Para mi, tú eres pasado, ya no existes,
como un frasco de perfume sin olor,
una polilla metida en alcanfor
o una sonrisa de amor con alma triste.
De barro, un prototipo al que han tullido,
tu historia ya es un recuerdo inconsistente,
un olvido que es un grito contenido,
la pavesa que se apaga vagamente.
Un soplo que ni siquiera es un latido.
te asemejas a un otoño doloroso,
a la muerte que es un sueño reprimido,
Tu lengua crece
más de lo debido,
se introduce por todas
las cerraduras
del universo.
Qué más da.
Pasaste tan deprisa
que ni siquiera pude verte.
*
Fue cuando respirábamos
nieve ovalada y hueca.
Mi mano,
converetida en túnel,
brilló a lo largo
del verde cielo inflamado.
Me veo caminar
y no avanzo
un solo paso.
*
Avanzo
hacia ese último recodo dentro de mí
-corazón que late a la inversa-,
mientras mastico un trozo
de Febrero,
caminando a tientas,
perdido en la espiral violeta
de un ojo taladrado,
intentando escupir esa palabra
incrustada en el fondo de mis pulmones,
lento y vacío,
hueco por dentro,
mientras me disminuyo,
mientras acabo convertido
-tan lejano, tan menguado-
en un fragmento de mí mismo.
*
Paredes de palabras
que conducen
hacia el fondo
de un mar rajado en dos :
bajo un tsunami de luz
a treinta mil kilómetros por debajo
de todo,
buscando un hueco diminuto
entre un espacio y otro espacio,
-retinas por entre cuyas grietas
se divisa el otro lado-.
Hacia el walhalla
I
Volver a nacer
en el sudario
bajo el graniza
triangular
Roja
la noche,
en sus membranas
se abren círculos acuosos
La espada
nívea,
perfora esa pierna
estrangulada,
a la altura de las corvas.
II
bebí tu sangre,
oh doncella,
en copa de plata:
sabía a hiel
paredes de oro
me rodeaban.
Atravesé los bosques
transparentes,
veloz como un corzo
irisado.
Bajo los árboles,
mi sangre,
trasformándose
en clorofila.
III
Entre paredes de hielo,
buscando ese otro
anterior a ti.
La lengua del alce
lame tu nuca azul,
transparente.
Heridas
que nunca restañan,
el mar
Chocando contra tus pómulos.
Me di la vuelta:
detrás de mí
estaba yo,
de frente.
IV
Un cisne rojo,
entrando en mi cuerpo
por la boca.
Empuñando la espada
de molibdeno:
mi cuerpo se desmorona
como de arena.
Mira mi sangre,
mírala a los ojos:
por sus caminos de escarcha
se llega
al gran incendio
espiral.
El que escribe, Donaciano,
como el labriego en Castilla
va esparciendo la semilla
a voleo con la mano.
Lo mismo que hace el cristiano
que a Dios no ha visto y le reza
y espera de su grandeza
que llegado el mes de abril
le riegue con aguas mil
la madre naturaleza.