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Breve Biografía de Miguel Ángel Asturias

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Miguel Ángel Asturias (Guatemala, 1899 – París, 1974) Poeta, narrador, dramaturgo, periodista y diplomático guatemalteco considerado uno de los protagonistas de la literatura hispanoamericana del siglo XX. Precursor de la renovación de las técnicas narrativas y del realismo mágico que cristalizaría en el posterior «Boom» de la literatura hispanoamericana de los años 60, con su personalísimo empleo de la lengua castellana construyó uno de los mundos verbales más densos, sugerentes y dignos de estudio de las letras hispánicas.

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Autores

LOS POEMAS
Retrato de abuelos

Recuerdo que en los días rosados de mi infancia,
la abuela…(¿de quién son los abuelos?, ¿de los niños?),
solía por las noches, cuando la tibia instancia
parecía una caja de dulces de la luna,
contar historias viejas. Hoy ya no sé ninguna.
Abriendo lentamente los cofres de mi abuelo,
me daba a que besara la hoja de su espada.
Guardaba ha muchos años un relojón de plata,
una bandera blanca y azul color de cielo,
la estrella de una espuela y un lazo de corbata.
Conservo esos recuerdos que me legó de un hombre
y tengo en las reliquias de mis antepasados
la historia de mi casa, la gloria de mi nombre,
y guardo en esos cofres que siempre están abiertos
el retrato de bodas de mis abuelos muertos.

Credo

¡Credo en la Libertad, Madre de América,
creadora de mares dulces en la tierra,
y en Bolívar, su hijo, Señor Nuestro
que nació en Venezuela, padeció
bajo el poder español, fue combatido,
sintióse muerto sobre el Chimborazo,
resucitó a la voz de Colombia,
tocó al Eterno con sus manos
y está parado junto a Dios!

¡No nos juzgues, Bolívar, antes del día último,
porque creemos en la comunión de los hombres
que comulgan con el pueblo, sólo el pueblo
hace libres a los hombres, proclamamos
guerra a muerte y sin perdón a los tiranos
creemos en la resurrección de los héroes
y en la vida perdurable de los que como Tú,
Libertador, no mueren, cierran los ojos y se quedan velando.

Es el caso de hablar

Madre, te bendigo porque supiste hacer
de tu hijo un hombre real y enteramente humano.
Él triunfará en la vida. Se marcha y es el caso
de hablar de su regreso. Cuando veas volver,
en un día de fiesta, un viador que en la mano
luzca preciosas joyas y haga notorios paso
y ademán —¿insolencia, dinero o buena suerte?—;
no salgas a su encuentro, puede no ser tu hijo.

Madre, si mirando el camino se acongoja tu alma
y tras la tapia asoma entonces un caminante
que trae gran renombre, espada poderosa,
ceñidas armaduras, en la frente la palma
de la victoria, y gesto de sigamos adelante,
por mucho que eso valga vale muy poca cosa
el poder de la espada, el oro y el renombre;
no salgas a su encuentro, puede no ser tu hijo.

Madre, si aspirando el aroma de una flor
en un día de otoño gris y meditabundo
oyes que alguien te llama y te dice: ¡Señora,
allá por el camino viene un gran señor
del brazo de su amada, conoce todo el mundo,
en la pupila clara trae la mar que añora
y en su copa de mieles un sabor de aventura!;
no salgas a su encuentro, puede no ser tu hijo.

Madre, si en el invierno, después de haber cenado,
estás junto al bracero pensando con desgano,
oídos a la lluvia que cae sobre el techo,
y en eso, puerta y viento… Es alguien que ha
entrado
descubierta la frente y herramienta en la mano,
levántate a su encuentro porque tienes derecho
de abrazar a tu hijo, de quien hiciste un hombre
que vuelve de la vida con el jornal ganado.

Jesús de candelaria

Sombra de corazón de la amargura
a tu rostro que aviva pulso cárdeno
lirio inclinado bajo el viento, pesa
la cruz del viento.

Tu rodilla sin fuerza es como cera
que se derrite al sol, se ve en la túnica,
lirio inclinado bajo el viento, pesa
la cruz del viento.

Del entrecejo, hendido por los juncos
de la tribulación, hasta los pómulos
se afila tu nariz de asfixia, falta
a tu lengua el aire.

Nube de acabamiento da a tus ojos
frío de muerte que reduce a témpano
tu mirar, y no miras te derramas
agua de llanto.

La tortura va desmayando dentro
de ti palomas negras y tus tímpanos
reventados no oyen, te derramas
agua de llanto.

Menguante de tu sien que medra y pugna
bajo el pelo lluvioso, con el pálpito
hundido, te busca y no te encuentra
en tus sentidos.

Flexible y anillada, tu palabra,
cintura en movimiento, como el cálamo
del cetro quedó rota y no te encuentra
en tus sentidos.

¡Gusano de escarlata el astro labio
de Dios y labio de los hombres! ¡Cáñamo
perfumado el que ahora suda gota
de moribundo!

El cáliz del vacío no se aparta
de tus fauces sedientes y el líquido
de tu sangre lo desborda, vino
de moribundo.

La cadena encendida de las dalias
te ciñe en la penumbra de los párpados
a la desolación de la primera
hora de espinas.

El latón fino de tu pie en el suelo,
alianza sin sandalia con lo mínimo,
abre el camino de la cruz que ahora
es salvavidas.

Y la raíz en lucha de tus manos
retuerce como garfios sus diez pálidos
dedos asidos al madero que ahora
es salvavidas.

Ulises

Intimo amigo del ensueño, Ulises
volvía a su destino de neblina,
un como regresar de otros países
a su país. Por ser de sal marina.
Su corazón surcó la mar meñique
y el gran mar del olvido por afán,
calafateando amores en el dique
de la sed que traía. Sed, imán.
Aguja de marear entre quimeras
y Sirenas, la ruta presentida
por la carne y el alma ya extranjeras.
Su esposa lo esperaba y son felices
en la leyenda, pero no en la vida,
porque volvió sin regresar Ulises.

LA LUZ CORRE DESNUDA POR EL RIO

La luz corre desnuda por el río
huyendo sin cesar en lo movible
de la profundidad, del hondo frío
en que empieza la sombra y lo invisible.
La conoció al nacer, era rocío,
no este vano correr tras lo imposible,
imagen del humano desafío
a la divinidad. Sueño apacible
que endulza los saleros de los ojos,
mesa frugal y paz es lo que anhela
navegante, soldado y rey de antojos;
pero ¡ay! del ¡ay! del alma, no se alcanza
a volver con los remos y la vela
al puerto en que dejamos la esperanza.

Venecianas islas

Por menos sed, la corza viene a saltos
y a golpes de resortes, lengua fina,
se lleva en la garganta los cobaltos
de la tarde, en el agua cristalina…

Por menos hambre, la callada en altos
abedules, vuela a la vecina
esponja verde y pica a sobresaltos,
en las frutas, la luna vespertina…

Por menos sueño, la nocturna fuga
de la serpiente, el topo, la tortuga,
alas, pezuñas, cascos, animales

y colores y formas vegetales…
Menos sed, menos hambre y menos sueño
y a nada reducido el vasto empeño…

Andaraiz de la Flor del Aire

Andaraiz de la Flor del Aire,
¿qué es lo que sueñan los Cazadores?

Águila de Fuego,
raíz de raíz de árbol de sangre,
rojas sus huellas en el abanico de huellas
que va rodeando el lago, antes del asalto,
sueña que se incendia el agua (la más terrible
de las pesadillas, como augurio: el agua en llamas),
para quemar a Cuatricielo, el Hombre-de-las-Magias
que transformando en maniquí de paja
huye de los espejos colorados.

Andaraiz de la Flor del Aire,
¿qué es lo que sueñan los Cazadores?

Águila de Sueños,
raíz de raíz de árbol de morro,
negras sus huellas en el abanico de huellas
que va rodeando el lago, antes del asalto,
sueña que hiere de nuevo el ojo magnético,
ligeramente dulce, del animal-espejo
robador de huellas, presa que ya herida
escapa de sus manos y se convierte en un lago.

Andaraiz de la Flor del Aire,
¿qué es lo que sueñan los Cazadores?

Águila de Nubes,
raíz de raíz de árbol de leche,
amarillas sus huellas en el abanico de huellas
que va rodeando el lago, antes del asalto,
sueña que una tempestad de granizo
pone en fuga a Cuatricielo, el Hombre-de-las-Magias,
transformando en muñeco de escarcha,
muñeco de cuatro cabezas, ocho brazos,
ocho piernas, ocho pies…

Andaraiz de la Flor del Aire,
¿qué es lo que sueñan los Cazadores?

Águila de Árboles,
raíz de raíz del país verde,
verdes sus huellas en el abanico de huellas
que va rodeando el lago, antes del asalto,
flecha de mando apuntada hacia mediodía,
sueña que hiere a Cuatricielo,
que hiere y arrebata a Cuatricielo, el ídolo
del envoltorio que esconden sus entrañas,
ídolo de lava transparente,
ojo-dios formado por la lluvia.

Invierno

En rodillas de viento, galgo y huella
fuí tras de ti, mujer en mi presencia
transportado por ágil luz de estrella
de sentido en sentido hasta la ausencia.
Atravesaste, amor, los egoísmos
que en sílice de lágrimas desvelo
yuxtaponiendo abismos sobre abismos
en mi insoluble soledad de hielo.
La gran araña de la lluvia teje
con agua y viento telarañas móviles
¿qué mañana serán cuando despeje?
Superficie de vidrio sin quebranto,
como serán mis ojos cuando inmóviles
hayan llorado ya todo su llanto.

Venecia, la cautiva

Aquí cerca no hay, tampoco hay lejos.
Lo que parece cerca, el agua vieja
lo vuelve eternidad y en los reflejos
se aproxima la imagen que se aleja.

¿De qué es la realidad en los espejos?
Y los palacios entre ceja y ceja
de puentes como acentos circunflejos,
¿de qué son cuando el agua los refleja?…

Aquí todo es ayer, el hoy no existe,
huye en el agua, corre en los canales
y va dejando atrás lo que subsiste,

fuera del tiempo real, en las plurales
Venecias que nos da la perspectiva
de una Venecia sola, aquí cautiva.

Carpaccio

Dejadme en un Carpaccio, todo es pobre
fuera de su pintura, de sus gozos…
¿Cómo aceptar que el alma se recobre
de irrealidad tan real hecha de trozos

del sueño de Orsola al dragón de cobre,
del perrito a los santos religiosos,
que si llueven palacios, llueven sobre
Venecia, Carpaccios luminosos?

¿En qué Venecia estar? ¿En la de fuera
o en la Venecia del Carpaccio, dentro,
toda bañada en luz a la ligera,

milagro de la cruz y las especias?…
¡Dejadme en un Carpaccio, muy adentro,
que así puedo vivir en dos Venecias!

EL LINDO AMANECER

Es la mañana llena de tempestad
en el corazón del verano.

Como pañuelos blancos de adiós viajan las nubes,
el viento las sacude con sus viajeras manos.

Innumerable corazón del viento
latiendo sobre nuestro silencio enamorado.

Zumbando entre los árboles, orquestal y divino,
como una lengua llena de guerras y de cantos.

Viento que lleva en rápido robo la hojarasca
y desvía las flechas latientes de los pájaros.

Viento que la derriba en ola sin espuma
y sustancia sin peso, y fuegos inclinados.

Se rompe y se sumerge su volumen de besos
combatido en la puerta del viento del verano.

Marimba tocada por indios

La marimba pone huevos en los astros…

¡Para un huevo que ponés
tanta bulla que metés!
¡Vení ponelo, vos, pues!

La marimba pone huevos en los astros…

El sol la desangra, la monta, es su gallo.
La marimba pone huevos en los astros.

¡Para un huevo que ponés
tanta bulla que metés!
¡Vení ponelo, vos, pues!

¡Serpiente que muda de piel en los ecos!
¡Grito de madera que se bate en jícaras como el chocolate!
¡Sonido de hojas que van sobre hormigas de palo de hormigo!

¡Pereza de razas!
¡Pereza de lluvia!
¡Pereza de teclas que mascan copal!
Se masca la pena del hule.
Se tasca la pena del freno.
Los flecos se suenan mocosos de luna.
Se escupe la pena del guaro, tiñoso de riñas,
y huye el mujerío, pies, tetas y críos.

¡Para un huevo que ponés
tanta bulla que metés!
¡Vení ponelo, vos, pues!

En los tecomates de negro agujero de coco
cubiertos de tela de tripa hay llanto de moscas,
peces—moscas y pájaros—moscas…
Y el gran alboroto del verde perico,
y el chisporroteo de chorchas de fuego,
y el vuelo redondo del cielo azulejo,
y los cuatrocientos sonidos cenzontles.
Trinó pito de agua, voló el azulejo,
la chorcha fue llama y gritó el perico.

¡Para un huevo que ponés
tanta bulla que metés!
¡Vení ponelo, vos, pues!

Tempestad de trinos entre sus costillas,
atada de espalda, de faz a los cielos,
en el sacrificio de los prisioneros.

Danza de raíces y tribus maiceras.
La hieren de sangre picos de aves verdes
que le abren el pecho.
La hieren de leche saetas de plumas.
Flechas picaflores de punta de espina
la hieren de sueño. ¡Es sangre,
y es leche, y es sueño!…
Sangre de madera,
elástica leche de palo de hule
y sueño de cera pegado a las teclas
que cambia de carne al sonido,
que muda de hueso al sonido,
la carne africana
y el hueso de indio
se mezclan en lluvia sonora de varas y lanzas
de piedras de punta afilada,
garras de jaguares que destilan uñas,
peines de colmillos de lagartos sordos,
y belfos de pumas que destilan dientes.
Música entre dientes y miedo dormido.
La tocan varones de piedra de rayo vestidos de blanco.
Desde el sol alargan sus brazos de fuego.
Prolongan sus dedos varillas tostadas que al golpear sus yemas
de cabello de hule, en la faz sonora del teclado apenas sostenido
en hilos
de cuatro colores, van tiñendo el aire de verde, de rojo, azul y
amarillo…
Temblor coloreado de atmósfera y tierra
en que danzan montes, ceibas, caseríos
y quedan las huellas de pies, en los cactos,
huellas de las tunas en el baile verde,
huellas vegetales del gran cataclismo
que dejó las cosas vestidas de espejo,
como se vistieron cuando se creó el mundo,
como se vistieron cuando se creó el son…

¡Sonido de lluvia del telar del cielo!
¡Sonido de lluvia del panal del mundo!
¡Sonido de lluvia del sudor del hombre!
¡Sonido de lluvia de pelo de tigre!
¡Sonido de lluvia de pelo de pluma!
¡Sonido de lluvia de pelo de elote!
¡Sonido de lluvia de pelo de pino!
¡Sonido de lluvia de pelo de danta!

El son de las piedras debajo del agua,
el son del venado debajo del viento,
el son que se baila con pies parpadeantes,
carne en flor de jade, la mujer,
y el hombre,
erizo de chicha,
bajo su sombrero,
sobre sus dos pies.
¡La Juana conmigo!

Caen los refajos. Huyen las mujeres.
Pies, tetas y críos. Plomazos. Caballos.
Asamblea de corvos teñidos de sangre.
Parihuela de hojas teñidas de sangre.
Tierra de por medio teñida de sangre.
Escala de teclas que sirve de puente teñido de sangre.
¿Quién te hizo las teclas con brazos de cruces teñidos de sangre?

¡Torre a mecapal!
¡Algarabia de cotorritas!
¡Almáciga verde de loros que vuelan!
¡Grito de madera que se bate en jícaras como el chocolate!
¡Tejado de ocote sobre las casas de la luna!
¡Carpintero en la carpintería de la selva!
¡Manantial de trinos de guardabarranca!
¡Cenzontle borracho de aguardiente blanco!
¡Marimba tocada por indios!

CANTO DE ESPERANZA

Un gran vuelo de cuervos mancha el azul celeste.
Un soplo milenario trae amagos de peste.
Se asesinan los hombres en el extremo Este.

¿Ha nacido el apocalíptico Anticristo?
Se han sabido presagios, y prodigios se han visto
y parece inminente el retorno del Cristo.

La tierra está preñada de dolor tan profundo
que el soñador, imperial meditabundo,
sufre con las angustias del corazón del mundo.

Verdugos de ideales afligieron la tierra,
en un pozo de sombras la humanidad se encierra
con los rudos molosos del odio y de la guerra.

¡Oh, Señor Jesucristo!, ¿por qué tardas, qué esperas
para tender tu mano de luz sobre las fieras
y hacer brillar al sol tus divinas banderas?

Surge de pronto y vierte la esencia de la vida
sobre tanta alma loca, triste o empedernida,
que, amante de tinieblas, tu dulce aurora olvida.

Ven, Señor, para hacer la gloria de ti mismo,
ven con temblor de estrellas y horror de cataclismo,
ven a traer amor y paz sobre el abismo.

Y tu caballo blanco, que miró al visionario,
pase. Y suene el divino clarín extraordinario.
Mi corazón será brasa de tu incensario.

¡Salve Guatemala!

¡Salve Guatemala!
¡Salve, Guatemala del anhelo y de las alas rubias
dos veces extraída del amor!
¡Salve, Guatemala del no callado musical silencio!
¡Salve, mano del Bien!
¡Salve mano de Dios!
Puertas son las espaldas. No veas extramuros.
Puertas de hueso y carne a la entrada del mundo,
en la ciudad del grito, donde se lustran las botas
con sangre, militares de muerte.
¡No veas! Las espaldas del hombre encadenado
oculten la visión de las cárceles llenas, los muros
fusilados, los caminos huyendo pavoridos
¡No veas, lo que fue ameno entre campos de flores,
fiesta del poderío del hombre ciudadano,
hoy convertido en yugo, picota y sacristía!
¡Ciégate la ventura de no ver
y deja que nosotos no apartemos los ojos
de ti que eres esposa, madre, hija, doncella,
hoy vendida al extraño! ¡Oh castigo! ¡Castigo!
Nadie mueve los labios y todos ven incrédulos,
ven de día y de noche, lo que, Patria, no veas,
al gran filibustero morder los onomásticos
de tus senos granudos de tierra cariñosa,
huesudo carnicero, y a los que te vendieron
cuidar que no interrumpa ninguno el festín de oro.
Sople el viento la antorcha de colores
que pinta con su luz tu firmamento,
la noche oculte el día para siempre,
el gran filibustero con ojos animales
devora intimidades de la Patria,
la palpa igual que un pelotero
y la aguija para que de vergüenza
se desmaye en sus brazos…
¿Por qué Dios es tan malo que no se apaga el cielo?
Sálgase el mar y barra con la tierra y los lagos,
tanta dulzura, tanta riqueza acumulada,
un terremoto acabe con todo para siempre,
el gran filibustero, baboso de tabaco,
taladra con su idioma trepidante
el oído de aroma de la Patria,
que ya no tiene nombre…
¿Por que Dios es tan malo que no se apaga el cielo?
No hay tiempo en las arenas
de las esclavitudes.
En las hojas, hay tiempo,
en las ramas, los troncos y raíces,
hay ese tiempo vivo que es del que vive el hombre
y el que la Patria un día tenía en sus relojes,
hoy el filibustero le cuenta las jornadas
para que satisfaga su ambición de pirata…
¡Oh, tardanza del fuego, del huracán y el rayo!
¡Patria con su cintura de bisagra quebrada!
¿Que otro atributo el suyo que su esbeltez?
¿Que otro atributo, en alto, que el cántaro con agua?
¿Que borceguí más fino que la piel de su planta?
¡Salid, filudas llamas y degollad cosechas!
¡Hay que incendiar la tierra contra el filibustero!
No es un mito el veneno que adormece y enjuta,
las cadenas del hielo, el vinagre en la esponja…
¡Poblad de muerte el tiempo!
¡Poblad de muerte el mundo!
¡Ni una isla de vida!
¡Ni una isla de sueño!
¡La Patria fue vendida al gran filibustero!
Los árboles se duermen en invierno.
Así la Patria duerma mientras ellos imperen,
el gran filibustero y los mil cancerberos,
así la Patria duerma mientras ellos dominen,
así la Patria duerma en espera del día
en que habrá que decir a las estrellas, brillen,
a las aguas reflejen la alegría sonora
de la cara del cielo y a los muertos despierten
que ha llegado la hora del hogar sin verdugos,
de la vida sin miedo, de la tierra sin amos,
de la siembra y cosecha de los preciosos granos,
del día venturoso de abrir los brazos todos
para echarnos al cuello de la Patria querida
y decirle con lluvia de júbilo en los ojos,
estás entre tus hijos,
y ellos están contigo.

Tecún-Umán,

Tecún-Umán, el de las torres verdes,
el de las altas torres verdes, verdes,
el de las torres verdes, verdes, verdes,
y en fila india indios, indios, indios
incontables como cien mil zompopos:
diez mil de flecha en pie de nube, mil
de honda en pie de chopo, siete mil
cerbateneros y mil filos de hacha
en cada cumbre ala de mariposa
caída en hormiguero de guerreros.
Tecún-Umán, el de las plumas verdes,
el de las largas plumas verdes, verdes,
el de las plumas verdes, verdes, verdes,
verdes, verdes, Quetzal de varios frentes
y movibles alas en la batalla,
en el aporreo de las mazorcas
de hombres de maíz que se desgranan
picoteados por pájaros de fuego,
en red de muerte entre las piedras sueltas.
Quetzalumán, el de las alas verdes
y larga cola verde, verde, verde,
verdes flechas verdes desde las torres
verdes, tatuado de tatuajes verdes.
Tecún-Umán, el de los atabales,
ruido tributario de la tempestad
en seco de los tamborones, cuero
de tamborón medio ternero, cuero
de tamborón que lleva cuero, cuero
adentro, cuero en medio, cuero afuera,
cuero de tamborón, bón, bón, borón, bón,
bón, bón, borón, bón, bón, bón, borón, bón,
bón, borón, bón, bón, bón, borón, bón, bón,
pepitoria de trueno que golpea
con pepitas gigantes en el hueso
del eco que desdobla el teponastle,
teponpón, teponpón, teponastle,
teponpón, teponpón, teponastle,
tepón, teponpón, tepón, teponpón,
teponpón, teponpón, teponpón…
Quetzalumán, el de las tunas verdes,
el de las altas tunas verdes, verdes,
el de las tunas verdes, verdes, verdes.
Las astas de las lanzas con metales
preciosos de victoria de relámpago
y los penachos despenicados
entre los estandartes de las tunas
y el desmoronamiento de la tierra
nublada y los lagos que apedrean
con el tún de sus tumbos sin espuma.
Tún, munición de guerra de Tecún
que llama, clama, junta, saca hombres
de la tierra para guerrear el baile
de la guerra que es el baile del tún.
Tún, tambor de guerra de Tecún,
ciego por dentro como el nido túnel
del colibrí gigante, del Quetzal,
el colibrí gigante de Tecún.
Quetzal, imán del sol, Tecún, imán
del tún, Quetzaltecún, sol y tún, tún-
bo del lago, tún-bo del monte, tún-
bo del verde, tún-bo del cielo, tún,
tún, tún, tún-bo del verde corazón
del tún, palpitación de la primavera,
en la primera primavera tún-bo
de flores que bañó la tierra viva.
¡Abuelo de ambidiestros! ¡Mano grande
para cubrirse el pecho con tlascalas
y españoles, fieras con cara humana!
¡Varón de Galibal y Señorío
de Quetzales en el patrimonio
testicular del cuenco de la honda,
y barba de pájaros goteantes
hasta la última generación
de jefes pintados con achiote rojo
y pelo de frijol enredador
en penachos de águilas cautivas!
¡Jefe de valentías y murallas
de tribus de piedra brava y clanes
de volcanes con brazos! Fuego y lava.
¿Quien se explica los volcanes sin brazos?
¡Raza de tempestad envuelta en plumas
de Quetzal, rojas, verdes, amarillas!
¡Quetzalumán, la serpiente coral
tiñe de miel de guerra el Sequijel
el desangrarse el Arbol del Augurio,
en el augurio de la sangre en lluvia,
a la altura de los cerros quetzales
y frente al Gavilán de Extremadura!
¡Tecún-Umán!
Silencio en rama…
Máscara de la noche agujereada…
Tortilla de ceniza y plumas muertas
en los agarraderos de la sombra,
más alla de la tiniebla, en la tiniebla
y bajo la tiniebla sin curación.
El Gavilán de Extremadura, uñas,
armadura y longinada lanza…
¿A quién llamar sin agua en las pupilas?
En las orejas de los caracoles sin viento
a quién llamar… a quién llamar…
¡Tecún-Umán! ¡Quetzalumán!
No se corta su aliento porque sigue en las llamas
Una ciudad en armas en su sangre
sigue, una ciudad con armadura
de campanas en lugar de tún, dueña
de semilla de libertad en alas
del colibrí gigante, del quetzal,
semilla dulce al perforar la lengua
en que ahora le llaman ¡Capitan!
¡Ya no es el tún! ¡Ya no es Tecún!
¡Ahora es el tán-tán de las campanas,
Capitán!

SU TRISTEZA ERA SUAVE

como el color de un lirio.
Y su dolor había conocido
a los primeros enamorados
que habitaron el planeta.

Por eso ahora
que se habían separado,
comenzaron
a estar
más cerca
que nunca
el uno del otro.

LOR FATAL

A René Pérez.

Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura, porque ésta ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror…
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por

lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos…!

La luz corre desnuda por el río

La luz corre desnuda por el río
huyendo sin cesar en lo movible
de la profundidad, del hondo frío
en que empieza la sombra y lo invisible.
La conoció al nacer, era rocío,
no este vano correr tras lo imposible,
imagen del humano desafío
a la divinidad. Sueño apacible
que endulza los saleros de los ojos,
mesa frugal y paz es lo que anhela
navegante, soldado y rey de antojos;
pero ¡ay! del ¡ay! del alma, no se alcanza
a volver con los remos y la vela
al puerto en que dejamos la esperanza.

Autoquiromancia

Leo en la palma de mi mano,
Patria, tu dulce geografía.
Sube la línea de mi vida
con trazo igual a tus volcanes
y luego baja como línea
de corazón hasta mis dedos.
Mis manos son tu superficie,
la estampa viva de tu tacto.
Mapa con montes, montes, montes,
los llamaré Cuchumatanes,
como esas cumbres que el zafiro
del Mar del Sur ve de turquesa.
El Tacaná, dedo gigante,
guarde la entrada del asombro
donde el maíz se vuelve grano
ya comestible para el hombre,
cereal humano de tu carne.
El monte claro de la luna
es en tu mano lago abuelo
con doce templos a la orilla.
De allí partió tu pueblo niño
—modela, pinta, esculpe, teje—
a la conquista de la aurora.
Polvo de luz en la tiniebla,
línea del sol en la canora
carne del cuenco de mi mano,
caracol hondo en que palpitan
atlantes ríos acolchados
y otros más rápidos, suicidas.
Oigo pegando mis oídos
al mapa vivo de tu suelo
que llevo aquí, aquí en las manos,
repicar todas tus campanas,
parpadear todas tus estrellas.
Al desposarme con mi tierra
haced, amigos, mi sortija
con la luciérnaga más sola.
La inmensa noche de mi muerte
duerma mi sien sobre mi mano
con la luciérnaga más sola.

Letanías del desterrado

Y tú, desterrado:
Estar de paso, siempre de paso,
tener la tierra como posada,
contemplar cielos que no son nuestros,
vivir con gente que no es la nuestra,
cantar canciones que no son nuestras,
reír con risa que no es la nuestra,
estrechar manos que no son nuestras,
llorar con llanto que no es el nuestro,
tener amores que no son nuestros,
probar comida que no es la nuestra,
rezar a dioses que no son nuestros,
oír un nombre que no es el nuestro,
pensar en cosas que no son nuestras,
usar moneda que no es la nuestra,
sentir caminos que no son nuestros…

Y tú, desterrado:
Estar de paso, siempre de paso,
tenerlo todo como prestado,
besar a niños que no son nuestros,
hacerse a fuego que no es el nuestro,
oír campanas que no son nuestras,
poner la cara que no es la nuestra,
llorar por muertos que no son nuestros,
vivir la vida que no es la nuestra,
jugar a juegos que no son nuestros,
dormir en cama que no es la nuestra,
subir a torres que no son nuestras,
leer noticias, menos las nuestras,
sufrir por todos y por lo nuestro,
oír que llueve con otra lluvia
y beber agua que no es la nuestra…

Y tú, desterrado:
Estar de paso, siempre de paso,
no tener sombra, sino equipaje,
brindar en fiestas que no son nuestras
compartir lecho que no es el nuestro,
lecho y “pan nuestro” que no es el nuestro,
contar historias que no son nuestras,
cambiar de casas que no son nuestras,
hacer trabajos que no son nuestros,
andar ciudades que no la nuestra
y en hospitales que no son nuestros
cura de males que tienen cura,
alivio al menos, que no del nuestro,
que sólo sana con el regreso…

Y tú, desterrado:
Estar de paso, siempre de paso,
tal vez mañana, mañana o nunca..
El tiempo falso de los relojes
no cuenta el tiempo, cuenta la ausencia,
envejecerse cumpliendo años
que no son años sino descuentos
del almanaque que no es el nuestro,
morir en tierra que no es la nuestra,
oír que lloran sin ser los nuestros,
que otra bandera, que no es la nuestra,
cubre maderas que no son nuestras,
ataúd nuestro que no es el nuestro,
flores y cruces que no son nuestras,
dormir en tumba que no es la nuestra,
mezclarse a huesos que no son nuestros,
que al fin de cuentas, hombre sin patria
hombre sin nombre, hombre sin hombre…

Y tú, desterrado:
Estar de paso, siempre de paso,
tener la tierra como posada,
tenerlo todo como prestado,
no tener sombra sino equipaje,
tal vez mañana, mañana o nunca…

ELLA LO DIJO EN UN POEMA

Va pasando esta pena,
la pena de la vida,
la pena que no importa,
tú la has sentido larga,
yo la he sentido corta
y aún está distante
la tierra prometida.

A nuestro paso errante
fatal es todo empeño,
toda esperanza es muerta,
toda ilusión fallida …

Yo guardaré tu nombre,
yo velaré tu sueño,
yo esperaré contigo los primeros albores,
yo enjugaré tu llanto cuando conmigo llores,
y cuando ya no quieras que camine contigo
déjame abandonada como un grano de trigo
sobre las sementeras …

¡Déjame para siempre cuando ya no me quieras!

Otras ciudades, pero no Venecia

Otras ciudades, pero no con viento
en los palacios para hacerse al mar.
Anclada apenas en la tierra,
siento que esta ciudad está para zarpar.

Otras ciudades, pero no con tiento
de espejos, y neblinas, y radar
de murciélagos que oyen movimiento
de puentes en que todo es navegar.

Otras ciudades, sin la peripecia
de este ir soñando un viaje sin escalas,
otras ciudades pero no con alas

de piedra blanca y mármoles en vuelo,
reflejo de ciudad entre agua y cielo,
otras ciudades, pero no Venecia.

La niña de Guatemala

Quiero, a la sombra de un ala,
Contar este cuento en flor:
La niña de Guatemala,
La que se murió de amor.

Eran de lirios los ramos,
Y las orlas de reseda
Y de jazmín: la enterramos
En una caja de seda.

…Ella dio al desmemoriado
Una almohadilla de olor:
El volvió, volvió casado:
Ella se murió de amor.

Iban cargándola en andas
Obispos y embajadores:
Detrás iba el pueblo en tandas,
Todo cargado de flores.

…Ella, por volverlo a ver,
Salió a verlo al mirador:
El volvió con su mujer:
Ella se murió de amor.

Como de bronce candente
Al beso de despedida
Era su frente ¡la frente
Que más he amado en mi vida!

…Se entró de tarde en el río,
La sacó muerta el doctor:
Dicen que murió de frío:
Yo sé que murió de amor.

Allí, en la bóveda helada,
La pusieron en dos bancos:
Besé su mano afilada,
Besé sus zapatos blancos.

Callado, al oscurecer,
Me llamó el enterrador:
¡Nunca más he vuelto a ver
A la que murió de amor!

El amor

¡Ah, suave afán, cabal e inútil pena,
clima de una piel tibia como un trino,
en secreto misterio la cadena
forjando está con sólo ser divino!
Astral tonicidad de sus recreos,
preciosa soledad de sus combates,
en linterna de alarma sus deseos
quemando está de campos a penates.
Eternidad de pétalo de rosa,
silencio azúl de álamo que aroma,
manjar de sombra con calor de esposa,
fruto prohibido que en el polen yerra,
tejiendo está con alas de paloma,
el vestido de novia de la Tierra.

ÉL LO DIJO EN UN POEMA

Ya cuando pase el tiempo en que te espero,
cuando la beatitud de tus cariños
vuelvas a darme y nos sintamos niños
ya tal vez no te quiero.

Si tardas mucho, primavera ha huido
y a tu regreso, tras las puertas juntas,
encontrarás sentado a un Viejo Olvido
con los ojos cargados de preguntas.

Los gatos de Venecia

De vidrio veneciano uñas en nieve,
en oro o en penumbra. Blancos gatos
de ojos de Nilo, negros de andar breve
y de ámbar de relámpago en retratos

tomados al magnesio que luz llueve,
los gatos amarillos, arrebatos
da esta ciudad que en góndolas se mueve
entre gatos y gatas que hacen tratos.

En góndolas de máscara gatuna
que erguidas, sin orejas y con dientes
de mandolina, corren tras la luna,

bola de lana que se desovilla
bajo los espinazos de los puentes
enarcados de una a otra orilla.

Venecia iluminada

¿De qué luz están hechos los cocuyos
y las verdes luciérnagas, luz y agua,
y los gusanos luminosos cuyos
besos son luz, y el fuego de la fragua,

y las estrellas, y los ojos tuyos,
aguasoles de sol que se desagua,
y la aurora boreal que ha hecho suyos
el esplendor del cielo que se agua

en el mar, éxtasis y agonía,
y la noche que sube a ser el día
pulverizada en aire de diamante

y el cinturón del cepo rutilante,
de qué luz están hechos, de qué hechizo,
que nos responda Dios el que los hizo.

ITE MISSA EST

A Reynaldo de Rafael

Yo adoro a una sonámbula con alma de Eloísa,
virgen como la nieve y honda como la mar;
su espíritu es la hostia de mi amorosa misa,
y alzo al són de una dulce lira crepuscular.

Ojos de evocadora, gesto de profetisa,
en ella hay la sagrada frecuencia del altar:
su risa en la sonrisa suave de Monna Lisa;
sus labios son los únicos labios para besar.

Y he de besarla un día con rojo beso ardiente;
apoyada en mi brazo como convaleciente
me mirará asombrada con íntimo pavor;

la enamorada esfinge quedará estupefacta;
apagaré la llama de la vestal intacta
¡y la faunesa antigua me rugirá de amor!

Habla el gran lengua

Ceñimos las diademas del fuego,
las diademas del hombre,
para defender nuestra heredad,
el patrio elemento terrenal
sin tráfago de dueños;
tenemos las llaves del futuro
donde comienza el tiempo
y el cielo que atraviesa
el caminante de las sandalias de oro.

Vestimos nuestro plumaje, orlamos
nuestros pechos de acolchado silencio
con la flor heroica, candente,
y empezamos a batallar en las montañas,
en los campos,
en la ordenación de los telares,
de las palabras conjugadas con rocío,
de las herramientas bañadas de sudor,
de los candelarios de turquesa y jade,
petrificados en las escalinatas de los vertederos
de silencio lunar.
Tuvimos la mañana en el pecho.
Los ojos de las mujeres de senos en yunta
vieron amanecer entre criaturas
y amamantó a los hijos la leche tributaria
del bien y la alegría.
Tuvimos la mañana en las manos.
Tuvimos la mañana en la frente.
Y nadie avanzó allá de las pestañas del mar,
espumosas, salobres,
y nadie alteró el ritmo de su paso.
Las cabezas movíanse en redor de los cuellos,
al inclinarse para la reverencia, alzarse para andar
erguidas o volverse de un lado a otro: ¿Cuántas cabezas?

La selva las contaba. Cuantas cabezas firmes
en los cuellos, en los hombros, el tórax,
las piernas, las pantorrillas, los tobillos
y el lenguaje de los dedos de los pies
de la raza que sosegó caminos.
Una gran asamblea.
Agua nacida de las rocas, los ojos en las caras.
Grandes o pequeñas gotas de agua, las pupilas,
en las caras de piel lisa, fresca,
pulida por el viento, húmedo lunar.
Veían. Hablaban. Inexistentes y existentes.
Su presencia era el hablar y el callar.
Las manos en balanzas de antebrazos con brazaletes
que pesaban el dicho del sabio,
daban alas a la elocuencia del vidente
y se abrían y cerraban, como hojas de adormidera
en los antebrazos dolidos del extático,
quietud que rompió el Gran Lengua,
al que seguían las luciérnagas
entre la luz y el sueño, las joyas, el colibrí,
la pelambre graciosa de la mazorca de maíz verde,
la cárcel de los tatuajes
y las pieles de venadas que lo hacían distante.

ALLÁ LEJOS

Buey que vi en mi niñez echando vaho un día
bajo el nicaragüense sol de encendidos oros,
en la hacienda fecunda, plena de la armonía
del trópico; paloma de los bosques sonoros
del viento, de las hachas, de pájaros y toros
salvajes, yo os saludo, pues sois la vida mía.

Pesado buey, tú evocas la dulce madrugada
que llamaba a la ordeña de la vaca lechera,
cuando era mi existencia toda blanca y rosada;
y tú, paloma arrulladora y montañera,
significas en mi primavera pasada
todo lo que hay en la divina Primavera.

Cerbatanero

Muchas veces volvió el Cerbatanero
con los ojos más hondos que el desvelo.
—Cerbatanero di ¿dónde está el cielo?
—Ya Dios se lo llevó…

—¿Entero?…
—Entero,

y fue mejor…

—¿Por qué, Cerbatanero?
—Porque después, se llevará el anhelo,
la tierra quedará para el guerrero
y el mar irá detrás llorando el duelo.

—Cuando el hombre se cansa de ser hombre,
(¿de qué flor no hay aroma en tu cansancio?)
Dios se lleva lo bueno de la tierra,
bajan arcones de color de nube
para el aljófar, el rocío, el viento,
y el agua de los ríos, y en estuches
de fuentes irisadas van los sueños,
cabellos de mujer, senos nadando
y caritas de niños sonrosados.

—¿Se llevará a los niños

—Se los lleva:

si los niños no ríen ni sonríen
de qué sirven los niños en la vida.
—Pero, Cerbatanero, ¿habrá cosechas?
—El campesino ya se siente falso,
trabaja humedecido de nostalgia.
Arar, sembrar, vivir para el guerrero.
Es mejor que se acaben las cosechas
que enantes eran fiestas, las vendimias
en que había la luz enamorada
del hombre en la dulzura de las vidas.
Cosechar ¿para qué?, si la matanza,
la ingratitud y la miseria es tanta,
como si fuera el triste resultado
de todas las industrias, tal industria.

La nupcia de los astros esta noche
sobre el dormido espacio de los seres.
Ciega y profunda oscuridad del suelo
sube a los pies. Adiós, Cerbatanero.

Guatemala

(Cantata)

¡Patria de las perfectas luces, tuya
la ingenua, agraria y melodiosa fiesta,
campos que cubren hoy brazos de cruces!

¡Patria de los perfectos lagos, altos
espejos que tu mano acerca al cielo
para que vea Dios tantos estragos!

¡Patria de los perfectos montes, cauda
de verdes curvas imantando auroras,
hoy por cárcel te dan tus horizontes!

¡Patria de los perfectos días, horas
de pájaros, de flores, de silencio
que ahora, ¡oh dolor!, son agonías!

¡Patria de los perfectos cielos, dueña
de tardes de oro y noches de luceros,
alba y poniente que hoy visten tus duelos!

¡Patria de los perfectos valles, tienden
de volcán a volcán verdes hamacas
que escuchan hoy llorar casas y calles!

¡Patria de los perfectos frutos, pulpa
de paraíso en cáscara de luces,
agridulces ahora por tus lutos!

¡Patria del armadillo y la luciérnaga
del pavoazul y el pájaro esmeralda,
por la que llora sin cesar el grillo!

¡Patria del monaguillo de los monos,
el atel colilargo, los venados,
los tapires, el pájaro amarillo

y los cenzontles reales, fuego en plumas
del colibrí ligero, juego en voces
de la protesta de tus animales!

Loros de verde que a tu oído gritan
no ser del oro verde que ambicionan
los que la libertad, Patria, te quitan.

Guacamayas que son tu plusvalía
por el plumaje de oro, cielo y sangre,
proclamándote va su gritería…

¡Patria de las perfectas aves, libre
vive el quetzal y encarcelado muere,
la vida es libertad, Patria, lo sabes!

¡Patria de los perfectos mares, tuyos
de tu profundidad y ricas costas,
más salóbregos hoy por tus pesares!

¡Patria de las perfectas mieses, antes
que tuyas, júbilo del pueblo, gente
con la que ahora en el pesar te creces!

¡Patria de los perfectos goces, hechos
de sonido, color, sabor, aroma,
que ahora para quién no son atroces!

¡Patria de las perfectas mieles, llanto
salado hoy, llanto en copa de amargura,
no la apartes de mí, no me consueles!

¡Patria de las perfectas siembras, calzan
con hambre de maíz sus pies desnudos,
los que huyen hoy, tus machos y tus hembras!

A VOSOTROS….A TODOS VOSOTROS

a vosotros,
los silenciosos seres de la noche
que tomaron mi mano en las tinieblas, a vosotros,
lámparas
de la luz inmortal, líneas de estrella,
pan de las vidas, hermanos secretos,
a todos, a vosotros,
digo: no hay gracias,
nada podrá llenar las copas
de la pureza,
nada puede
contener todo el sol en las banderas
de la primavera invencible,
como vuestras calladas dignidades.
Solamente
pienso
que he sido tal vez digno de tanta
sencillez, de flor tan pura,
que tal vez soy vosotros, eso mismo,
esa miga de tierra, harina y canto,
ese amasijo natural que sabe
de dónde sale y dónde pertenece.
No soy una campana de tan lejos,
ni un cristal enterrado tan profundo
que tú no puedas descifrar, soy sólo
pueblo, puerta escondida, pan oscuro,
y cuando me recibes, te recibes
a ti mismo, a ese huésped
tantas veces golpeado
y tantas veces
renacido.
A todo, a todos,
a cuantos no conozco, a cuantos nunca
oyeron este nombre, a los que viven
a lo largo de nuestros largos ríos,
al pie de los volcanes, a la sombra
sulfúrica del cobre, a pescadores y labriegos,
a indios azules en la orilla
de lagos centelleantes como vidrios,
al zapatero que a esta hora interroga
clavando el cuero con antiguas manos,
a ti, al que sin saberlo me ha esperado,
yo pertenezco y reconozco y canto.

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Amor, tú que me diste los osadosintentos y…
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