Oigo el ruido sibilino de la suerte que persigue con descaro mis talones condenándome tan joven a la muerte. Oscuro es el despertar que a mi alma inerte...
No me pidas que mire hacia otro lado, ni incites a taparme los oídos, ni quieras que aunque sean desconocidos me olvide de pensar que, acongojado, no sufra por los ángeles caídos.