NOSTALGIA DE LOS PINARES (Mi poema)
Vicente Luy (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

¡Oh, aquellos resecos pinos
y polvorientas encinas!
En el corral las gallinas
y en las bodegas los tinos.
Y ese rito en la matanza
donde los pobres cochinos
oficiaban de padrinos
y reyes de la pitanza.

Los molestos sabañones
que atrofiaban nuestros dedos,
de la iglesia algunos credos,
de los quintos sus canciones.
La vendimia y los colgajos,
los mozos, sus lagarejos*
y en el río los cangrejos
y el crujido de los grajos.

¡Oh, aquellas tardes de estío
con la escarcha en primavera!
En los que la sementera
sembrando iba su albedrío.
Los segadores cortando
la testa a la mies dorada
y al terminar la jornada
a la misa y repicando.

Y del colegio, ¡oh, la escuela,
los pupitres, los maestros!
Los castigos siempre prestos
para clavarnos la espuela.
Y en el monte a por las piñas,
los cándalos para leña,
de conejos, santo y seña
de los amigos, las riñas.

Y esos juegos en la plaza
y en Santa Isabel, la fiesta,
los gaiteros. Y a la fresca
rosas con papel de estraza.
Y aquel brasero, el candil,
los rebaños, las ovejas
los chuzos desde la tejas
cual si fueran de marfil.

La cocina castellana
con sus perniles oreando,
los sarmientos tiritando
en la parrilla galana.
Las chuletas, bien regado
de vino fino el gaznate
para darle el jaque mate
del porrón empitonado.

Y otros mil recuerdos, mil,
que ahora hasta mi mente afloran,
disuelven y decoloran
como al blanco hace el añil.
De aquello, ¡ay amigo mío!,
la nostalgia es lo que queda
la poda, escarda y la veda,
con mi adiós, su escalofrío.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO:  Vicente Luy

Llueve y alguien está diciendo “llueve”.

Si me equivoco contradíganme con amor, porque con amor digo.
Si erro pónganme maestros, que luego yo les enseño,
porque con amor hago.
O ustedes, ¿Por qué creen que llueve; porque hace falta?
¿creen que llueve porque sí? ¿por qué carajo creen que
llueve?
Llueve; y no sólo eso; la verdad es que hay un montón
de gente diciendo “llueve”.
De a uno empiezan a notarlo, y no lo pueden evitar;
simplemente dicen “llueve”.
Porque llueve.
Si me equivoco contradíganme con amor, porque
con amor digo.

En la cocina de la casa de su madre Melissa Sue Anderson
aprendió a mirar, a ser inocente.
El pibe Ingalls fue más lejos. Hizo un cáncer y en distintos
programas de lucha contra el cáncer se fue despidiendo
de a poco.
Yo, en la grava antes de la escalera que da a los salones,
voy gestando una voz tibia y rota, aunque hiriente; la de
alguien –un desconocido- que te pueda entender, que te va
a escuchar.
La puerta está abierta, y paso. Hay muchísima gente.
Toman Felipe Rutini, las velas están encendidas, los manteles
son blancos. Me llama la atención un florero. 6’ después,
tropiezo y lo rompo. La mayoría me mira.
Yo sonrío y trato de explicar lo azaroso del hecho.
Igual me echan.
De acuerdo. De acuerdo. Me voy.
Pero por lo menos lo intenté.

Entre 2 tablitas de la persiana de la habitación de la casa que alquilo en Argañaraz y Murguia y San Carlos no cabe un marlo de choclo, pero sí una mirada asesina.
Por eso estoy paranoico.
Subo a besos por su sangre,
cuento los días.
Ella abre un paquete de Merengadas;
ella comemos.
El sur vuelve lleno de camarones
y aire de los Aguirre.
Y todos sudan:
la madre, el padre y el pingüino.
Ella suda.
Ella se vuelve clítoris,
y yo también.

Eso es una pollera; eso es una mujer. Una mujer con un cigarrillo
en la mano. Tiene las uñas pintadas y toma un té. Parece bonita.
No me interesa ninguna otra cosa en este mundo.

Si fuera Dios me haría hombre, pero no otro.
Apostaría todo a la transformación.
Mi desesperación y mi miseria
son la plataforma desde donde me intuyo.
Sólo soy tuyo siendo yo.

¿Por qué los secuestradores prosperan?
¿Por qué sonríen los diputados?
Tienen plan.
Vos no tenés plan.

Por romper las reglas a Adán lo echaron del paraíso.
Yo reivindico eso.
¿Qué clase de Edén es ese
que hay cosas que no se pueden hacer?

¿Tus palabras no atraviesan las paredes?
Modifica tus palabras.

¿Venderle el alma al diablo? Sí, pero cara.
Y si se puede, venderle también otras cosas.
Y vender a Dios lo que el diablo no compre.

Uno deja a veces el camino por miedo al fracaso.
Uno deja a veces el camino por miedo al fracaso.
Uno deja a veces el camino por miedo al fracaso.
Uno deja a veces el camino por miedo al fracaso.
Uno deja a veces el camino por miedo al fracaso.
Uno deja a veces el camino por miedo al fracaso.
Uno deja a veces el camino por miedo al fracaso.
Uno deja a veces el camino por miedo al fracaso.
Uno deja a veces el camino por miedo al fracaso.
Uno deja a veces el camino por miedo al fracaso.
Uno deja a veces el camino por miedo al fracaso.
Si no lo leíste las 10 veces leelo de nuevo y después saltate este renglón.
Pero el miedo no siempre se ve.
Ahora miralo.

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Uno deja a veces el camino por miedo al fracaso.
Uno deja a veces el camino por miedo al fracaso.
Uno deja a veces el camino por miedo al fracaso.
Uno deja a veces el camino por miedo al fracaso.
Uno deja a veces el camino por miedo al fracaso.
Uno deja a veces el camino por miedo al fracaso.
Uno deja a veces el camino por miedo al fracaso.
Uno deja a veces el camino por miedo al fracaso.
Uno deja a veces el camino por miedo al fracaso.
Uno deja a veces el camino por miedo al fracaso.
Uno deja a veces el camino por miedo al fracaso.
Si no lo leíste las 10 veces leelo de nuevo y después saltate este renglón.
Pero el miedo no siempre se ve.
Ahora miralo.-

Antes pedimos que se vayan.
Antes, pedimos justicia.
Ahora pedimos que no se rían de nosotros.
Después, ¿qué pediremos; piedad?
Usá tu odio para el bien común.
Poné tu odio al servicio del bien común.

No se si asumir que estoy enfermo
y si lo estoy, ¿qué debiera hacer?
¿Estoy enfermo?
¿O es simple depresión?
Porque si soy un enfermo debiera
pedir primero por mi salud.
Y yo pido alegría
o mejora en mis ingresos
jamás salud.
Ya uso lentes.-

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Llueve, y alguien está diciendo «llueve». Si me equivoco
contradíganme con amor, porque con amor digo.
Si erro pónganme maestros, que luego yo les enseño,
porque con amor hago.
O ustedes, ¿por qué creen que llueve; porque hace falta?
¿creen que llueve porque sí? ¿Por qué carajo creen que llueve?
Llueve; y no sólo eso; la verdad es que hay un montón
de gente diciendo «llueve».
De a uno empiezan a notarlo, y no lo pueden evitar,
simplemente dicen «llueve».
Porque llueve.
Si me equivoco contradíganme con amor, porque
con amor digo.-

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Castilla – Manuel Machado

A Manuel Reina. Gran poeta

El ciego sol se estrella
en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y espaldares
y flamea en las puntas de las lanzas.

El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos,
¿polvo, sudor y hierro? el Cid cabalga.

Cerrado está el mesón a piedra y lodo…
Nadie responde. Al pomo de la espada
y al cuento de las picas, el postigo
va a ceder… ¡Quema el sol, el aire abrasa!

A los terribles golpes,
de eco ronco, una voz pura, de plata
y de cristal, responde… Hay una niña
muy débil y muy blanca,
en el umbral. Es toda
ojos azules; y en los ojos, lágrimas.
Oro pálido nimba
su carita curiosa y asustada.

«¡Buen Cid! Pasad… El rey nos dará muerte,
arruinará la casa
y sembrará de sal el pobre campo
que mi padre trabaja…
Idos. El Cielo os colme de venturas…
En nuestro mal, ioh Cid!, no ganáis nada».

Calla la niña y llora sin gemido…
Un sollozo infantil cruza la escuadra
de feroces guerreros,
y una voz inflexible grita: «¡En marcha!»

El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
¿polvo, sudor y hierro? el Cid cabalga.

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Donaciano Bueno Diez
Vicente Luy
: Autor,
MANUEL MACHADO
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