Estoy aquí sentado frente al río
que fuera de mi infancia,
hoy una extensa sucesión de légamo,
y contaminación.
No hay álamos que escolten sus orillas,
ni brillantes libélulas que enciendan
el aire con su vuelo,
ni conchas de bivalvos latiendo en sus arenas,
ni arenas como ayer.
Sólo es un río aún en mi memoria.
hoy, un reptil de sombra ante mis ojos,
un líquido cadáver detenido
que alberga podredumbre.
Y lloro en esta tarde su dolor,
que es el mío.
Harto ya de balances e inventarios
Dicen que hoy toca hacer balance
y ver aquello que no hicimos,
analizar en qué fallamos,
marcarnos claros objetivos
con que abordar el año nuevo
con estrategias definidas,
pero, no sé… me da pereza;
yo seguiré viviendo al día.
A lo hecho, pecho, que se dice,
y a apechugar con lo que venga.
Atrás se queda quien conmigo
comparte el tiempo. Mientras, llega
el año nuevo. Caminamos….
Y salga el sol por Antequera.
Romance del que busca su voz
Buscaba mi propia voz
y mi voz no me encontraba.
En los mensajes del viento,
en la música del agua,
en el son de los caminos,
en la desnudez del alba,
en la página del día,
en la noche emborronada.
Buscaba en los laberintos
que el tiempo, sin cesar, alza,
en los abismos del sueño,
en la vigilia más vasta.
Buscaba mi propia voz
y mi voz no me encontraba.
Y cuando ya no sabía
dónde buscar, la palabra,
transparente, luminosa,
me empujó a mi propia casa,
dentro de mi corazón,
donde la voz aguardaba:
“Aquí estuve, desde siempre,
esperando tu llegada”.
Y era el silencio del mundo
viva y clara resonancia.
A modo de inventario
Esa oscura tarea en soledad
en pos de transparencia;
esa torpe presencia
que habita la raíz de tu ansiedad;
ese silencio que en la oscuridad
resuena celebrado;
ese espejo que acerca lo olvidado
y confunde mentira con verdad;
ese afán que desborda la escritura,
ese camino a ciegas, ese anhelo,
esa reafirmación y desmesura
con que tocas el cielo
o el infierno —según en qué ocasiones—
son, con su claro amor, tus posesiones.
Como cada año vienen a por mí.
A veces irrumpen pasado el otoño,
apenas invierno. Otras me visitan
cuando, de los árboles, ya se caen las hojas.
Pero no perdonan su campaña. Llegan
y sus fieras hordas toman mi garganta;
sin piedad alguna, saltan a mis ojos;
rinden mis oídos, sitian mi nariz.
Y así, prisionero de sus malas artes,
plantan sus enseñas los perversos virus
en este mi cuerpo, que ante ellos claudica.
Para combatirlos, tiro de tisanas,
de zumos de cítricos y mucha paciencia.
Y me reconquisto con la primavera.
De ti
Tu mirada construye cada día
un alto monumento a la ternura.
El que escribe, Donaciano,
como el labriego en Castilla
va esparciendo la semilla
a voleo con la mano.
Lo mismo que hace el cristiano
que a Dios no ha visto y le reza
y espera de su grandeza
que llegado el mes de abril
le riegue con aguas mil
la madre naturaleza.