Los pueblos tienen alma de poeta, sus míseros lugares, sus rincones, trastocan holocausto en oraciones de santos del ayer y sus profetas sujetos a traiciones.
Los pueblos nunca cantan las cuarenta que saben adaptarse y ser sumisos, contentos con su altar, y aunque sus guisos carezcan del manjar que los sustenta, de sueños imprecisos.
Los pueblos componiendo van estrofas al ritmo que les marca el diapasón, que saben y suponen, siempre son objetos de repulsas y de mofas, de juegos de frontón.
Los pueblos son alegres, divertidos, mirando cuando van hacia otro lado, no intentando saber lo que ha pasado demuestran que ellos son agradecidos y libres de pecado.
Los pueblos son el alma de la tierra la que engulle a un millar de advenedizos que vienen a embarrarse allí en sus vicios, queriendo seccionarles con su sierra cual simples desperdicios.
¡Que me place esta sarta de improperios,
nostálgicos elogios del pasado,
argumentos a cuál más enojado
y versos enojosos más que serios…!
Mucho más os valdría, celenterios,
dedicaros a oficio contrastado
y no a intentar fingir que no han dañado
a vuestro ingenio vuestros climaterios.
No me importan Dativo ni Ablativo,
ni si Abascal es conde o es condesa,
ni si Portas y Marcos riñen vivo;
con san Benito os digo -él bien lo explica-
que quien ora y labora a Dios confiesa
y al Diablo el haragán que versifica.
Y os lo resumo sólo en dos plumazos:
¡poneos a cavar, so poltronazos!
OCTAVAS REALES MISÓGINAS
No hace falta que tú nos corrobores
“que se embotó el cerebro hace ya rato”,
que de tus versos muestran los horrores
que el tuyo, al tú nacer, quedó nonato.
Ocupa tu ocurrencia en las labores
más propias de tu condición y trato,
y no hagas como aquella sor Juaneja
que confunda el Señor: no seas hereja.
Llámaste damisela, cacho impúdica,
mas apestan tus sílabas a aldeana;
créeste, tan ilusa, musa lúdica
y tienes menos gracia que Zaplana;
a los pantanos debe la palúdica
lo que a tu estro infecto mi almorrana:
condenaraste al fuego de la hoguera
por impía, por fea y por hortera.
SONETO
Encontrome el Marqués dando en la sierra
la bienaventuranza al fiel serrrano;
agora me difama a salva mano
y a defenderme oblígame en vil guerra.
¡Jamás gasté florete, pues me aterra;
que mi daga es bastante a cortar sano!
¡Jamás rocé doncella, mal cristiano;
pues quien doncella juzga, fijo yerra!
Quién sabe con qué infiel me ha confundido
(quizá el que hollaba de su madre el nido),
y en público hame dado por rijudo;
mas si no se disculpa por su parte,
por mi fe en el Señor, que es mi baluarte,
que aquese bujarrón me como crudo.