Bendita seas tú, moderación, bendita esa virtud, tus atributos, que trucan al desprecio en compasión juntando la bondad y la oración honrando a la razón sin sustitutos.
Moderación, bendita sensatez, que va acercando el trecho entre dos puntos uniendo la inocencia a la vejez y actúa tan discreta como un juez e intenta los extremos que estén juntos.
Que viaja siempre al centro persuasiva e insiste en predicar su tolerancia, conmigo siempre irás mientras yo viva y aunque todo alrededor no lo perciba no renuncio a gozar de tu fragancia.
Muero sin morir en ti
y de tanto morir
nunca llegar a la muerte en sí
Tener sed y no encontrar el agua que sacie la lengua
Sentir temblor y no palabra que apacigüe
Buscar sin entender que el cuerpo no se rompe
que la boca es insuficiente
para limitar manos y pies que no andan
aunque mucho polvo hacia el templo hayan dejado
Sopla el viento
primera pulsación de la presencia
aire que alienta las palabras de la garganta
y del pensamiento hasta los labios
Las palabras se pronuncian entrañando gesto
brazos que tocan a través de las manos
que expresan su conmoción para llegar
pero nada tocan sino el aire
y a veces otras manos
que no son abrazo
que no son sino sólo manos
y las tuyas van perdiendo su propio movimiento
bailan en la fluencia del tacto que nada dice
por qué si hay dentro
las manos
los dedos
las uñas
olvidan el soplo del viento.
Habitarse
dentro
para no habitarse
Despeñarse
caer más adentro
porque no se puede no caer
cuando no se puede no subir
porque llevo muchos días siguiendo tu sombra
entre las hojas de los árboles
escuchando el ruido de tu aliento
desbrozar agua en canastilla
y sigo tus huellas por ese polvo que pisas
y me basta para recordar tu mirada
canto de amor de otros tiempos…
Cómo me calaba el silencio
el frío de la montaña
el aire húmedo y espeso
cuánta agua anegándose
por no diluir las frases del rostro
Lee dentro de mí…
Tras tus huellas he dejado las mías
escarpadas
y riscos en hielo derritiéndose
cuerpo pequeño para contener el latido
¿quién perseguía a quién
quién dejaba a quién?
cómo olvidar ese día
estabas a unos pasos
y yo de frente
detrás el despeñadero
la lanza en la diestra
todo era silencio
un fragmento
la lanza rebotó contra las piedras
sabor a musgo en mi boca
la lanza
ninguno había matado
comencé a escuchar tu voz en mi descenso
Palabreo
Siento el peso de la redondez
cuando digo desesperación
y sé que no debí tirar la lanza
cuando deletreo d e s e s p e r a c i ó n
y sé que no debí dejar el rastro.
De: Liturgia de águilas.
Tu voz…
Tu voz
Vibración de espacio sellado
no me ata a la luz de la noche
Nada dice del viaje
por los siete cielos
ni sobre los círculos del mar
Distante como erupción de diáspora
batalla para unir las puntas de la hora
Los pies no se han desprendido
pero los ojos hace mucho pisaron
las arenas de Odiseo
y en el vuelo las sirenas fueron cómplices
Edipo oráculo
y Delphos sólo rastro de «lirio»
Tensas la cuerda
para elevarte en canto
y en un fragmento de aire
te echas a cuesta los montes
Desgastadas tus sandalias
me preguntas si el amor
fue algún día nuestro
Entonces recuerdo los ojos de Helena
y el oro de una manzana
convertido en moneda de cobre
con la cual compraste la muralla de Troya.
De: Sombras del fuego.
El mundo nuestro…
El mundo nuestro
se fue acumulando
en la ceniza
Presencia del humo
Memoria del cuerpo
Los gritos de los borrachos
y el mal avenido trío
se espantaban con el cacareo
del traspatio
ambiente sórdido para olvidar
los arañazos de las palabras
Las fichas sobre la mesa
inermes ante mis ojos
al mirar los tuyos abotagarse
de tanto silencio
Cuántas veces recorrí los caminos
apretados de tierra
para sacarte dormido
con sueños de caballo en relincho
Luego llorabas viejo
porque se te ablandaba el tiempo
y el corazón no se te encogía
Y dejó de existir
la secuencia de las semanas
El mes era levantar un pie
detrás de otro
para ver la costa de mar revuelto
o echar la vista
en trampa de dado
hacia la sierra
y morderme el vientre
creyendo que en algún momento
el vendaval me arrancaría
de ese camino y de esas piedras
Cuando encontraba la limpidez de tus manos
la tarde se mecía
Si me confiaba
hallaba un tanto de luz proveniente del mezcal
No sabía quién era más cobarde
si yo
por no beberme la vida de un trago
o tú
que la bebías minuto a segundo
Tal vez lo que me ató
fue el rumor del tiempo
el oleaje antiguo de sal
el estruendo
No lo sé
Miro mis manos
y da lo mismo
en el fondo del vaso
está mi rostro
No necesitas ningún otro lugar.
De: Sombras del fuego.
En la mesa de tres patas
En la mesa de tres patas
enfilaban los «tintos»
La muerte giraba
con ojos de lechuza
y yo bailaba al compás de palmas
que rasgaban el espacio
El que escribe, Donaciano,
como el labriego en Castilla
va esparciendo la semilla
a voleo con la mano.
Lo mismo que hace el cristiano
que a Dios no ha visto y le reza
y espera de su grandeza
que llegado el mes de abril
le riegue con aguas mil
la madre naturaleza.