UNA LARGA ESPERA (Mi poema)
José Antonio Dávila (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo
 

Yo me senté a llorar frente a la puerta
a ver si algún momento tú la abrías,
una hora pasó y otra hora muerta,
mientras yo, vigilante, estaba alerta
y tú, incomprensible, no salías.

No entré hasta tu dintel, no me atrevía,
en su entorno la calle era desierta,
ni una rama de un árbol se movía,
dudé si en arrojarme a algún tranvía
mas mi alma me insistía estar despierta.

Y así fueron pasando día tras día
y una semana , un mes e incluso años,
apostando muy terco en la porfía,
confiando apareciera la alegría,
repleta de esperanza y desengaños.

Y harto ya de esperar me eché la siesta
cuando el sol más se expone al mediodía
y daba más profundo allí en mi testa,
tesitura de duda tan siniestra,
aunque un ojo despierto mantenía,

Y al fin reflexioné, sin darme cuenta
el tiempo que en la espera yo perdía,
dudando si amainaba la tormenta
y en esta dilación vil e incruenta
no pude más decir y me moría.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: José Antonio Dávila

José Antonio Dávila

Ex-libris

Soy padre, planté un roble, y dejo escrito
este libro de versos; ni es sorpresa
que el alma quede entre sus hojas presa,
como si fuera un pétalo marchito.

Se ve en él que, en la vida, la aspereza,
tras mucho herirme, sonrió un poquito,
y que llevé metido en la cabeza
un afán de beberme el infinito.

Huyendo de mi sombra y de un recuerdo,
loco en pensares y en sentires cuerdo,
derramé en la poesía mi agonía.

Mas veo al cabo que el sentir más hondo
no se hizo verso; se quedó en el fondo.
¡Y siento que me ahoga todavía!

Yerba Mora

¡Yerba Mora, no hilvanes más reproches
en el trapito gris de mi conciencia!
Que no tengo la culpa de quererte
ni tú la culpa de que yo te quiera.
Fue jueguito de dioses lo que vino
a envolvernos en sus tretas:
tu parte fue la blanca y mi parte la negra;
tuya la guinda reventona y púrpura,
mía la boca codiciosa y seca,
y no tengo la culpa de quererte
ni tú la culpa de que yo te quiera…

Pasaste por mi predio:
¡tal parecía que te parió la selva!
Bocado de quebrada que se cae
de las fauces musgosas de las piedras
y corre, malvestida de frescura
con los flancos besados por la yerba.

Pasaste con tu boca como flor de geranio
y tu pisar de lluvia mañanera,
con tus perfiles de novilla joven,
temblándole en la carne
la morena carne de los barrancos florecidos
y el respirar de toda la maleza.
Y oliendo… ¡qué sé yo ni a lo que olías!
A rosa zahareña, a mejorana, a pacholí y albahaca,
a surco abierto, a pulpa de grosella…

Los dioses te envidiaban;
venías inocente de sus estratagemas:
y no tengo la culpa de quererte
ni tú la culpa de que yo te quiera.

Pasaste, con el pelo mordiéndote la nuca;
gavilla con su polen de candela;
con sacudires de guajana al aire;
con rebeldías de una enredadera
que a la sombra de cobre del crepúsculo
contra el hombro del monte se desfleca…
Con el seno a brinquitos,
la cintura avispada y ceñida y retrechera;
taconeando el tacón de tus chapines
una canción trigueña que acompasaba el ritmo
que corría por las bravas columnas de tus piernas…

Y me miró el mirar de tus dos ojos
con sus remotos ángulos de almendra,
con el iris felino y color níspero,
sombreando por las sombras de esas breñas
que mienten tus pestañas,
y acechando desde el lila holgazán de tus ojeras.

¡Y me miró el mirar de tus dos ojos!
Tú sabes lo demás, ¡no llores, Yerba!
Que tú eres sólo como Dios te hizo,
y yo amo sólo como el cuerpo ordena,
y ni tengo la culpa de quererte
ni tú la culpa de que yo te quiera.

RESIDUOS

Ya tú no importas, ni tu amor conmueve,
Ni yo soy en tus días la emoción dulce y leve
que como brisa tibia pasó por tu desierto;
porque tu amor ha muerto y mi pasión ha muerto.

Pero sobre tu mesa reposa mi estatuilla:
Y al pasar de los años y al caer nuestra arcilla,
Seguirá reposando sobre la misma mesa
Sin que nadie pregunte al mirarla en la mesa
Si es el mudo tributo de una huesa a otra huesa.

La pasión ha volado;
Pero hay ciertos residuos que en el alma han quedado,
Y noto cuando pasas por la calle, altanera,
Que aún te peinas el pelo de la misma manera
Que tanto me gustaba y que amé con tal celo.
(Yo viví enamorado de tu pelo.)
Y aún tengo la costumbre de usar el sobretodo
con un botón de rosa en el ojal, al modo
que tanto te gustara;
y hasta existe una frase que en broma yo imitara,
llena de tu decir y tu manera,
que ahora uso por mía y usaré hasta que muera…

Cosas inconsecuentes, livianas, con las huellas
Que les deja el amor al pasar sobre de ellas:
Lo que una vez tú hiciste, lo que yo dije un día…
Inconsecuencias muertas que viven todavía…

Y no ha de saber nunca la mujer que yo quiera
Por qué le doy la mano de la misma manera…
Ni ha de saber el hombre que en tu amor quedé preso
Por qué cierras los ojos antes de dar un beso…

Tierra piadosa

¡Tierra piadosa! Tierra en que se anida,
como en cofre, la cal de nuestros huesos,
sé acariciante y tímida con esos
despojos de la blonda de mi vida.

Sé suave con sus formas, sé sufrida
de su rosado escombro bajo el peso,
sobre sus ojos, sé como mi beso,
y bajo de su cuello, sé mullida.

Guárdamela del aire y de la lluvia,
sé cojín de edredón para sus manos,
y sé joyero a su melena rubia.

Haz que su cuerpo indemne se mantenga,
a la voracidad de los gusanos
¡guárdala para mí cuando yo venga!

Cuando me vaya

Cuando me vaya, escóndeme en tus ojos:
tras esas silenciosas amplitudes
de tus mirares hondos y trigueños;
llévame en tus más solas solitudes
hecho rubor en tus deseos rojos;
guárdame en algún viejo relicario
junto a los besos que jamás me diste,
fundido a algún impulso temerario
que aún te reprocha lo que nunca hiciste…

Cierra, sobre el recuerdo que te deje,
tu cofre de Pandora: que cuanto más
me aleje me sientas más de cerca a cada hora.
Cuando me vaya, guárdame en tu pecho,
tras el portón que cierran tus pestañas:
para ir, como yedra, trecho a trecho
cubriendo la pared de tus entrañas.

Que en tu ansia oculta y siempre preterida
me derrita al calor de tu tormento,
para llenar cual savia derretida,
todas las grietas de tu pensamiento
y todos los recodos de tu vida…

Que cuando cierres tu mirar trigueño
pueda quedarme en tus reconditeces,
como el hombre-imposible, el hombre-sueño
que la vida destroza tantas veces…
Que al través de los años y el olvido
siempre logres tener, no el recuerdo
del hombre que yo he sido,
sino el del hombre que yo pude ser..

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Tú ¡oh, mi señor! que a tu imagen…
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