LA ABDICACIÓN DE LAS MASAS (Mi poema)
Asunción Escribano Hernández (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

Hoy clamo por los pueblos oprimidos
que añoran la bendita libertad,
y en cambio sufren bien de autoridad
de aquellos que se creen bendecidos,
donde hay uno que ostenta la verdad.

Los mismos, esos pueblos sin campanas
ni torres sin relojes ni veletas,
de gentes que se esconden o están quietas,
atentos al que porta las cananas
so pena que les mande a hacer puñetas.

Pues siempre aquí es el mismo el que los manda,
el resto son peones del montón,
si alguno se desmadra, represión,
se expulsa del partido, de esa panda,
y acusa de a la causa su traición.

Y así todo es de todos mas son ellos
los únicos que gozan y disfrutan
viviendo como dios. Y no se inmutan.
Respiran y se mesan los cabellos,
si alguno se rebela le ejecutan.

La vuelta a las andadas del negrero
quien tiene ordeno y mando en esta plaza,
si hay alguien no coincide se amenaza
o se hace sin pudor su prisionero,
que aplican sin respeto su tenaza.
©donaciano bueno

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El árbol no deja ver el bosque. A veces las ideologías sirven de parapeto para llamar dictablanda a la que es una autocracia pura y dura.

MI POETA SUGERIDO:  Asunción Escribano

PUNTOS DE FUGA

I
No tienes fronteras. El aire no te roza.
Un pájaro quiere bautizar tus manos
pero están sobre el agua,
haciendo palpitar el brillo de la tarde.

La noche comienza a acariciar tu cuello
y se deja resbalar, como un chal
cansado, sobre tu rostro de seda.

El aire, el pájaro o la noche
te son extraños.

Porque tú perteneces a la lluvia.

II
Alimentas tu celda de silencio.
Te cansan los minutos
y el juicio al que se entregan las caricias.

Miras caer las hojas de un otoño
que se parece a tu infancia.
Un lienzo de musgo ante los ojos
te basta para ser.

No conoces ya la palabra lejanía.

III
Vives en ese océano disuelta
de vértigos y brisas,
sitiada por la orilla más convulsa
que perfila los objetos con su nombre
y tu forma de mirar, enhebrada
al parpadeo del sol en el asfalto,
engarzada en la liturgia del viento
sobre el agua.
La tarde respirando su propio asombro
y tú a punto de arrancarte
esa frontera
asfixiante que es la piel.

No hay nada más doliente
que ese silencio que en tus venas
no acaba de estallar.

UNA LLAMADA ES COMO UN PRESAGIO

Te llamaba línea, y dibujaba tus contornos
en la arena, dejando disolver los límites
precisos en la anchura prodigiosa del abismo.
Curva, y moldeaba en ondas la armonía
de la tarde con su espesor de cauce.
Siembra, y las cosas restallaban
como trigo furioso bajo el viento.
Lluvia, y sentía amanecer la almohada
húmeda de jazmines ebrios y rocío.
Esperanza, y los niños se reían
con las manos abiertas, blancas y espumosas
de los estanques somnolientos en otoño.
Fuego, y en la noche palpitaban los perfiles
de los astros al son del cierzo sobre el río.
Te llamaba cirio y estiraba mi presencia
para rozar tu luz levemente con los dedos.
Te llamaba salmo e invocaba la música
del relámpago en abril y su haz de lumbre.
Te llamaba aire, conteniendo la respiración,
para asumir en una bocanada larga tu presencia.

Recibía tu llamada desde dentro, pero
afuera las cosas te gritaban. Señalaban
tu nombre y tu existencia como fiebres,
como llamaradas, como incendios bruscos.

Y te amaba en otros nombres sin saberlo.

Selección de poemas

El poema
«Pero un poema es una criatura verbal hecha de maravillas»
Juan Antonio González Iglesias

Los eruditos hablan de artefacto
cuando estudian las líneas del poema
en su asiduo gesto de inventario.
Nombran sus engranajes previsibles
cual mecanismos estrictos de reloj
donde embridar su furia desatada.
Explican que en ellos se acomodan
las piezas del mecano de la lengua
como un riego previsto exactamente
en el mismo minuto cada día.
Escriben sobre sílabas pautadas,
ritmos computados con metrónomo.
Yo prefiero el nombre desvelado
del poeta que ha penetrado en la fronda
luminosa en desvarío: Criatura,
que comprende la vida y el aliento.
Su corazón de lluvia está repleto
de arterias de llamas que conjugan
la suma insensata de contrarios.
Paradoja la apodan los expertos
sin poder concebir lo incomprensible.
Pero a mí me gusta imaginar
que es el fulgor de la ebriedad
destilada por locos y por sabios
que asisten a la unión entre las cosas
cual pájaros radiantes ya sin jaula.
Palabras que hacen de todo lo que
existe firme nudo que disuelve
los ojos del lector en catarata.
No hay otra manera de ascender
sino a lomos del poema y contemplar
el mundo desde lo alto de su cumbre.
Sólo puedo pensar la maravilla
como el lugar de partida y llegada
del fanal milagroso de los versos.
Y puestos a escoger entre prodigios,
elijo aquellos atardeceres lentos,
sus turbios arrabales y desdichas
que hicieron de la vida del porteño
un abrazo de húmedos zaguanes
e infinitas auroras y ponientes.
También las azucenas en la noche
donde reclinar cansancio y miedo
como hizo ardiente el carmelita.
Los ojos verdes de la de Nevares
donde se podía oír batir el mar.
Las cancelas del cielo de Tarquinia
con su sueño de potros y cervatos.
La ceniza que alzada ante la luz
es proclamada a modo de esperanza.
La gravitación quieta de horizontes,
la risa confundida con la fuente,
las pequeñas cosas en pañuelos,
la libertad de estar presa en tu nombre,
Preciosa y su sonaja hecha de luna,
el don que no se halla entre las cosas,
la búsqueda exacta de lo que eres,
el aullido interminable del vivir,
el fruto que es resumen ya del árbol,
los hombres que con luz van más deprisa,
la vida que canta y se entrecruza,
la noche tras el sol tan de repente,
el cansancio de ser y de haber sido,
el taxi y el amor conjuntamente,
las espinas que no son tan pequeñas…
…Y tantos…, que no son artilugios
sino habla en amor con quien escucha.

No sabría definir que es un poema.
Pero en ellos resguardo yo mi vida
del tiempo, del mundo y su tristeza.
Como íntima hoguera frente al frío.

Epifanía

Una tarde de verano. La luz resbala
por el mantel que espera ansioso
la inflamación feliz de la merienda.
A lo lejos los niños alzan al aire
la liturgia punzante de sus risas.
La lentitud es profanada solamente
por el vibrar de las alas de una abeja,
mientras se acerca a las flores de lavanda.
Apenas es nada esta melodía
que reverbera invicta entre mis ojos.
Apenas este momento podría
presumir de intensidad o trascendencia.
Aunque tiene en su levedad el fulgor
de aquello que es puro y transparente.
Sólo asisto a lo que es, contribuyendo
a no romper su sagrado transitar
impreso únicamente en el presente.
Lo dejo ser y cae y posa su gracia
sobre el mundo, con una contundencia
que hace daño por su verdad, por su bien,
por su belleza, por su vacío y por su nada.1
1 «No sabemos qué hacer con un momento epifánico, no somos capaces de preservarlo» (Adam Zagajewski: El Cultural de El Mundo, 20/10/2017)

La caída

Un obelisco tumbado por el viento.
Una torre como la cáscara de un huevo
frente al golpe del hierro feroz de unos alones.
Un pájaro en descenso ahora de sangre
por la espuela del pico despiadado de un halcón.
Mi padre.
Todo Cicerón, y César, y Séneca, y Sócrates,
que no sabía nada —yo ahora tampoco—,
a los que él amaba tanto, también en vuelo
de caída con la firmeza de su peso
y de su hechura.
Transformados en babas y temblores
que obligan a pensar aquella dignidad
de la que hablaban.
¿Qué es lo que todavía continúas aguardando…?
Ya no hay grandeza,
sólo necesidad y una plegaria balbuciente
ayúdame que nos señala la puerta hacia la lumbre.
Mi padre, que fue farallón y torre
y faro y altozano y castro tierno.
Hay que mirar siempre de frente a la tristeza
nos decías. Pero a ti la honda arcada
de la espalda y el quebrantado mimbre
de las piernas hoy no te dejan.
Escribo sonámbula tu nombre en este muro
y blanco en alto lo pronuncio: Papá,
y me repito —o acaso me convenzo—,
con un nudo de esparto en la saliva,
que es posible volver a vivir tras la desdicha.

El último carmelita

Una cámara delante, y detrás
pregunta un hombre por lo más simple:
la oración. El carmelita orlado
por el fulgor impreso en las paredes
habla dulcemente del diálogo
con lo alto y también con lo más bajo.
La unión entre palabras y silencio
para decir lo obvio no escuchado.
Sorprenden los términos que elige:
belleza, vacío, huida, apego
bondad, amor, mística y espíritu.
¿En qué conversación podrían usarse
sin parecer un loco o un extraño?
Mira lento al hombre que le busca
para llenar las horas de un programa.
Detrás de ambos un valle levanta
su inmensa ciudadela hecha de viento.
Los extremos se citan en su vida,
las horas se comparten entre el blog
y la intimidad silente con la Luz.
El mundo intuye el poder de callar
y Beret lo canta a los más jóvenes:
Guíame con tu silencio que así sí
nos entendemos. Es ya el último
carmelita. Hoy no hay nadie que escoja
esta vida de paz y de armonía.
Sin él, está vacío el paraíso
y su aire será respirado
sólo por gorriones y turistas.
Y puestos a citar, una pizarra
allí recuerda: Dios es el silencio
del cual proceden todos los sonidos.
Al fondo, los trinos de los pájaros
ponen banda sonora a la entrevista.
De El canto bajo el hielo

HUELLA

“Y luego se esconde detrás de la claridad”
(Mª Zambrano)

Claridad que nace de lo hueco.
Vacío de sí para dejar ser al ser.
Las huellas lo señalan
y las alas indican con su canto su guarida.
Pero no deja de ser nada,
más allá de toda búsqueda,
de darle una forma a la ausencia de sentido.
Nada…,
y junto a la nada el silencio,
que expresa la renuncia al discurso cansado.
Algo ya lo anuncia,
una rama que danza el enredo del viento.
Pero no nombra al hueco,
que no tiene nombre.
Solo señala el lugar de su ausencia,
la redondez de su forma
que juega a hacer luz del aire.
En el centro del tiempo, rasga,
como una saeta, el aire un pájaro.
Túnel de sed y luz, abre una vieja herida.
En el centro del tiempo relampaguea el trino,
hilo de nada que incendia el día.
Como si una huella perdida
abriera en la piel
un espacio de mar, con su canción antigua.

Ascua de luz y de ceniza,
escucha una voz que no es suya
y reclama el nudo de lo que no se nombra:
mantel, milagro o nieve.
No hay palabras que puedan decir la forma.
No hay preguntas que puedan señalar el rumbo.
Ya no hay más que una mirada
que se une en vertical con la lluvia.
Ser lluvia es saber el color del lienzo
que cada espejo del amanecer dibuja.
Ser, dentro, como es la respiración,
cuenca infinita del espacio.
No poder nombrar al hueco
que no tiene nombre,
solo señalar el lugar de su ausencia.
No hay sonidos que no procedan
de la tela del latir de una cigarra,
contra el turbión del vibrar de un sauce.
En este encuentro de música y silencio
queda para el tacto un espacio,
y la sensación que produce
el extremo de lo que no entendemos,
y es más nuestro que nuestro propio yo.
Todo se dice a sí mismo en su presencia,
anudando en su ser la ausencia de señales,
la cesación del tiempo,
el sentir que no piensa,
sino que conoce la vida como suya,
realizada de nuevo sin renuncia.
Hay otra forma nueva de ser árbol.
Sin contar ya los ritmos
y la hechura de las ramas,

Solo me acarician alas
sino dejando su presencia
para que del todo sea,
y diga de su vida lo que dice.
Y conocer su semejanza desde el centro
“deslumbrado” y “aterido”
al mismo tiempo.
Escuchando la voz que nada dice,
porque lo dice todo,
a la herida que se abre
y que intuye en el roce presentido
lo que es y no es al mismo tiempo.
Silencio,
la tarde duerme un sueño de paisajes
que alguien pintó en la pupila callada
de un pincel herido.
Canta un pájaro en la nada.
¿Es solo un silencio
o mis ojos perdidos en el sueño?
Entre el pecho y las manos descansa un bosque.
Ha abierto su herida, la madrugada,
y pregunta por el nombre
que olvidó en la siembra.

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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