Cuando suenan de la iglesia las campanas me recuerdan a otros tiempos muy lejanos en que el mundo se abarcaba con las manos que los sapos convivían con las ranas y hasta Dios solo era el dios de los cristianos.
Mi vida es una historia inacabada comienza cuando acaba ya una guerra, de algunos que quedaron bajo tierra por culpa de una bala y una azada, o alguna motosierra.
La caja de los cuartos, se decía, allí es donde las perras se guardaban, lo supe nada más porque lo oía pues perras yo era un niño y no tenía mas sé lo que a mi madre le ocupaban.
La historia que hoy escribo es de un fracaso que empieza cuando empieza la internet, las web, las punto com, las punto net, de aquella fantasía el primer paso.
Recuerdo, yo fui un día muy inocente, -comprendo ya han pasado muchos años-, pensaba que el amor era indecente, la leche se sacaba de una fuente, las riñas se acababan con los años,...
El alma se ha partido en mil pedazos, -perdona si han llegado allí cascotes- no puedo controlar ya los rebotes que suelen provocarme los pelmazos que dicen ser muy cultos y son zotes.
Tenía la paciencia de un Job santo, con maña devanaba la madeja, si yo la entretenía, niño deja cerraba así mi boca a cal y canto al tiempo que una queja
Nosotros, los de pueblo, que nacimos al fin de que acabara ya una guerra. Tuvimos que amarrarnos a la tierra, tan tristes esos tiempos que vivimos escasos de soñar, sin una perra.
A cuestas vamos siempre con la historia, -la historia ya se sabe es lo que fuimos-, los hechos relevantes que vivimos que quedan al futuro en la memoria.
Estaba él descansando dulcemente ajeno a lo que ocurre, lugar donde la gente ya se aburre que allí se duerme en paz plácidamente y el tiempo no trascurre.
Mi madre era muy guapa, yo no tanto, mi madre era hacendosa, yo algo menos. Cuando ella alimentaba con sus senos me daba hasta saciar, que me atraganto con solo de pensar al ver tan llenos.
Del tiempo que ha pasado no me acuerdo, no sé nada, no existe ya constancia, se encuentra desnortado en su vagancia mandando a pasear a su recuerdo. Ya existe una distancia.
Un tiempo hubo en que todo era bonito, silbaban desde el cielo ruiseñores, el arte en cotejar era bendito, guardar fidelidad un requisito y obras eran amores.
El que escribe, Donaciano,
como el labriego en Castilla
va esparciendo la semilla
a voleo con la mano.
Lo mismo que hace el cristiano
que a Dios no ha visto y le reza
y espera de su grandeza
que llegado el mes de abril
le riegue con aguas mil
la madre naturaleza.