REFLEXIONES SOBRE MI INFANCIA (Mi poema)
César Sánchez Beras (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo
 

Era el año cuarenta. Yo nacía,
así sin conocer ni donde estaba.
Tampoco yo sabía el que mandaba
era Franco por ser el que vencía,
la guerra se acababa.

Por no saber también desconocía
quién era el General ni me importaba,
por qué de aquella historia no se hablaba
y nadie a comentarlo se atrevía,
pues todo igual me daba.

Después llegue a la escuela y empecé
a oír lo que decían mis maestros,
y yo, lo mismo que hacen los cabestros,
siguiendo a sus consejos recité
los mismos padrenuestros.

Cantaba el Viva España, el Cara al Sol,
poniéndonos en pié, Prietas las Filas,
lo mismo que lo hiciera un meapilas,
gozando por sentirme un español
por todas mis axilas.

Quisiera hoy descubrir por qué robaron
las ansias por saber, o confundieron.
Si acaso es que ellos mismos no supieron
o debo de pensar se equivocaron
peor que me mintieron.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: César Sánchez Beras

César Sánchez Beras

Bolero 8

Si este lunes te cansas de mirarte al espejo
y ves que eres la misma del domingo pasado,
ponte los zapatos de cruzar el abismo
y el chaleco de cuero que parece blindado.
Si este martes descubres que aun tienes las ojeras
por desandar la noche como perro sin dueño.
Ármate de valor y aférrate al cuchillo
aunque el filo no sirva para enterrar un sueño.
Si este miércoles sales escondiendo las alas
a buscar cualquier jueves que en los trenes se marcha
o tus viernes de angustias, tu sábado de hastío…
Súbete al antifaz de todos los domingos
y junto con los otros que están en el abismo,
toca todas las puertas que la muerte ha cerrado.

Bolero 13

Yo te deseo…
con unas ganas nuevas
que no ha sentido nadie,
con las ansias inéditas de los resucitados,
con el vértigo azul del que vive una fuga.
Yo te deseo…
en el recodo de la angustia o el delirio,
en la piel luminosa del desgarre,
en la lengua plural de la vendimia.
Yo te deseo…
con este miedo nuevo que no ha sentido nadie,
con el ojo agrandado del que no ha visto nunca,
con la sangre ancestral de los que son eternos.
Yo te deseo…
con el mismo temblor de eternidad,
con que copulan las bestias y los dioses.

Poema corto.

Cada vez duele menos marcharse de la isla.
Ya no están los amigos,
ejército diezmado en manos de la parca,
cual ángeles rebeldes para un cielo noctámbulo.

Ya no tiene la casa las manos de la vieja,
la mariposa grande de su sonrisa dulce,
nadie llora en el cuarto ni despide en la puerta.

Tampoco está mi padre vestido de patriarca,
que después del abrazo estrechaba la mano
y en silencio, sus ojos, bendecían el retorno.

Cada vez duele menos volver sobre los pasos.

El barrio ya no existe, se murieron las novias,
las nubes ya perdieron el color del regreso,
el mar es perro azul ladrándole a la orilla,
y yo un fantasma triste que se asusta a sí mismo.

Delineando un vocablo

Escribirte como quien se desangra.
Con el último aliento calcinado,
a puros borbotones escupiendo las vísceras,
como cuando en los ojos hace nido la rabia.
Escribirte como velero ardiendo
como si solamente quedara una palabra,
para decirlo todo, para contar el miedo,
cuando ya para el sueño no exista otra mañana.
Escribirte ese último presagio de la angustia
cual ave que se resurge entre la llamarada,
ese golpe de viento que rompe los cristales
y se cuela en la lluvia que anuncia una desgracia.
Escribirte con toda la sangre que me queda
un vocablo de luz nacido de la enrancia,
esa palabra única que no ha sido leída
a la que yo, en silencio, voy quitándole escarcha.

Boceto para una danza

Una mujer se mete muy dentro de la lluvia
para encontrar su infancia.
Va huyendo de su muerte o de mis ojos,
del olor de los cerezos y las aves,
de la risa acribillada de los días.
Cada beso de agua,
deshoja el girasol de sus cabellos,
mientras sus pies desnudos entonan una música
parecida a los muelles de noviembre.
Hay un ciento de ojos removiendo sus pechos
desde los altos ventanales del miedo,
pero ella solo escucha
la canción a capela de un niño que la hechiza,
y que tiene un mirar de un verde indescifrable,
como las algas muertas a la orilla de Güibia.
El dios de las tormentas ha roto unos cristales,
para ver si despierta sus parpados de nubes,
y ella sale triunfante del trance que la habita.
Ahora, lentamente se ha quitado el vestido,
y hay un ciento de ojos agrandados de sueños
mirándola danzar al centro de la lluvia.

Bolero 38

Negra sombra, sombra negra
tragaluz de mi desdicha,
vestido de mis miserias.
Sombra negra, negra sombra
vendaval de lluvia gris
acechando por las venas.
Negra sombra, sombra negra
mar adentro en la nostalgia
con el ruido que envenena.
Y ese no sentir el cuerpo.
Y ese no encontrar el alma.
Y ese podrirse en silencio.
Y ese morirse en el alba.
Sombra negra, negra sombra
esa que sale del vino
que despeina, que desgarra.
La que se enreda en las cuerdas
del cuello de las guitarras
esa que sabe los nombres
de los dolores antiguos,
esa que sale del brazo
de toditas las navajas.
Negra sombra, sombra negra
la que cuando tú te vas,
viene a sacarme los ojos
viene a acostarse en mi cama.
Que se me esconde en los párpados
y que me escupe a la cara,
sombra negra, negra sombra
la de no verte en la casa.

Bolero 39

Todo el mar de Grecia va en su sangre.
Un aguacero de flechas innombrables,
emigra de su lengua que se incendia,
y hace diana en el pubis y en la ingle.
Todo el cielo de Esparta ahora es su cielo.
Todo el galope del imperio es su caballo,
todo el Danubio su pupila acalorada.
Afuera el mundo resbala en una daga.
La muerte sabe el nombre de todos los guerreros,
los que van a morir y los que mueren,
tienen la marca febril de los que han muerto.
Sólo ellos sobreviven a la horda,
una es la brecha entre la eternidad y el infortunio,
lleva el deleite,
la llave azul que abre con su conjuro,
la puerta de todas las tragedias.
Todo el asombro de los dioses va en un seno.
En su saliva se descarrila el vértigo,
sólo Afrodita conoce esta batalla.

Bolero 50

De esta página al éter
se extinguen las palabras.
Cada símbolo tiene las alas pavorosas
el aire suspendido en las fauces del miedo.
Cómo atrapar su sombra,
la huida de ese búho que naciendo se muere,
la música terrible de los pasos del sueño,
el momento terrible en que caen los cristales.
De esta página al éter
voy perdiendo los miembros.
Se calcinan los ojos
ni siquiera son mías estas manos crispadas
se atragantan de luz las vísceras que hierven.
De esta página al éter,
tuve la vida larga de ese breve segundo,
en el que toda mi sangre se quema en el poema.

Bolero 51

Réquiem para un amor inútil,
para esta calle oscura
que desemboca siempre frente al lecho del mar,
debajo de un balcón que escupe sus jazmines,
enigma inagotable de los pies de la espuma.

Quiero una nueva tumba de velas y salitre
para esta soledad que enturbia los espejos.
La cruz fosforescente que ilumine los puertos,
cuando el barco se hunda a leguas de la orilla.

Denme una oración
que profane esta sombra que hurga en mis papeles
el líquido puñal que se cuela en mis párpados
cuando el dolor se adentra debajo de los surcos
donde tiene su siembra la mueca y sus navajas.

Réquiem para este amor podrido
que solo engulle carne laceradas al odio,
que se jacta en beber la cicuta del sueño,
cuando corta mis venas con su música insomne.

requiescat in pace para un amor inútil
que ya se está muriendo.

Bolero 52

Cada cuerpo
es una nueva Babel y no lo sabe.

Miles de voces superpuestas
aguijoneando la carne destruida,
hasta encontrar la multitud del eco.

Río subterráneo,
que subiendo a todos los dinteles,
atraviesa las puertas ilusorias,
rompiendo los goznes del deseo
desvencijando los relojes del miedo.

Todo cuerpo
es una nueva Babel y no lo sabe.
Otra boca que pide su sitio en el abismo.

Bolero 54

Tengo una mujer acostada de espaldas
Justo donde comienza el lecho de las uñas.
Allí donde los ojos son rumores de incendio,
donde el búho más antiguo desviste las luciérnagas,
las locas velloneras de los amaneceres.

Quizás alguien la ha visto arrastrando su sombra
bajo el alero inicuo de todos los balcones,
destejiendo sus trenzas llenas de caracolas,
dándome a beber las algas de su río,
para luego dejarme buscándola en la niebla.

Hay una mujer a mitad de la noche
que aguijonea su pecho con un viejo conjuro.

Ningún duende se atreve
a desandar el filo del borde de sus senos,
esa música torpe que despiden las piernas
quitando los cerrojos amarillos del tiempo.

Solo yo entré desnudo,
a repicar el címbalo que aloca sus altares
avivando mi nada con la llama incesante,
de tener en el lecho de las uñas su nombre.

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