Qué triste es escribir sin que te lean, echarte a navegar sin tener barco, sin pies para meterlos en un charco, ni luz alrededor y que te vean así pongas un marco.
Me gusta trasgredir. Y es que el pecado es para mi en la vida un aliciente, lo llevo aquí a mi lado permanente es una bendición que dios me ha dado. Soy pecador. Confeso. Mala gente.
Dejen ya de tocarme las mandangas, dejen ya de subirse a los balcones, guárdense sus soflamas y pregones, sus premios, sus sonrisas y sus gangas y falsas bendiciones.
Quizás llegue ese día, no sé cuando, que el vivir y matar, ambos se ignoren o juntos al parchiss jueguen y exploren un modo de existir mas disfrutando.
Me busco sin saber si es que me he ido, si solo fui la imagen de un fracaso, o acaso nunca estuve, nunca he sido, quizás es que anduviera y me he perdido posible a consecuencia de un mal paso.
He pensado meterme en la nevera, de una vez congelar mis pensamientos evitando sufrir. Y es que hay momentos que la duda se vuelve traicionera no hallando ni razón ni fundamentos.
Mancillasteis nuestra honra, nos dejasteis sin barcos. Fue en una tarde impía preñada de emociones, chupeteando la sangre y el alma a borbotones, piratas, como herencia dejándonos los charcos.
Un viejo muy reviejo se quejaba haciendo en el espacio un aspaviento, verán, yo les confieso, no lamento que ahora mi apariencia ya esté ajada, no es eso lo que sufro, lo que siento.
Parece fuera ayer cuando, inocentes, jugábamos a moros y cristianos, sin nada más que sueños en las manos, ni manchas que ensuciaran nuestras mentes,...
Hablemos en plural, de todo el mundo, de aquellos que gobiernan los que menos, que a todo lo que ocurre son ajenos, y a mi siempre me vuelven iracundo,...
No creo fuera dios quien hizo al hombre, y aún menos que naciera de la nada, ni creo que él lo hiciera a mano alzada y nunca yo creí, nadie se asombre, que fue por un
Señor, tú que desnudo a mí me hiciste mostrando mis vergüenzas sin complejo hoy ya presto a partir aquí te dejo la parte de este cuerpo que resiste y, como es natural, algo más viejo.
Ya sé. Que te conozco. Eres la envidia. No puedes disfrazarte ni ocultarlo. Se nota por tu rictus al jurarlo, rodeado como estás siempre de insidia y no podrás negarlo.
Así es él, creyente, un descreído que un día al terminarse la jornada contempla con rubor no cree en nada e ignora incluso aquí a qué ha venido, si acaso es que se encuentra confundido...
No puede comprender lo que está viendo, quisiera no pensar que es retrasado, que va como alma en pena resistiendo a fuerza de a si mismo estar mintiendo mirando sin cesar hacia otro lado.