AL OTRO LADO DEL ALMA (Mi poema)
Emilio Prados (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo
 

Al otro lado del alma
donde en rosas no hay espinas,
todo es quietud, ni hay esquinas
y el mar se presenta en calma.

Donde anida el sentimiento
en el que el pueblo andaluz
se arrodilla ante la cruz
con bulla y recogimiento.

Quisiera, si alma tuviera,
este aprendiz de poeta
inventarme una saeta
que todo el mundo aprendiera.

Que subido en su almenara
embriagado de emoción
diera un vuelco al corazón
pues que Serrat la cantara.

Y seguir así a la gente
con su ritmo acompasado,
vivir tan entusiasmado
pareciendo irreverente.

Y querer como ellos quieren
a su virgen Macarena
y curarse la gangrena
que en sus pócimas bebieren.

Muriendo de amor, de pena,
como en pasos, costaleros,
henchidos de pasión, fieros,
y de gracia el alma llena.
©donaciano bueno

La semana Santa en Andalucía, a diferencia de la de Castilla, más asceta, es una mezcla de espectáculo de bulla y recogimiento sorprendidos ambos por el silencio absoluto ante el canto de una saeta.

MI POETA SUGERIDO: Emilio Prados

Emilio Prados

Cantar triste

Yo no quería,
no quería haber nacido.

Me senté junto a la fuente
mirando la tarde nueva…

El agua brotaba, lenta.
No quería haber nacido.

Me fui bajo la alameda
a ocultarme en su tristeza.

El viento lloraba en ella.
No quería haber nacido.

Me recliné en una piedra,
por ver la primera estrella…

¡Bella lágrima de estío!
No quería haber nacido.

Me dormí bajo la luna.
¡Qué fina luz de cuchillo!

Me levanté de mi pena…

(Ya estaba en el sueño hundido).

Yo no quería,
no quería haber nacido.

Cerré mi puerta al mundo

Cerré mi puerta al mundo;
se me perdió la carne por el sueño…
Me quedé, interno, mágico, invisible,
desnudo como un ciego.

Lleno hasta el mismo borde de los ojos,
me iluminé por dentro.

Trémulo, transparente,
me quedé sobre el viento,
igual que un vaso limpio
de agua pura,
como un ángel de vidrio
en un espejo.

El cuerpo en el alba

Ahora sí que ya os miro
cielo, tierra, sol, piedra,
como si viera mi propia carne.

Ya sólo me faltábais en ella
para verme completo,
hombre entero en el mundo
y padre sin semilla
de la presencia hermosa del futuro.

Antes, el alma vi nacer
y acudí a salvarla,
fiel tutor perseguido y doloroso,
pero siempre seguro
de mi mano y su aviso.

Ayudé a la hermosura
y a su felicidad,
aunque nunca dudé que traicionaba
al maestro, al discípulo,
más, si aquel daba forma
en su libertad
al pensamiento de lo bello.

Y así vistió su ropa
mi hueso madurado,
tan lleno de dolor y de negrura
como noche nublada
sin perfume de flor,
sin lluvia y sin silencio…

Solo el cumplir mi paso,
aunque por suelo tan arisco,
me daba luz y fuerza en el vivir.

Mas hoy me abrís los brazos,
cielo, tierra, sol, piedra,
igual que presentí de niño
que iba a ser la verdad bajo lo eterno.

Hoy siento que mi lengua
confunde su saliva
con la gota más tierna del rocío
y prolonga sus tactos
fuera de mí, en la yerba
o en la obscura raíz secreta y húmeda.

Miro mi pensamiento
llegarme lento como un agua,
no sé desde qué lluvia o lago
o profundas arenas
de fuentes que palpitan
bajo mi corazón ya sostenido por la roca del monte.

Hoy sí, mi piel existe,
mas no ya como límite
que antes me perseguía,
sino también como vosotros mismos,
cielo hermoso y azul,
tierra tendida…

Ya soy Todo: Unidad
de un cuerpo verdadero.
De ese cuerpo que Dios llamo su cuerpo
y hoy empieza a asentirse
a, sin muerte ni vida, como rosa en presencia constante
De su verbo acabado y en olvido
De lo que antes pensó aun sin llamarlo
Y temió ser: Demonio de la Nada.

Nuevo amor

Este cuerpo que Dios pone en mis brazos
para enseñarme a andar por el olvido,
no sé ni de quién es.

Al encontrarlo,
un ángel negro, una gigante sombra,
se me acercó a los ojos, y entró en ellos
silencioso y tenaz igual que un río.

Todo lo destruyó con su corriente.
Los íntimos lugares más ocultos
visitó, alborotó; fue levantado,
violento, dulce, atropellado y roto,
a otro mundo en los bordes de mi beso:
única flor aún viva en el espacio,
que en más fecundo ardor cambió la ausencia.
Luego en mi carne abrió sus amplias alas,
clavándome sus plumas bajo el pecho
todo temblor y anuncio de otras dudas…

No sé qué vida, así, podrá encenderme
la entrada de este ángel.
Soy un templo
arruinado, desde que vino a mí:
farol vacío;
como puerta cerrada de lo eterno…

Y lo que fui no sé: quizás lo sepa,
cuando este cuerpo vuelva a abandonarme
y yo vuelva a nacer desde mis labios
despegado al calor que los concibe…

Mas hoy, por fin, he detenido al día
le he destrozado el corazón al tiempo,
aunque dentro de mí como una daga,
siento al ángel crecer, que me atormenta.

Posesión luminosa

Igual que este viento, quiero figura
de mi calor ser y, despacio,
entrar donde descanse tu cuerpo del verano;
irme acercando hasta él sin que me vea;
llegar, como un pulso abierto latiendo en el aire;
ser figura del pensamiento mío de ti,
en su presencia; abierta carne de viento,
estancia de amor en alma.

Tú -blando marfil de sueño, nieve de carne,
quietud de palma, luna en silencio-,
sentada, dormida en medio de tu cuarto.
Y yo ir entrando igual que un agua serena,
inundarte todo el cuerpo hasta cubrirte, y, entero,
quedarme ya así por dentro como el aire en un farol,
viéndote temblar, luciendo, brillar en medio de mí,
encendiéndote en mi cuerpo,
iluminando mi carne toda ya carne de viento.

Alba rápida

¡Pronto, deprisa, mi reino,
que se me escapa, que huye,
que se me va por las fuentes!

¡Qué luces, qué cuchilladas
sobre sus torres enciende!
Los brazos de mi corona,
¡qué ramas al cielo tienden!
¡Qué silencios tumba el alma!
¡Qué puertas cruza la Muerte!
¡Pronto, que el reino se escapa!
¡Qué se derrumban mis sienes!
¡Qué remolino en mis ojos!
¡Qué galopar en mi frente!
¡Qué caballos de blancura
mi sangre en el cielo vierte!
Ya van por el viento, suben,
saltan por la luz, se pierden
sobre las aguas…
Ya vuelven
redondos, limpios, desnudos…
¡Qué primavera de nieve!

Sujetadme el cuerpo, ¡pronto!,
¡que se me va!, ¡que se pierde
su reino entre mis caballos!,
¡que lo arrastran! , ¡que lo hieren!
¡que lo hacen pedazos, vivo,
bajo sus cascos celestes !
¡Pronto, que el reino se acaba!
¡Ya se le tronchan las fuentes!
¡Ay, limpias yeguas del aire!
¡Ay, banderas de mi frente!
¡Qué galopar en mis ojos!
Ligero, el mundo amanece…

Canción

No es lo que está roto, no,
el agua que el vaso tiene:
lo que está roto es el vaso
y, el agua, al suelo se vierte.

No es lo que está roto, no
la luz que sujeta al día:
lo que está roto es el tiempo
y en la sombra se desliza.

No es lo que está roto, no
la sangre que te levanta:
lo que está roto es tu cuerpo
y en el sueño te derramas.

No es lo que está roto, no,
la caja del pensamiento:
lo que está roto es la idea
que la lleva a lo soberbio.

No es lo que está roto Dios,
ni el campo que Él ha creado:
lo que está roto es el hombre
que no ve a Dios en su campo.

Canción para los ojos

Lo que yo quiero saber
es dónde estoy…
Dónde estuve,
sé que nunca lo sabré.
Adónde voy ya lo sé…

Dónde estuve,
dónde voy,
dónde estoy
quiero saber,
pues abierto sobre el aire,
muerto, no sabré que, soy vivo,
lo que quise ser.

Hoy lo quisiera yo ver;
no mañana:
¡Hoy!

Cantar del dormido en la yerba

La muerte está conmigo;
mas la muerte es jardín
cerrado, espacio, coto,
silencio amurallado
por la piel de mi cuerpo
donde, inmóvil -almendra
viva, virgen,-, mi luz
contempla y da la imagen
redimida del fuego.

Si he de morir, ya es muerte:
la estrella, la avenida,
el silencio, la noche,
el agua y el amor.

Lo dice así la fuente
y el suspiro.
También
mi sangre cuando besa.

Si he de morir: mis labios
vencidos de misterio
ya nada buscan: cantan,
pues no ha de ser mi olvido
la tierra ni el silencio…

Y el jazmín no pregunta
desmayado en la sombra :
-¿Adónde irá el lucero
que mi nieve ha perdido?…

Si ha de morir: su aroma
es muerte; su flor muerte,
como la tierra húmeda
del cerrado jardín
de mi alma, es carne
de la muerte, también:
¡Luz! ¡Fúlgida memoria!
¡Eje de un universo
nuevo, que va a nacer
sin niebla, al fin, de olvidos!

Lo dice así la fuente
y el suspiro.
También
mi sangre cuando besa.

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Donaciano Bueno Diez
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