tiempo!…
¿Qué sabemos nosotros de sus aguas
ni cómo nuestras velas de ternura
hallarán su horizonte o su naufragio?

Amada mía: el tiempo es tiempo de aire,
Y más de aire nosotros que volamos
Entre el arrullo dulce de un segundo
Y el silencio del polvo innumerable.

Créeme eternamente este minuto,
Pero sólo el minuto, eternamente.

Última fuga

Era volviendo la emoción arriba,
Trasponiendo la leche de los astros
Hasta llegar al corazón del día
Por nuestro propio corazón de barro…

Era olvidando el grito y la sonrisa,
La móvil trayectoria del gusano,
La dimensión y el fuego de la herida
Que nos convierte en huéspedes del llanto

Era yéndome a patrias imprevistas
Por caminos de amor, cilicio y canto:
Como San Juan, como Fray Luis solían
Vagar en la neblina de los páramos:
Como Teresa fuerte, dulce y fina
Se iba en la miel de sus silencios altos…

Era así, renunciando a nuestra ínfima
Condición de pupilos del espacio,
La posesión exacta de la huida
Y el inefable beso del milagro.

Hondura del dolor

¡Qué lección aprendiste de la tragedia, oh tierra!
Se te empapó la carne de silencio infinito,
Las cruces te brotaron como árboles de guerra
Y las aves trocaron su canto por el grito.

Sentiste que corría sobre tu piel la ausencia,
Que el llanto de los hombres te calaba los poros,
Que hasta la hierba estaba urgida de clemencia,
Que eran de polvo y sangre los ansiados tesoros.

Viste pasar la inmensa caravana de viudas
Con los hijos a cuestas. Los jóvenes de antes
Retornar con las cuencas vencidas y desnudas,
Con los miembros rasgados, lívidos y sangrantes.

Laceró tus oídos el lamento blasfemo
De aquél que fue a la muerte por el amor asido,
Y retornó a encontrarse con el dolor supremo
De la copa vacía y el lecho envilecido.

Escuchaste el crujido de la máquina fuerte
Que sucumbió al empuje del enemigo artero,
Y al capitán marino que desafió a la suerte,
Lo hallaste entre residuos de carbón y de acero.

Limonero del patio

Limonero del patio, yo recuerdo
tu matinal constelación dorada,
tus maduros planetas en el suelo
cantanzo zumos de amarillas gracias;
tu manera sutil de estar volando
en la invernal atmósfera del agua,
mientras en tu ramaje, las chiltotas
eran mudos ovillos de fragancia.

Recuerdo tu amorosa continencia,
tu dulce charla de hojas agitadas
y la quietud celeste que subía
hasta el perfume en tus dormidas aguas.

Y luego, a tu redor, manos inquietas,
nudos de voces, coros de algazaras
festejando inocentes, tu escondida
población de luciérnagas intactas.

Me fui de ti. Mi corazón te añora,
¡verde pilar de aromas en la infancia!
Mi soledad te busca en libros viejos,
cartas de amor y flores disecadas,
yendo corriente arriba por los años
a la acidez impúber de tu estampa.

Y me entristece a ratos tu recuerdo,
el frutal abandono de tu dádiva,
porque en tu olor se me enredó un cariño
y con el tiempo se ha tornado lágrima.

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Donaciano Bueno Diez
Hugo Lindo
: Autor
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