UNA CAGADA (Mi poema)
Juan Antonio Molina (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

Soy muñeco al que la pila se le acaba.
Mas, de todo es lo peor que no hay repuesto,
una mula de atar, burro, un cabestro,
que a pesar de estudiar no aprendió nada.

Ni un alumno fue aplicado, ni un maestro,
ni siquiera supo estar en la pomada,
a lo sumo fue un borrego en la manada
que siguió las directrices de algún diestro.

Hoy su vida la descorre en la mirada
y concluye sentenciando al ver su aspecto,
lamentable es este fallo: una cagada
que ha venido y va a marcharse con lo puesto.
©donaciano bueno

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Comentario del autor sobre el poema: No somos nada (¡literalmente!) Considera que puedes ver menos del 1 por ciento del espectro electromagnético y escuchar menos del 1% del espectro acústico. Mientras lees esto estás viajando a 220 kilómetros por segundo a través de la galaxia. El 90% de tu cuerpo tiene su propio ADN microbiano y no es realmente «tú». Y los átomos en tu cuerpo son en un 99,9999999999999999% espacio vacío y ni siquiera son los mismos con los que naciste, aunque todos se originaron en la barriga de una estrella (…)

MI POETA SUGERIDO: Juan Antonio Molina

Juan Antonio Molina

CIUDAD

Me cubre una seda inhóspita de serenidad fingida,
roca inmaterial, transparentando silencio
como una cítara muda donde estallan
los árboles sobre pezones erguidos de flores victoriosas.
Cuerpos verdaderos, acróbatas o aljibes, repartidos en sus lágrimas,
en un susurro de luz donde miente la sangre y alcanzamos la textura
de una pasión sin forma bajo los sauces aún dormidos.
Todo sobrevendrá según la palabra, dardo cruzando el aire
con la voluntad anónima y luminosa para que lo esperado suceda conforme
a un vino que se bebe en sorbos leves y azulados.
Una lucerna de agua o luna, como yunque sumergido en medio
de las olas, nos muestra la ciudad devastada, con quietud
de estalactita en un vértigo de tierra
y desamparo. Caminamos hacia otros hombres con gestos imposibles,
corazón hirsuto sobre una tristeza
que me queda en las pupilas, como un astro inaccesible
que sólo sospecho, entre carnes íntimas y claras espumas,
de caderas plegadas en los límites aborrecidos.
En este páramo de tréboles grises deletreo
las vértebras del agua sobre el insomnio de estípites
y aristas, transito la ciudad teñida de votivas bayonetas
y encendidos tirsos de ramas esforzadas.
Luz sin término en lo preciso, sepultándose
en sus orígenes de fina materia que te alumbra el rostro
vertido en lo inacabable; calles opacas, ramas isósceles
de perverso otoño como un signo persistente surcando
la noche encandilada de funestas alegorías
y arcángeles obscenos saliendo del mar.
Los edificios sostenidos en el aire,
en doloroso acecho, sueñan con el carnívoro
azahar de todos los senderos, altar confuso
en la desvanecida sustancia de los días,
en el fugitivo fuego sobre una ola de vértigo.
La carne grita en la tempestad de los sentidos,
fluyen las madreselvas estrictamente fieles
en los galpones taciturnos sobre los tejados,
vetas de silencios y alcanfores recientes
en el cieno dispuesto para una batalla.
Camino por la ciudad donde caen hasta morir
las sombras de quebradas flechas, rocío
que se pudre en el cielo deshojado
mientras mis manos se inundan de paz o sangre.

De Penélope y las horas sin retorno (2006)

EL SALARIO DE CARONTE

Wholly to be a fool
While spring is in the world
E.E. Cummings

Inmortal Minerva o efigie numinosa de ave nocturna
amargo metal bajo las lenguas, ya sin palabras ni memoria,
de los cuerpos con desnudez de aguacero
que buscan a tientas la dulce caricia de la hierba profanada.
Caronte recibe su salario de fría aleación
y sólo queda entonces, sin sangre mortal ante la calígine inmediata,
el furor homicida de los lirios y las rosas carnívoras
lamiendo las frágiles calaveras de ilotas y tetrarcas vencidos
por los viscosos confines del Tártaro.
Lascia tutta la speranza,
también Buffalo Bill ha muerto
y el hombre de las patas de chivo
por los risco de North Conway,
en la tangente desnuda de un sueño decapitado,
búcaro donde anida el áspide
penetrando en la sustancia de cada atardecida
sobre combados azules o plateados tal vez.
Solitarios paladines con tizonas de adobe y alquitrán
hurgan en la devastación de una caricia herida
sobre viñedos de tinieblas o bastiones de plomo.
No son instantes tibios como la leche materna,
no el claro sabor de violoncello,
sino el tiempo y su mordaza
en la noche de rotación lunar y cabalística.
Invernales espuelas de hielo rasgadas por los solsticios en fuga
como un manotazo al céfiro escondido en el tiempo que queda,
oscuridad bufa y sangrante, bucaneros de la posmodernidad
que extienden vasijas de alacranes
en el batir nocturno de los cuerpos adormecidos.
Ahora a solas, las votivas cornejas que nos esperan
en el ábrego premonitorio de un latido incierto,
como una tralla en hombros sin redención
o en el clamor de la carne que todos fuimos
y todos seremos alguna vez en los límites de una madrugada
a su término o en la proyección del fuego en los cristales
que nos hace revivir, entre cabezas de grifones y vencejos muertos,
los viejos simulacros de amor y de odio,
acaso también, la desolación contagiosa en las secretas cuencas
de ojos como remordimientos
en los que se contempla un mundo al final rendido,
lejos de los nutrientes senos de la tierra,
de limpios roquedales o dardos y colmillos
en una luz fingida de cinematógrafo.
Traguetto de almas imposibles
en un inquietante verso de Poe
como un abismo blanco en el agua enmudecida
o el húmedo otoño de las plateadas almenas de Eritea.
Polvo dolorido o labios sobre sombras liberadas,
sous les pavés, la plage,
en la cornisa de un cielo metálico
y su herrumbre oscura de estancia dormida,
trémula piel cuando yace como un lagarto seco
en la resbaladiza muerte o en la vida que nos nombra.

TODOS LOS DÍAS SIN TU NOMBRE

Un piélago de voces se precipita
en un tiempo ovalado de fructíferos vientres
e ímpetus rotos, trasiego de la carne
en vértices de sombras,
lindes rigurosas de aquello
que está objetivamente inmóvil y atrapado
en una porción de quebrantada espera.
El vacío de una luz sin deseo
boga por el abandono o éxtasis
al abrigo de cielos ingratos,
ausencias de una piel tendida en severa congoja
de muerte necesaria.
Un eco remotísimo maquina
Calcinadas horas indolentes,
Tibias cordilleras de instantes confundidos
Por ojos velados y cobrizas agonías.
Desciendo con una catarata de fuego en la espalda
para cercar de cenizas o acento de barro
el estremecimiento de unas manos sin cuerpo
sobre noches prolongadas en amaneceres oscuros.
Espacios que aguardan sobre un cristal distante,
en círculos de oalabras erguidas,
dispersos extramuros en la incertidumbre
imprecisa de todo lo vivido
entre alquitranes y frutos extraviados
que deja la memoria ausente
de todos los días sin tu nombre..
De Todos los días sin tu nombre (2009)

VENUSBERG

Invernales solsticios del tamaño de la ira,
tiempo culpable que late con pulso de cumbre,
tan sólo ámbito en oscuros jardines solitarios
-undoso azabache de Uccello en San Romano,
o Amarone en cristal D’Arges- desconcierto del amor
que habita senderos de cantil
y perdura sólo en la quietud de una perversa agonía,
irradiación de un cuerpo percibido
en su aristotélica totalidad como un golpe rotundo en la materia,
aleve espacio de noche ambigua,
roses at Tannhäuser Gate,
arazzi lúbrico en recóndito Venusberg, telar de la destrucción,
cette momie vivante qui ignore tout des limites de son vide,
agonal arrecife en desgarro, pálida caléndula,
funestos símbolos o materia rota no contemplada,
alba mínima de errantes e ilícitos astros
sobre leñerías en llamas de neblosa tormenta
donde una verdad del espíritu oculta
nos une en un círculo caucasiano
de frágiles lechos en el trance de vivir,
(argénteos hexámetros de Parménides:
no ha sido ni nunca será, porque es).
Obscena memoria erguida como sangre en espacios absolutos
de azul abatido, porque la luz no basta,
C-Rays glow in the dark
intocable cautividad nimbada en revuelo de cristales,
arcángeles ejecutados en los chapiteles de Trento,
lechuzas de gárgola o monjes salvajes que dejan sus panfletos
sobre la tumba del viejo adalid en los límites últimos.
Horizontes lascivos de lentas espumas,
o piedras convertidas en agua
en un estremecimiento indescifrable,
vértigo insatisfecho en la suave urgencia del abandono.
De Teoría de la incertidumbre (2020)

VIVIR EN EL LETEO

Después de la muerte de los dioses,
el agua rizada de mares oscuros
bañó nuestros cuerpos de barro
en la herrumbre piadosa de los días,
éxodo de la soledad del tiempo a las orillas del río Leteo
entre rostros sin facciones, pórticos encendidos
o tolvaneras de espliego en los muslos del cíclope.
Nos hicimos preguntas conociendo el resplandor de las respuestas
para vencer al olvido sobre gárgolas desprendidas y cristal silencioso.
El ayer se agolpó en frías estatuas en las que apenas nos contemplamos,
en los distantes horizontes de marfil y fuego
donde las flores miran al mar y el cormorán de azogue aguarda,
círculos del viento desnudo, palabras desprotegidas, miradas inasibles
con alegorías de estampas vivientes, tal vez para almas sin cuerpo.
Los labios rasgados de los Macbeth enmudecidos,
como un punzón de luz en los destruidos arrayanes,
atraviesan los empañados espejos de simulacros y cariátides
en el bosque donde los grifones lamen caléndulas rotas.
La brisa del Tártaro, como un manotazo a tientas, nos muestra
el arco combado de una destrucción de bastiones y terciopelo,
crimen sucedáneo con nombre de abismo que toca el rostro
del amanecer con manos misericordiosas y sangre arrodillada.
Los montes imaginarios se llenan de crucifixiones de alquitrán,
no habrá paz para el alanceador de rosas en los extraños días
del áspide en la hierba, en el reflejo taciturno de los cielos de cadmio,
bajo las inercias de las vidas rutinarias.
Nadie como el ciego Tiresias vadeó el Leteo y la belleza del olvido,
el intrépido vuelo del águila caudal sobre las frondas de nuestros pasos
inciertos y desmadejados en un pañuelo de ábrego
esperando un camino o una vida por desvelar o mundos absolutos,
caídos en sí, posteriores al amor, perfumados
por los caóticos aromas de una eternidad a punto de extinguirse,
aliento húmedo de horizontes aún tibios y enlazados, prófugos
en una tristeza muda que con su presencia quema los párpados
tras el cristal de un resplandor que nace con la belleza de las vísperas.
Quietud lívida como una destrucción que desciende boca abajo
para posarse en la dicha inicial del viento entre los árboles, desorden
de abatidos cuerpos de lava contenida, bultos de hielo o metal y barro, ojos que brillan
de improviso como una pregunta que destruye, ceguera inmensa donde la intemperie
araña labios bajo el pálpito de un mundo
sin palabras, vientres de prohibidas raíces, manos que rozan opuestos destinos para vivir
o morir con los ojos abiertos en un desgarro de sol profanado.
Vivir en el Leteo es revivir.
De Vivir en el Leteo (2018)

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Donaciano Bueno Diez
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