Verás Hugo, este mundo es muy bonito, tiene plantas y flores. Cuando crezcas habrás de conseguir que tú merezcas ser feliz en el mismo muy solito y al tiempo así evitar que en él perezcas.
Me gusta ver la gente que sonríe, la flor que se abre dulce y despereza, la cara de ese niño cuando reza, el ciego cuando pide que le guíe, comienza a caminar y no tropieza.
Nunca me cansaré de maldecir el día que cruzaste en mi camino junto al sendero imaginario, al lado de la playa, de tu imagen juvenil quedé yo seducido, ingenuo ¡por qué no me advertiste! que secuestraste mi
¿Quién fue el que un día dijo el amor ya está proscrito, escaso de esperanza, ausente de futuro? ¿quién el que, amenazando, opinó se ha vuelto impuro en panorama oscuro o en lo que no está escrito?
Amándose al amor, vivir la vida, gozando del encanto de una flor, la esencia que desprende con su olor que inunda de emoción al alma henchida, matices del color.
¡Quito es tan chiquito! Quito es un pueblito muy coqueto y pequeñito, en sus calles se desliza despacito o se sube directo al infinito. ¡Quito es un rinconcito rebonito!...
¡Quién conoce mejor lo que es amor, quién lo ha vivido, que sor Juana Inés de la Cruz, poeta en el convento! ¡Quién mejor ha conseguido expresar el sentimiento que se tiene por la ausencia y penar del ser querido!
¿De qué sirven palabras si viven solas y el viento de qué vale si no lleva aire, si el citado no escucha ningún desaire, si vacías ya de agua vuelan las olas?
La miro y la remiro y los ojos se me nublan y así nunca me canso y así vuelvo a mirar, no veo, más presiento del alma su ternura y en mis ojos su rostro se vuelve
Niña, esta noche se nos muere un año ¿di, cuantos van? pues yo perdí la cuenta desde el día, era allá por los setenta, que agua a beber fuimos del mismo caño.
Quiero saber, amigo, si así puedo llamarte, si puedo tutearte pues que aún no te conozco, sólo sé de tus versos donde admiro tu arte y que disfruto contigo, aquí lo reconozco.
Prometo no alzar la voz, no rebelarme y no decir la verdad aunque me duela, no azuzar a mi caballo con la espuela y callarme aunque pretendan humillarme.
El que escribe, Donaciano,
como el labriego en Castilla
va esparciendo la semilla
a voleo con la mano.
Lo mismo que hace el cristiano
que a Dios no ha visto y le reza
y espera de su grandeza
que llegado el mes de abril
le riegue con aguas mil
la madre naturaleza.