ESPEJO Y RETRATO (Mi poema)
Ramón de Santiago (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

¿Cuántos días me quedan? dos, tres, cuatro,
quizás una semana, acaso un mes,
un año podrá ser, pueden ser tres
para aquí poner fin a este relato.

Ojalá que así fueran veinticuatro,
¿cuarenta y dos?, si fueran del revés,
A quien tiene la llave de este estrés,
no pretendo culpar de desacato.

Mas nadie se confunda, mojigato
nunca he sido aunque baile con corsés,
que araño mucho menos que hace un gato.

Y es que dios me hizo así tal cual me ves
siempre a vueltas dando cuerda a los por qués
curioso, soy espejo y soy retrato.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO:  Ramón de Santiago

La loca de Bequeló

Ramón de Santiago
En la enramada de un rancho viejo,
Nido de gauchos cerca de Yi,
Guitarra antigua tierna cantaba
Más bien, lloraba
La triste historia
que escribo aquí.

¿Sabéis, paisanos, por qué ando errante
Bajo estos bosques de Bequeló?
Me llaman loca; pero es mentira:
Es que no tengo ya corazón…
Venid, paisanos, venid conmigo;
Diré mi historia junto al fogón.
¿Veis mis cabellos? Eran muy negros,
Más que las alas del cuervo, más;
Están muy secos… tan blancos… blancos…
Como las flores del arrayán.
¿Veis estos ojos? ¿No tienen vida?
Pues antes puros como el cristal,
Fueron dos luces que se encendieron
En una aurora del Uruguay.
Tristes mis labios son amarillos
Como el pellejo de butyhá;
¡Ay! los tenía rojos y alegres
Como el penacho del cardenal.
Allá en la loma como un calvario
Veréis ruinas y un triste ombú;
Fueron mi cuna, fueron mi estancia,
Fueron mi nido verde y azul.
Cuando yo muera, clavad, paisanos,
Bajo aquel árbol mi humilde cruz;
Que allí murieron mis dichas todas;
Allí he perdido mi juventud.
Tenía un esposo que ardiente amaba,
Y un hijo bello que era mi Dios.
¡Ah, qué contenta perdiera el cielo
Si yo pudiera ver a los dos!
Una mañana… ¡Maldita sea!
Cuando esta guerra se pronunció,
Mi esposo tierno me dio un abrazo,
Llorando mucho su hijo besó,
Pálido el rostro tomó su lanza,
Montó a caballo triste, y partió.
Aun me parece lo ven mis ojos
De lejas lomas haciendo ¡Adiós!
¡Ay! mis paisanos, en ese día
Perdí un pedazo del corazón…
Pasaron meses,
pasaron años,
Llorando siempre, siempre peor,
Cuando una tarde que al hijo amado
De mis entrañas contaba yo
Del pobre padre, que no volvía,
La ausencia larga, su último adiós,
Cruzando campo, llegó un sargento,
De su caballo se desmontó,
Y al rayo solo de mi esperanza
Estas palabras le dirigió:
¿Ves esta lanza? Fue de tu padre;
Por su divisa bravo murió:
Tómala, y vamos, no te demores,
Que en las cuchillas se duerme el sol.
Llorando mi hijo me dio un abrazo,
Montó a caballo, triste, y partió.
¡Ay! mis paisanos, en esa tarde
Quedó mi pecho sin corazón.
Ya van dos veces que las torcaces
Dulces arrullan en el sauzal,
Y los boyeros, cantando alegres,
Cuelgan sus nidos del ñandubay;
Pero no he visto más a mi hijo
Desde esa tarde negra y fatal.
Allá en la loma como un calvario
Veréis ruinas y un triste ombú:
Cuando yo muera, clavad, paisanos,
Bajo aquel árbol mi humilde cruz.
Esta es la historia que una guitarra
De un rancho viejo, triste lloró.
¡Ay! cuántas locas habrá en mi patria
Como la loca de Bequeló.

Miranda y Bolívar

Ramón de Santiago
Bajo su cielo ecuatorial ardiente,
En sus hermosas y floridas vegas,
Entro sus bosques de gigantes cedros
Y de rojos granados;
En las salvajes cimas de sus cerros,

Al tronar de sus mares,
Lucha la heroica Venezuela, y lucha
Sin ventaja ni tregua,
Como si el mártir del romano circo
Con las garras del tigre combatiera.

Un día ese pueblo cuya sangre arde
Como los fuegos que en la noche brillan,
Sobro las crestas del altivo Duida,
Mirando a sus señores frente a frente,
¡Quiero ser libre! dijo…. Al no humillante
Que hirió su corazón en lo más sacro,
Rompe sus fierros, como rompe el potro
El fuerte lazo quo al corral lo ata,
Monta de un brinco su corcel de guerra,
Enristra denodado
De libertad la poderosa lanza,
Y el Omnímodo Rey de medio globo
El duelo acepta, y a la arena baja.

Al fragor de la guerra
So estrellan iracundas en sus peñas
Del mar de las Antillas y el Atlántico
Las encrespadas olas;
Hincha su seno el Maracaibo airado,
Y en su furente curso el Orinoco,
Parece inmensa boa quo tragara
Los bosques do su orilla temblorosos.
¡Infeliz Venezuela! En vano, en vano
La mejor sangre de tus hijos corre;
Tus ligeros jinetes, tus peones,
Tus amados caudillos
Van cayendo en la lid, y sobre ellos
Seguras marchan, victoriosas siempre,
Del Monarca insultado las banderas,
Buscando aún los restos do tus héroes
En la insegura sombra do tus sierras.

En vano el gran Miranda,
Tu ardiente apóstol, tu primer caudillo,
El austero repúblico sublime,
El orador vehemente, el espartano,
Por la virtud, la abnegación y audacia;
Aquel que recibiera su bautismo
De sangre y fuego y libertad y gloria
Combatiendo abnegado
En las legiones del divino “Washington;
Aquel que de París el pueblo hirviente
Tuvo por pedestal en días eternos,
Y cuyo nombro agradecida grava
En el arco triunfal de sus victorias
La veneranda Francia;
En vano, digo, en el soldado infunde
El desprecio a la muerte, el amor santo
Á la anhelada independencia, el odio
Al opresor altivo, la esperanza
Dulce y consoladora
Del triunfo final para la patria.

¡Ay! para dar la libertad á un pueblo,
Arrancándola audaz de entre los brazos
Airados y potentes.
Do la augusta Señora de dos mundos,
No basta abnegación, valor, talento;
No bastan héroes, so precisa un genio.
El genio! el genio! sólo con tal nombre
El corazón del orbe se estremece!
En prolongado y repetido trueno
Retumba de Caracas el asiento;
Con ondulante convulsión se agita
Cual la espalda de un monstruo agigantado,
En cuya entraña ardiera
El ciclópeo calor del Chimborazo;
Como débiles mimbres so doblegan
Las altas torres del sagrado templo,
Estrellándose en polvo y en escombros
Como lanzadas por el brazo inmenso
Del dios de las tormentas;
Rásganse las murallas, caen los fuertes,
Mil moles de granito brota el suelo,
O se abre en surcos de azulado fuego;
Y desde el seno que revienta en ira
De las espesas nubes
Flagela el rayo la ciudad caída.

De en medio a esa catástrofe espantosa
El fantasma se irguió del fanatismo
Y al aterrado pueblo amenazaba:
—De rodillas, mortales; vuestros rostros
Cubrid de polvo, y suplicad al cielo
Perdón a vuestro crimen ¡parricidas!
A vuestro Rey rebeldes insultasteis,
Y el Dios del Sinaí os aniquila!
Y aquel pueblo temblando y consternado,
Agrupándose en masas convulsivas,
Vacilantes, llorosas y humilladas,
Su grande causa, su misión hermosa
Implorando clemencia abandonaba,
Y la nube del miedo ante sus ojos
El luminoso porvenir apaga.
Mas ¡nó! quo de repente, cual si fuera
Del terremoto el genio,
Una visión surgió sobro aquel cuadro
De terrores y penas.

De pié sobre las moles
De la arruinada catedral, y altivo,
Y ardiente y majestuoso
Como el sublimo Spartaco
En las quemadas rocas del Vesubio,
Un joven se levanta.
Enreda el huracán su cabellera
Con el silbido de feroz serpiente;
Bajo sus plantas crujen
Las hacinadas ruinas;
Fulgura ante sus ojos la centolla,
Y desgarra su alma
Un terrible clamor, un ¡ay! terrible,
Ultimo adiós do la ciudad amada.

¡Arriba caraqueños! grita ardiendo
En esa misteriosa, interna llama
Que en Mirabeau
produce la elocuencia,
Furores en Danton y en Marat saña:
—Dejad para los niños el espanto;
Solo ante Dios se quiebra vuestra espada;
Sólo ante él se dobla vuestra frente;
Si á nuestra causa la natura ciega
Sus horrendos fenómenos opone,
Con ella lucharemos;
Es de los libres la final victoria!
¡Arriba caraqueños!
¡Oh sublimo Bolívar! sí, tú fuiste
Quien tronando severo en eso día
De amarguras y duelo,
De pasiones voraces y de engaño,
De sus abismos levantaste un pueblo
Con el genial arranque do tu alma,
Debelando a sus ojos conturbados
Del opresor la trama.

Desde entonces Caracas, foco ardiente
De la revolución, volcán activo
Quo esparciendo sus llamas creadoras
Incendiaria cien pueblos,
En el joven Bolívar vio su genio,
Su corazón, su brazo,
De su destino el dueño.
En esos días ¡ay! héroe abnegado
De la anhelada redención do América,
Caía Miranda por doquier vencido,
Perdiendo para siempre
La encantadora faz do Venezuela,
Su maternal ambiente,
Y de su sol los amorosos rayos,
Para morir al fin entro las sombras
De una prisión cruel, aherrojado
A la muralla de empapada roca.

Desde entonces Bolívar,
Sintiendo sobre él, sobre él tan sólo
La sagrada misión, la obra titánica
De hacer naciones de colonias simples,
Y vencer al león de las Españas,
De un puñado de mártires rodeado,
A muerte acepta la cruel batalla
Con veteranas huestes
Vencedoras temibles de Miranda.

España! España! ¿quién sobre tus ojos
Ligó la venda del orgullo insano ?
¿Quién en tu noble corazón de madre
Vertió el veneno de nefandos odios ?
¿No ves que si la leona en fiera rabia
De aire y de luz á sus cachorros priva
Ellos acabarán por devorarla?

No niegues, no, a tus hijos
Esa tan justa libertad que piden;
Ese celeste don que tú, cual nadie,
Con tanto amor, con heroísmo tanto,
Contra el romano defender supiste,
Contra el cartaginés y contra el moro,
Contra el águila franca, en cuyas garras
Suspensos estuvieron
Leyes, altares, pueblos y monarcas.

Recuerda, sí, recuerda
Que el ardor de tu sangre en la pelea
Lo apaga sólo de Numancia el fuego,
Las furias de Lepanto,
El heroico suicidio de Sagunto,
De Trafalgar el sanguinoso Océano.
Qué vas á castigar? tu misma audacia?
Tu instinto noble y grande
De preferir la muerte al menor yugo?

Demuestra, heroica España, al orbe entero,
Que si has podido conquistar un mundo
Y llevar á él tu sangre, tus costumbres,

Tas dioses, y tus leyes, y tus glorias,
Sabes también crear naciones libres,

Como tú libres, y cual tú grandiosas.

Pero es en vano ya! Cuando los pueblos
Víctimas son de inveterados vicios,
De atrasadas pasiones y creencias,
Anhelando alcanzar mayor renombre,
Toman por ascensión a altos destinos
El descenso fatal de su grandeza.

Todo es inútil ya! Desde el Atlántico
Hasta los pies de los soberbios Andes,
Del Amazona al mar de las Antillas,
Nueva Granada, Quito, Venezuela,
Del gran caudillo á la palabra ardiente
Océanos son de furibunda guerra.

En mil cadalsos se alzan
Altares a la muerte,
Y al concluir el batallar furioso,
El demonio feroz del exterminio
Sobre el sangriento campo
Ultima los vencidos.

Sucédense los triunfos y derrotas;
Los cantos de alegría en la mañana
Son ayes de dolor al caer la tarde:
Ya las grandes victorias
De Búrbula, Cucuta, San Mateo,
Horcones, Magdalena,
Se oscurecen y olvidan
Ante el desastre horrible de La Puerta.
Pero entonces Bolívar, aun más grande
En la desgracia que en el mismo triunfo,
Cubierto aún del polvo de la guerra,
Ante el Congreso de Granada exclama:
—No soy ya vuestro genio.. ..
Sucumbe Venezuela… . estoy vencido….
Juzgadme y castigad: soy vuestro reo.

Mas no lo juzgareis, no, granadinos:
Ese hombre excepcional, rayo en la guerra,
Humilde ante la Ley, cuya constancia
En su admirable corazón se afirma,
Con más poder quo el gigante Sorata
Sobro su eterna base de granito,
En su cabeza poderosa lleva
La libertad de América,
Y antes faltara al sol de Venezuela
Su inmensa luz creadora
Que el renunciar a su potente idea.
************
Cae de nuevo Caracas bajo el yugo,
Y más tarde también Nueva Granada;
Luego la hermosa y desgraciada Quito…
Ya todo sucumbía
Ante las armas del feroz Morillo.
¡Ah! Bolívar entonces encerrando
En su afligido pecho
La idolatrada imagen do su patria,
Y llevando al destierro
De libertad la sacrosanta llama,
Con más ahínco, con mayor constancia
Bienes, salud, placeres y familia
Á su imperiosa idea consagraba.

Viuda de su caudillo Venezuela,
En paz de tumbas llora subyugada.
¿Quién a su paso alumbrará amoroso
La nueva senda de anhelada lucha?
¿No volverá á volar sobre sus campos
La tricolor bandera,
Ni brillará jamás sobro sus playas,
En sus montes y vegas
La espada do Araure y Santa Marta?
No, Venezuela, no; los tiempos llegan
De heroica redención y de victoria.
Ya la cruz funeral de tu Calvario
Cual esplendente sol se enciende, brilla,
Y hasta las nieves de tus altos picos
Con poderosos rayos ilumina.

Para la audaz, valiente profecía
Que al rostro de los Reyes
En las temblantes ruinas de Caracas
Bolívar arrojó, la época viene.

¿No sientes ya de su bridón de guerra
El delirante relinchar, y al golpe
Del fuerte casco en la carrera ardiente,
No vos surgir tus hijos
De libertad resucitados Lázaros
A la voz del caudillo?

¡Escucha, Venezuela! A tus montañas
Los ecos llegan del canon tonanto…
Es Boyacá quo marca
En el cuadrante eterno do los siglos
Nueva Granada como pueblo libre,
Dueña y señora de su gran destino.

Pero más cerca aún, cual si en tu seno
Celestiales acordes resonasen,
¿No sientes esa voz potente, altiva,
Como la voz del Niágara,
Consoladora y dulce como el eco
Do tus vegas y playas ?

Levanta, Venezuela, y visto pronto
De pueblo rey tus relucientes galas,
Quo ya la libertad sus himnos canta
Sobre el campo inmortal de Carabobo.

Mas ¡no! demora tu alegría anhelada
Pues nuevo batallar tu alma atribula.
Espera !,.. . escucha!…. entona,
Entona al fin tu cántico do gracias,

Quo ya se irgue de su atroz martirio
En Bombona y Pichincha
Libre por siempre la valiente Quito.
Y de esas cuatro homéricas jornadas
Surge grande Colombia, nombre excelso
Conque el genio de América triunfante
Repara la injusticia
Que Europa hizo al genio de los mares.
¿Del gran Bolívar la epopeya acaba?
¿Tanto laurel para su frente alcanza?
Mil veces no; porque del mártir Inca
La patria libertada
Por el Gran Capitán de Chacabuco
Se ve en peligro y á Bolívar llama.
Llega, combate, vence,
Y de Junin el eco al mundo pasma.
Junin! Junin! Esplendorosa página
De los fastos do América;
Desesperada guerra de titanes,
Espantoso bramar do león que lucha,
Batalla griega en campo americano,
Donde espadas y lanzas despreciaron
Los rayos del canon, y cuya gloria
Vencedor y vencido se disputan.

Y después do Junin, allá, más lejos,
El campo do Ayacucho,
De el último Virrey rinde su espada
A la sombra gloriosa
De la bandera que flameó Miranda.
Y después más allá, allá en las faldas
Del soberbio Ulimani,
Una nueva nación, Bolivia hermosa,
Con sus entrañas de fulgente oro,
Sus legiones do cerros,
Sus ríos como mares,

Su perfumada flora
Yla rojiza luz de sus volcanes.
¡Basta, Bolívar, basta!
Que ya para un mortal tu gloria sobra;
Los Andes acumula,
Titán de libertad, escala el cielo,
Que solo allí la encontrarás más grande
En este mundo sublunar ninguna.

Titán de libertad, escala el cielo,
Que sólo allí la encontrarás más grande;
En este mundo sublunar ninguna.

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El sueño de un curioso.
Le rêve d’un curieux, Charles Baudelaire (1821-1867)

¿Conoces, como yo, la pena gozosa?,
Y de ti haces decir: «¡Oh, que hombre singular!»
Iba yo a morir. Era aquello en mi alma amorosa,
Deseo mezclado con horror, un mal particular;

Angustia y viva esperanza, sin humor falso.
Cuanto más se vaciaba el fatal cadalso,
Más áspera y deliciosa era mi agonía;
Del mundo entero mi corazón huía.

Y me sentía cual el niño ávido del espectáculo,
Odiando el telón como se aborrece un obstáculo.
Finalmente la verdad fría se manifestó:

Estaba muerto, inesperadamente, y la célebre aurora
Me envolvía. Entonces, ¿no es más que esto?
La cortina se había alzado y yo esperaba todavía.

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