UN HOSPITAL DE DIOS (Mi poema)
Nicomedes Pastor Díaz (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

Así no lo creáis, yo aquí os lo cuento,
que en Quito esa ciudad del Ecuador
yo tuve que curarme de un dolor
y cual es mi penar que allí me encuentro
de dios un chiringuito bruñidor.

Debierais conocer que el hospital
en todas las paredes repetía
lo bueno que era Dios, que repartía
a todos por igual el bien y el mal,
(se olvidan de la plata), y la alegría.

Pensé que en una iglesia yo me hallaba,
prometo no encontré el confesionario,
tampoco si rezaba allí el rosario
que todo lo que hacían se pagaba
según lo que anunciaba el pecuniario.

Al fin me vi en la cola de una caja
de muchas, la que encuentras más a mano.
Que allí cuando se acerca algún hermano,
-te muestran claramente la baraja-
no sirve de atenuante el ser cristiano.

Pues todo que se ofrece es previo pago,
lo mismo que en un banco, no se fía,
si tienes un dolor pues no hay tu tía
así sea de un parto o de lumbago
ahórrate gritar avemaría.
©donaciano bueno

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El susodicho hospital, Vozandes, pertenece a los Evangelistas, dueños de una enorme manzana en lo mejor de la ciudad. Cuando accedes, la primera impresión es la de un gran banco, un hall lleno de cajas para pagar, antes de acceder al servicio que deseas. Una vez penetras en el pasillo todas las paredes, en todas las plantas, están rellenas de mensajes de la Biblia. Y yo me pregunto, ellos que creen en Jesucristo ¿por qué tan poco confían en los hombres?

MI POETA SUGERIDO:  Nicomedes Pastor Díaz

Mi inspiración

Cuando hice resonar mi voz primera
Fue en una noche tormentosa y fría:
Un peñón de la cántabra ribera
De asiento me servía:
El aquilón silbaba,
La playa y la campiña estaban solas,
Y el Océano rugidor sus olas
A mis pies estrellaba.

No brillaban los astros en el cielo,
Ni en la tierra se oía humano acento:
Estaba oscuro, silencioso el suelo,
Y negro el firmamento.
Sólo en el horizonte
Alguna vez relámpagos lucían,
Y al mugir de los mares respondían
Los pinares del monte.

Fuera ya entonces cuando el pecho mío,
Lanzado allá de la terrestre esfera,
Vio que el mundo era un árido vacío,
El bien una quimera.
Nunca un placer pasaba
Blando ante mí, ni su ilusión mentida,
Y el peso enorme de una inútil vida
Mi espíritu agobiaba.

Quise admirar del mundo la hermosura,
Y hallé do quiera el mal. De amor ardía,
Y nunca a mi benévola ternura
Otro pecho se unía.
Solo y desconsolado,
Cantar quise a la tierra mi abandono,
Mas ¿dó tienen los hombres voz ni tono
Para un desventurado?…

Al destino acusé, y acusé al cielo
Porque este corazón dado me habían;
Y de mi queja, y de mi triste anhelo
Los cielos se reían.
¿Dó acudir?… ¡Ay!… Demente
Visitaba las rocas y las olas
Por gozarme en su horror, llorar a solas
Y gemir libremente.

Un momento a mi lánguido gemido
Otro gemido respondió lejano,
Que sonó por las rocas cual graznido
De acuático milano.
De repente se tiende
Mi vista por la playa procelosa,
Y de repente una visión pasmosa
Mis sentidos sorprende.

Alzarse miro entre la niebla oscura
Blanco un fantasma, una deidad radiante,
Que mueve a mí su colosal figura
Con pasos de gigante.
Reluce su cabeza
Como la luna en nebuloso cielo:
Es blanco su ropaje, y negro velo
Oculta su belleza.

Que es bella, sí: de cuando en cuando el viento
Alza fugaz los móviles crespones,
Y aparecen un rápido momento
Celestiales facciones.
Pero nube de espanto
Tiñó de palidez sus formas bellas,
Y sus ojos, luciendo como estrellas,
Muestran reciente el llanto.

Cual manga de agua que aquilón levanta
En los mares del Sur, así camina,
Y sin hollar el suelo con su planta
A mi escollo se inclina.
Llega, calladamente
En sus brazos me ciñe, y yo temblando
Recibí con horror ósculo blando
Con que selló mi frente.

El calor de su seno palpitante
Tornome en breve de mi pasmo helado:
Creí estar en los brazos de una amante,
Y… «¿quién, clamé arrobado,
Quién eres que mi vida
Intentas reanimar, fúnebre objeto?
¿Calmarás tú mi corazón inquieto?
¿Eres tú mi querida?»

«¿O bien desciendes del elíseo coro
Sola, y envuelta en el nocturno manto,
A ser la compañera de mi lloro,
La musa de mi canto?
Habla, visión oscura;
Dame otro beso o muéstrame tu lira:
De amor o de estro el corazón inspira
A un mortal sin ventura.»

«No, me responde con acento escaso,
Cual si exhalara su postrer gemido;
Nunca, nunca los ecos del Parnaso
Mi voz han repetido.
No tengo nombre alguno,
Y habito entre las rocas cenicientas,
Presidiendo al horror y a las tormentas
Que en los mares reúno.»

«Mi voz solo acompaña los acentos
Con que el alción en su viudez suspira,
O los gritos y lánguidos lamentos
Del náufrago que espira.
Y si una noche hermosa
Las playas dejo y su pavor sombrío,
Solo la orilla del cercano río
Paseo silenciosa.»

«Entro al vergel, so cuya sombra espesa
Va un amante a gemir por la que adora;
Voy a la tumba que una madre besa,
O do un amigo llora.
Pero es vano mi anhelo;
Sé trocar en ternezas mis terrores,
Sé acompañar el llanto y los dolores,
Mas nunca los consuelo.»

«Ni a ti, infeliz: el dedo del destino
Trazó tu oscura y áspera carrera.
Yo he leído en su libro diamantino
La suerte que te espera,
A vano, eterno llanto
Te condenó, y a fúnebres pasiones,
Dejándoos sólo los funestos dones
De mi amor y mi canto.»

«De ébano y concha ese laúd te entrego
Que en las playas de Albión hallé caído;
No empero de él recobrará su fuego
Tu espíritu abatido.
El rigor de la suerte
Cantarás solo, inútiles ternuras,
La soledad, la noche, y las dulzuras
De apetecida muerte.»

«Tu ardor no será nunca satisfecho,
Y sólo alguna noche en mi regazo
Estrechará tu desmayado pecho
Iluso, aéreo abrazo.
¡Infeliz si quisieras
Realizar mis fantásticos favores!
Pero ¡más infeliz si otros amores
En ese mundo esperas!»

Diciendo así, su inanimado beso
Tornó a imprimir sobre mi labio ardiente.
Quise gustar su fúnebre embeleso,
Pero huyó de repente.
Voló: de mi presencia
Despareció cual ráfaga de viento,
Dejándome su lúgubre instrumento
Y mi fatal sentencia.

¡Ay! se cumplió: que desde aquel instante1
Mi cáliz amargar plugo a los cielos,
Y en vano a veces mi nocturna amante
Volvió a darme consuelos.
Mis votos más queridos
Fueron siempre tiranas privaciones,
Mis afectos desgracias o ilusiones,
Y mis cantos gemidos.

En vano algunos días la fortuna
Ondeó sobre mi faz gayos colores:
En vano bella se meció mi cuna
En un Edén de flores:
En vano la belleza
Y la amistad sus dichas me brindaron:
Rápidas sombras, ¡ay! que recargaron
Mi sepulcral tristeza!…

Escrito está que este interior veneno
Roa el placer que devoré sediento.
Canta, pues, los combates de mi seno,
Infernal instrumento.
Destierra la alegría
Que nunca pudo a su región moverte,
Y exhala ya tus cánticos de muerte
Sin tono ni armonía.

Y tú, amor, si tal vez te me presentas,
Yo pintaré tu imagen adorada,
Describiré el horror de las tormentas
Y mi visión amada.
En mi negro despecho
Rocas serán mis campos de delicias,
Lánguidas agonías mis caricias,
Y una tumba mi lecho.

Una voz

Yo conozco esa voz: a su sonido
Todo mi ser se estremeció temblando;
Hela subir cual bélico alarido
A los cielos mi muerte demandando.

Conozco ya esa voz: un tiempo ufana
La señal dio de paz y de alegría.
Hoy retumba cual lúgubre campana
Que al alta noche anuncia la agonía.

La oyó mi corazón la vez primera,
Y entre aromas y púrpura sonaba.
Fue el céfiro vital de primavera,
Y amor, amor, su acento pronunciaba.

Ahora se eleva de una tumba oscura;
Nube la sigue de terror secreto;
Aún pronuncia aquel nombre de ternura,
Pero es quien le pronuncia un esqueleto.

Agigantado, aéreo, luminoso,
Veole alzar la vengadora frente:
Lánzame ese gemido doloroso,
Y se hunde entre las sombras de repente.

Do quier que vuelvo mi aterrada planta,
Allí me sigue, inseparable sombra;
A cada paso airada se levanta,
Mi nombre dice, y otro ser me nombra.

Óigola entre la espuma del torrente,
Óigola en el bramar del torbellino,
En el sordo murmullo de la fuente,
En el tronar del piélago marino.

Ya, como aterrador remordimiento,
Mi sueño torna en convulsión inquieta;
Ya despierto a su estrépito violento,
Cual si escuchara la final trompeta;

Ya del placer el desmayado instante
Con bárbara ficción remedar quiere;
Ya en resuello profundo agonizante
Imita las congojas de quien muere…

De quien murió… ¡Gran Dios!… De quien me llama
De quien me emplaza a su desierto asilo,
De ese tremendo ser que me reclama,
Que ni en la tumba me miró tranquilo.

Obedézcote ya, voz misteriosa;
Heme sumiso a ti como en la vida;
Heme postrado ante la yerta losa;
Ve tu incesante petición cumplida.

A pasar van cual tu vivir amargo
Los lentos días de mi amargo duelo,
Y será más profundo mi letargo,
Que mi tumba también será de hielo.

De ti quedó un recuerdo de hermosura,
De ti la somhra que implacable miro,
De ti esa voz de muerte y de ternura,
Ese que vaga universal suspiro.

De mi existencia oscura, solitaria,
No quedará ni voz, ni sombra leve:
No habrá en mi losa funeral plegaria.
Nadie que un ¡ay! por mi memoria eleve.

A nadie llamaré, ni quien se asombre
Habrá en el mundo a mi nocturno acento;
Ni como el tuyo mi olvidado nombre
Eco será jamás de un pensamiento.

El amor sin objeto

Vanamente mis ojos inquietos
Por do quiera se tienden y giran,
Vanamente mis labios suspiran
Abrasados de fúnebre ardor.
Soledad espantosa me cerca,
Noche eterna mi pecho ha cubierto:
Para mí todo el mundo es desierto
Pues que nadie responde a mi amor.

Todo es fuego mi pecho exaltado,
Sólo amando me place la vida,
Y fijando en otra alma querida
De existir la penosa ilusión.
Ilusión… ilusión desgraciada,
Que la triste verdad no realiza,
Ilusión que mi pena eterniza
Porque nadie responde a mi amor.

Yo no sé lo que quiere mi pecho,
Yo no sé por qué tiemblo y qué lloro,
No conozco lo mismo que adoro,
No hallo objeto a mi triste pasión.
Sólo encuentro un inmenso vacío
Donde el alma se agita sedienta,
Y esta sed de querer se acrecienta
Porque nadie responde a mi amor.

Tal vez amo en mis tristes delirios
A un fantasma que forja mi mente,
Y do quiera le miro presente,
Le da vida mi fúnebre ardor.
Yo le escucho, le estrecho en mis brazos,
Yo su aliento de aroma respiro,
Yo… infelice… demente deliro…
Nadie, nadie responde a mi amor.

Vanamente de nácar y rosas
El Oriente engalana la aurora:
Vanamente su faz brilladora
Lanza el sol con radioso esplendor.
Ni la tarde en los campos me agrada,
Ni de noche la luna brillante;
Luz y sombra buscaba en mi amante,
¡Ay!… y nadie responde a mi amor.

Con mi amante risueña la aurora
Me inundara de blanda alegría,
Con mi amante gozara yo el día,
Campo y sombras, y grato frescor.
Con mi amante la luna me viera,
De sus rayos bañado y de llanto,
Apurar ese mágico encanto
Que a las penas les presta el amor.

Tú tal vez, corazón que yo busco,
Que tal vez solitario palpitas,
Y en fantásticos sueños te agitas,
Y suspiras y lloras cual yo.
Ven a mí, yo te haré venturoso,
Yo te ofrezco esas horas risueñas,
Yo te ofrezco esa dicha que sueñas…
Ven, querida, responde a mi amor.

Ven a mí… yo no busco hermosura:
No apetece este pecho vacío
Sino un pecho de amor como el mío,
Sino el alma, sino el corazón.
Ven… abiertos te esperan mis brazos,
Ya parece que en ellos te estrecho:
Ya parece que siento tu pecho
Contra el mío latiendo de amor.

Nadie me oye… mis voces se apagan,
Y se apaga con ellas mi vida.
Donde no halla mi pecho querida,
Un sepulcro hallará mi dolor.
Un sepulcro es el lecho florido
Que apetece mi anhelo postrero;
Un sepulcro la dicha que espero,
Pues no existe la dicha de amor.

La mariposa negra

Borraba ya del pensamiento mío
De la tristeza el importuno ceño:
Dulce era mi vivir, dulce mi sueño,
Dulce mi despertar.
Ya en mi pecho era lóbrego vacío
El que un tiempo rugió volcán ardiente;
Ya no pasaban negras por mi frente
Nubes que hacen llorar.

Era una noche azul, serena, clara,
Que embebecido en plácido desvelo.
Alcé los ojos en tributo al cielo
De tierna gratitud.
Mas ¡ay! que apenas lánguido se alzara
Este mirar de eterna desventura,
Turbarse vi la lívida blancura
De la nocturna luz.

Incierta sombra que mi sien circunda
Cruzar siento en zumbido revolante,
Y con nubloso vértigo incesante
A mi vista girar.
Cubrió la luz incierta, moribunda,
Con alas de vapor informe objeto;
Cubrió mi corazón terror secreto
Que no puedo calmar.

No como un tiempo colosal quimera
Mi atónita atención amedrentaba,
Mis oídos profundo no aterraba
Acento de pavor;
Que fue la aparición vaga y ligera,
Leve la sombra aérea y nebulosa,
Que fue sólo una negra mariposa
Volando en derredor.

No cual suele fijó su giro errante
La antorcha que alumbraba mi desvelo;
De su siniestro misterioso vuelo
La luz no era el imán.
¡Ay! que sólo el fulgor agonizante
En mis lánguidos ojos abatidos
Ser creí de sus giros repetidos
Secreto talismán.

Lo creo, sí… que a mi agitada suerte
Su extraña aparición no será en vano.
Desde la noche de ese infausto arcano
¡Ay Dios!… aún no dormí.
¿Anunciarame próxima la muerte,
O es más negro su vuelo repentino?…
Ella trae un mensaje del destino…
Yo… no le comprendí.

Ya no aparece solo entre las sombras;
Do quier me envuelve su funesto giro;
A cada instante sobre mí la miro
Mil círculos trazar.
Del campo entre las plácidas alfombras,
Del bosque entre el ramaje la contemplo,
Y hasta bajo las bóvedas del templo
Y ante el sagrado altar.

Para adormir mi frenesí secreto
Cesa un instante, negra mariposa:
Tus leves alas en mi frente posa:
Tal vez me aquietarás…
Mas redoblando su girar inquieto,
Huye, y parece que a mi voz se aleja,
Y revuelve, y me sigue, y no me deja,
Ni se para jamás.

A veces creo que un sepulcro amado
Lanzó bajo esta larva aterradora
El espíritu errante que aún adora
Mi yerto corazón.
Y una vez ¡ay! estático y helado
La vi, la vi, creciendo de repente,
Mágica desplegar sobre mi frente
Nueva transformación.

Vi tenderse sus alas como un velo
Sobre un cuerpo fantástico colgadas
En rozagante túnica trocadas,
So un manto funeral.
Y el lúgubre zumbido de su vuelo
Trocose en voz profunda melodiosa,
Y trocose la negra mariposa
En genio celestial.

Cual sobre estatua de ébano luciente
Un rostro se alza en ademán sublime,
Do en pálido marfil su sello imprime
Sobrehumano dolor,
Y de sus ojos el brillar ardiente,
Fósforo de visión, fuego del cielo,
Hiere en el alma como hiere el vuelo
Del rayo vengador.

Un momento ¡gran Dios! mis brazos yertos
Desesperado la tendí gritando.
Ven de una vez, la dije sollozando,
Ven y me matarás.
Mas ¡ay! que cual las sombras de los muertos
Sus formas vanas a mi voz retira,
Y de nuevo circula, y zumba, y gira,
Y no para jamás…

¿Qué potencia infernal mi mente altera?
¿De dónde viene esta visión pasmosa?
Ese genio… esa negra mariposa,
¿Qué es?… ¿Qué quiere de mí?…
En vano llamo a mi ilusión quimera;
No hay más verdad que la ilusión del alma:
Verdad fue mi quietud, mi paz, mi calma;
Verdad que la perdí.

Por ocultos resortes agitado
Vuelvo al llanto otra vez hondo y doliente,
Y mi canto otra vez vuela y mi mente
A esa extraña región,
Do sobre el cráter de un abismo helado
Las nieves del volcán se derritieron
Al fuego que ligeras encendieron
Dos alas de crespón.

A la muerte

Te teneam moriens.
TIB. Eleg. I, lib. I.

Ven a mis manos de la
tumba oscura,
Ven, laúd lastimero,
Do Tibulo cantaba su ternura
Dando a Delia su acento postrimero.

Y traeme los ayes encantados
Con que dulce gemía,
Cuando ya con los párpados cerrados
En brazos de su amor desfallecía.

Ven, y el son de tu armónico suspiro
Sobre mi arpa vibrando,
Al viento de las ansias que respiro
El fin de mi existencia preludiando.

Yo lloraré de un alma solitaria
El insaciable anhelo,
Invocando en mi lúgubre plegaria
El solo bien que me reserva el cielo.

Yo ensalzaré tu celestial dulzura,
Muerte consoladora.
Yo cantaré en tus brazos tu hermosura;
Nadie en el mundo como yo te adora.

Parece ya que en el dintel sombrío
De la tumba dichosa
Siento exhalarse un delicioso frío
Que el ardor templa de mi sed fogosa,

Y que un ángel más bello que mi Lina,
Con semblante risueño,
En féretro de rosas me reclina,
Y el himno entona de mi eterno sueño.

«Venid, exclama, a los sepulcros yertos
A terminar los males.
No es ilusión la dicha de los muertos;
La nada es el vivir de los mortales…»

Lo sé, lo sé; mas de otro modo un día
Brillante a mis ardores
El campo de la vida se ofrecía
Vertiendo aromas y brotando flores.

«Do más placer divise, dije ufano,
Allí está mi ventura.
El ser que me formó no es un tirano,
Y el bien en el gozar puso natura.»

«Destiérrese de mí la razón lenta
Y su impotente brillo:
Será mi norte lo que el pecho sienta,
Será feliz mi corazón sencillo.»

Dije, y cual ave del materno nido
Lanceme en vuelo osado;
La senda del placer hollé atrevido,
Siempre de sed inmensa arrebatado.

Corrí a las fuentes do mi lado ardiente
Beber el bien quería,
Y a su hidrópico afán desobediente
El néctar del deleite no corría…

Y corrió por mi mal… y era veneno:
Bebiéronle conmigo:
Crimen en vez de amor ardió en mi seno,
Fui amante inútil y funesto amigo.

Denso vapor al fin anubló el alma,
Y en letargo profundo
De quietud falsa, de horrorosa calma,
Dejé los hombres, y maldije al mundo…

¡O natura falaz! tú me engañaste
Con pérfida mentira
Cuando en mi débil corazón grabaste
Esa imagen ideal por que suspira.

Pasó de mis fantásticas visiones
La magia encantadora.
Destino atroz, no tengo ya pasiones,
Y un solo bien mi corazón implora.

Envía sólo un rayo de contento
Sobre mi hora postrera:
Dame un solo placer, solo un momento,
El momento no más en que me muera.

Ya que entoldaste siempre mi ventura
Con tan nubloso velo,
Rasga en mi ocaso su cortina oscura,
Déjame, cuando espire, ver el cielo.

¡Ay! y al sentir ese éxtasis profundo
Que da la patria eterna,
A la que fue mi patria en este mundo
Volver me deja una mirada tierna.

Llévame de mi Landro a los vergeles,
Y allí, muerte piadosa,
Bajo los mismos sauces y laureles
Do mi cuna rodó, mi tumba posa…

Apura, o muerte, mi deseo apura,
Y a mis votos te presta.
Lleva a su colmo mi postrer ventura;
Premia un instante una pasión funesta.

Propicia a la ilusión que me alucina
Llévame a la que adoro:
Tremola entre los brazos de mi Lina
Tu crespón, para mí bordado de oro.

En ellos ¡ay! exánime posando,
Mi rostro al suyo uniendo,
Al compás de su lloro agonizando,
Y sus tardías lágrimas bebiendo,

Mis brazos se enlazaran a su cuello,
Que apoyo me prestara
Para esforzar el último resuello
Que en sus labios mi espíritu exhalara…

¡Ay! accede al ansiar de un alma triste,
Muerte que anhelé tanto,
Y en vez de esa corona que no existe
Cubra una flor no más tu negro manto…

Mas no… no cederás tu poderío,
O destino inclemente,
Y contra el mármol del sepulcro mío
Con furor ciego estrellarás mi frente.

Mi tierna juventud, mis padeceres,
Mi llanto no te apiada…
Moriré, moriré, mas sin placeres;
¡Ay! moriré sin ver a mi adorada.

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Donaciano Bueno Diez
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