LA MUERTE DE LAS CAMPANAS (Mi poema)
Jesús Orta Ruiz (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

La torre de la iglesia, las campanas,
desnudas de cintura para abajo,
no pueden presumir ya de badajo,
parece de tocar no tengan ganas
al ver que el cura aflige cabizbajo.

Lamentan que inservibles ya son viejas
mirando con nostalgia hacia el trabajo,
los tiempos que gozaron de agasajo,
de abrigo para algunas comadrejas,
gorriones y palomas a destajo.

Quisieran retornar a esa fiestera
cuando era su tañer tan esperado,
-a Misa, vamos hijo que han tocado,
-no madre que no han dado la tercera*,
-que sí, madre, que yo las he escuchado.

Y añoran los bautizos y las bodas
e incluso en ese trance a funerales,
las fiestas, los eventos, carnavales,
volteando sin parar de todas todas,
tocando al buen tun tún sin más modales.

Campanas de la torre repicando
historias de otros tiempos van contando.
©donaciano bueno

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*La llamada a la Misa era objeto de tres repiques de campana. Generalmente no se acudía hasta que no daban la tercera.

MI POETA SUGERIDO:  Jesús Orta Ruiz

Desalojo íntimo

Décima

Compay, ¡qué triste está el río!
¡Cómo solloza la palma!
Para siempre murió el alma
del guateque en el bohío!
Aquella que en el bajío
endulzó mi amarga suerte,
un día se quedó inerte,
¡y yo no sé en qué carreta
se me fue por la secreta
guardarraya de la muerte!

Vida y muerte

Enero: ya está el central
encendiendo en el paisaje
un relámpago en el paisaje
un relámpago, un miraje
de sonrisa trimestral.

Abril: inercia mortal
sin arado ni simiente:
tiempo muerto, fuego ausente
de los ojos y el fogón,
marabú en el corazón
y savia sobre la frente.

Madrigal de la neblina

No hay iris. Se difumina
el color de las violetas
y convivo con siluetas
en un mundo de neblina.
Una mujer me encamina
y de guijarros y abrojos
va librando mis pies flojos…

¡Ay, quién me diría que
los ojos que ayer canté
hoy fueran mis propios ojos!

Elegía de los zapaticos blancos

Vengo de allá de la ciénaga,
del redimido pantano.
Traigo un manojo de anécdotas
profundas, que se me entraron
por el tronco de la sangre
hasta la raíz del llanto.

Oídme la historia triste
de los zapaticos blancos…
Nemesia –flor carbonera–
creció con los pies descalzos.
¡Hasta rompía las piedras
con las piedras de sus callos!

Pero siempre tuvo el sueño
de unos zapaticos blancos.

Ya los creía imposibles.
¡Los veía tan lejanos!
Como aquel lucero azul
que en el crepúsculo vago
abría su flor celeste
sobre el dolor del pantano.

Un día, llegó a la ciénaga
algo nuevo, inesperado,
algo que llevó la luz
a los viejos bosques náufragos.

Era la Revolución,
era el sol de Fidel Castro,
era el camino triunfante
sobre el infierno de fango.
Eran las cooperativas
del carbón y del pescado.

Un asombro de monedas
en las carboneras manos,
en las manos pescadoras,
en todas, todas las manos.
Alba de letras y números
Sobre el carbón despuntando.

Una mañana…¡Qué gloria!
Nemesia salió cantando.
Llevaba en sus pies el triunfo
de sus zapaticos blancos.
Era la blanca derrota
de un pretérito descalzo.

¡Qué linda estaba el domingo
Nemesia con sus zapatos!
Pero el lunes… ¡despertó
bajo cien truenos de espanto!

Sobre su casa guajira
volaban furiosos pájaros.
Eran los aviones yanquis,
eran buitres mercenarios.

Nemesia vio caer muerta
a su madre. Vio
sangrando a sus hermanitos.
Vio un huracán de disparos
agujereando los lirios
de sus zapaticos blancos.

Gritaba trágicamente:
¡Malditos los mercenarios!
¡Ay, mis hermanos! ¡Ay, madre!
¡Ay, mis zapaticos blancos!

Acaso el monstruo se dijo:
Si las madres están dando
hijos libres y valientes,
que mueran bajo el espanto
de mis bombas. ¡Quién ha visto
carboneros con zapatos!

Pero Nemesia no llora.
Sabe que los milicianos
rompieron a los traidores
que a su madre asesinaron.

Sabe que nada en el mundo–
—ni yanquis ni mercenarios—
apagarán en la patria
este sol que está brillando,
para que todas las niñas
¡tengan zapaticos blancos!

Poema V – fragmento

IX
No me asusta morir… Sólo lamento
no tener ojos para ver las cosas
que se transformarán: zarzas en rosas,
lobos en hombres, polvo en monumento.

No me asusta morir… Sólo lamento
ser sordo como el frío de las losas
cuando vengan las músicas gloriosas,
cuando una larga risa sea el viento.

Sólo lamento no tener mi tacto
cuando sea concreto el mundo abstracto
que en crisoles de sueño se moldea.

No me asusta morir… Sólo lamento quedarme quieto cuando todo sea
la perfecta expresión del movimiento.

poema IX – Fragmento

Vendrá mi muerte ciega para el llanto,
me llevará, y el mundo en que he vivido
se olvidará de mí, pero no tanto
como yo mismo, que seré el olvido.

Olvidaré a mis muertos y mi canto.
Olvidaré tu amor siempre encendido.
Olvidaré a mis hijos, y el encanto
de nuestra casa con calor de nido.

Olvidaré al amigo que más quiero.
Olvidaré a los héroes que venero.
Olvidaré las palmas que despiden

al Sol. Olvidaré toda la historia.
No me duele morir y que me olviden,
sino morir y no tener memoria.

El alud

Décima
Llegaste, viejo turista,
todo empolvado de olvido
y te ha rejuvenecido
tu verde y azul conquista.
Ebria se quedó tu vista
de ceibas y palmas reales;
y entre los cañaverales
para siempre has enterrado
tu recuerdo constelado
de balcones medievales.

La clave de lo eterno

Tiene forma de cráneo el firmamento
y todo está ordenado tan simétricamente,
tan familiar, que hay relaciones
entre la luna y la pleamar,
entre un grano de arena y un planeta lejano.
Las nebulosas
son el semen de Dios,
de donde nacen mundos;
y, de igual sustancia,
nacen la planta, el animal y el hombre.

Todo cohabita en tierra y cielo,
todo vence a la muerte
haciéndose el amor.

Décima

Llovizna, está gris el cielo,
En el aire, qué humedad,
Como si en la inmensidad
Alguien cepillara hielo.
Hilo elástico de vuelo
Recoge la tarde fría
En la gris melancolía
De un parque viejo y tristón
Donde los pájaros son
Racimos de melodía.

Has vendido tu ilusión
sin ver que el amor castiga
al viviente que no siga
la ruta del corazón.
Pobre quien de su pasión
la corriente no desata,
y fríamente, y barata
vende su luz a las nieblas.
Ya te verás en tinieblas
bajo lámparas de plata.

Un día, el más triste día
de la más plomiza calma,
cuando te busques el alma
te la encontrarás vacía.
Ya verás cómo te hastía
tu mentira de oropeles:
hallarás entre tus mieles
acíbar de pena muda
y te sentirás desnuda
envuelta en lujosas pieles.

A través de un olor

Décima
Donde en caballo de millo
jineteaba la ilusión.
En una Y griega del monte
y una piedra del camino
anda la muerte de un trino
registrando el horizonte.
¡Cómo me ha desalojado
la guardia rural del cielo!
¡En qué pozo tan profundo
se le cayó la sonrisa!

Madrigal de la neblina
No hay iris. Se difumina
el color de las violetas
y convivo con siluetas
en un mundo de neblina.
Una mujer me encamina
y de guijarros y abrojos
va librando mis pies flojos…

¡Ay, quién me diría que
los ojos que ayer canté
hoy fueran mis propios ojos!

¡PRIMERO DE ENERO!

Luminosamente surge la mañana…
¡Las sombras se han ido! Fulgura el lucero
de la redimida Bandera Cubana.

El aire se llena de alegres clamores,
se cruzan las almas saludos y besos,
y en todas !as tumbas de nobles caídos revientan las flores
y cantan los huesos.

Pasa un jubiloso ciclón de banderas
y de brazaletes de azabache y qrana,
mueve el entusiasmo balcones y aceras,
qrita desde el marco de cada ventana.

A la luz del día se abren las prisiones
y se abren los brazos: se abre la alegría
como roja rosa en los corazones
de madres enfermas de melancolía.

Jóvenes barbudos, rebeldes diamantes,
con trajes de olivo vienen de las lomas,
y por su dulzura, los héroes triunfantes
parecen armadas y bravas palomas.

Vienen vencedores del hambre y el frío
por el ojo alerta del campesinado
y el amparo abierto de cada bohío. . .
Vienen con un triunfo de fusil y orado.

Vienen con sonrisa de hermano y amigo,
vienen con pureza de vida rural,
vienen con las armas que al ciego enemigo
quitó el Ideal.

Vienen con el ansia del pueblo encendido,
vienen con el aire y el amanecer,
y, sencillamente, como el que ha cumplido
un simple deber.

No importa los días de guerra y desvelo,
no importa la cama
de piedra o de grama,
sin otra techumbre que ramas y cielo.

No importa el insecto, no importa la espina,
la sed consolada con parra del monte,
la lluvia, los vientos, la mano asesina
siempre amenazando en el horizonte.

¡Sólo importa Cuba, sólo importa el sueño
de cambiar la suerte!
!Oh, nuevo Soldado que no arruga el ceño,
ni viene asombrado de tutear la muerte!

Los niños lo miran pasar aguerrido
y piensan, crecidos por la admiración,
que ven un Rey Mago rejuvenecido
y con cinco días de anticipación.

Pasa fulgurante Camilo Cienfuegos,
alumbran su rostro cien fuegos de gloria
Pasan capitanes, curtidos labriegos
que vienen de arar en la Historia…

Con los invasores pasa el Che Guevara,
alma de Sarmiento que trepó el Turquino,
San Martín quemante sobre Santa Clara,
Maceo del Plata, Gómez argentino…

Pasan lindas reinas sin otras caronas
que su sacrificio: cubanas marciales,
gardenias que un día se hicieron leonas
al beso de Doña Mariana Grajales…

Ya entre los mambises del bravío Oriente,
sobre un mar de pueblo, resplandece un astro,
ya vemos la cálida frente,
el brazo pujante, la dulce sonrisa de Castro…

Lo sigue radiante su hermano Raúl,
y aplauden al pasar del Héroe ciudades quemadas,
ciudades heridas que serán curadas
y tendrán un cielo sereno y azul.

Fidel fidelísimo, retoño martiano,
asombro de América, Titán de la hazaña
que desde las cumbres quemó las espinas del llano
y ahora riega orquídeas, ¡flores de montaña!

Y esto que las hieles se volvieran miel,
se llama… ¡Fidel!
Y esto que la ortiga se hiciera clavel,
se llama. . . ¡Fidel!
Y esto que la Patria no sea un cuartel,
se llama. . . ¡Fidel!
Y esto que la bestia fuera derrotada por el bien del hombre,
esto que la sombra se volviera luz,
esto tiene un nombre, sólo tiene un nombre:
FIDEL CASTRO RUZ.

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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