La calle si no hay luz siempre está a oscuras, lo dijo ¿quién lo dijo? un adivino, el mismo que marchó por donde vino que luce y que presume de tonsuras.
Supuse que aquel cura no era tal el día en que me quiso meter mano, decía que el amor no era malsano y quiso convencerme el carcamal que así era un buen cristiano.
Hurgando en las esencias me he perdido pues no he encontrado nada, ignoro si las mismas ya se han ido, a fuerza de insistir se han aburrido o que es tierra quemada.
Robaros la inocencia ese es mi oficio. Yo soy predicador. Soy padre, el elegido del Señor, quien dude de mi honor sabrá el suplicio que habrá de soportar, sin un resquicio, por ser tan pecador.
Así no lo creáis, yo aquí os lo cuento, que en Quito esa ciudad del Ecuador yo tuve que curarme de un dolor y cual es mi penar que allí me encuentro de dios un chiringuito bruñidor.
Bregando codo a codo con la vida al borde del abismo voy luchando implorándote, oh Dios, y al mazo dando asido a lo punzante de una herida que avanza poco a poco y desangrando.