EL VIEJO PALOMAR (Mi poema)
Julio Mas Alcaraz (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

El viejo palomar muere de pena
al ver como esfumaron sus palomas
cargando a su pesar con la condena,
el blanco palomar no admite bromas
consciente que el pasado le cercena.

Se encuentra solo y triste, y humillado
soñando con la vida que antes tuvo,
ignora por qué el cielo le ha olvidado,
pudiéndolo evitar no lo detuvo
y en cambio contra el mismo se ha vengado.

Del cable de la luz, las palonillas
desnudas con su blanco nacarado
hoy tienen por vecinas las polillas
dejando a la madera ya hecha astillas
cual fuera que un puñal le hayan clavado.

Humilde, sin gritar, sin aspavientos,
de pena va muriendo abandonado
lanzando hacia el pasado sus lamentos,
pues goza a duras penas de cimientos
y es carne de cañón de un adosado.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: Julio Mas Alcaraz

Julio Mas Alcaraz

A ella la despidieron…

Por sacar de la farmacia las cremas más caras
y untarlas sobre las úlceras de los vagabundos.

Por dar de comer y beber a los animales que viven
dentro de los oboes y las tubas.

Por pintar esos trozos de paisaje que roban los barrotes
en las ventanas de los manicomios.

Por cambiar las monótonas canciones
de los semáforos para invidentes.

Por recoger los duendes de la lluvia
con máscaras de esgrima.

Por deslizar galletas debajo de las puertas
a los chicos castigados en el orfanato.

Por imantar el almacén
de la fábrica de armas.

Por volver a unir, a escondidas, los eslabones
de los péndulos de los zahoríes.

Por regalar unas gafas de eclipse
a la niña que se enamoró del sol.

Por arrullar y acariciar
a las reses del matadero.
De «El niño que bebió agua de brújula» Ed. Calambur 2012.
(Mejor libro de poesía del año 2012).

UN NIÑO AL QUE MIRO MIENTRAS HUYO

Las alas de los ángeles son ya ramas secas de árbol y los
huérfanos buscan impacientes el dibujo de una madre
cualquiera para recostarse junto a ella y dormir.

El más pequeño encuentra una madre dibujada en el suelo
y se tumba a su lado. Ni la lluvia puede borrarla.

Antes de cerrar los ojos piensa que huele a manzanas.

Sopla el viento. El viento ciñe bien los cuerpos abandonados.
Conoce sus miedos y sabe rodearlos y mecerlos igual que
la brisa penetra por las hojas rasgadas hasta hacerlas caer.

III
Deja que su hija
apoye el lápiz en su vientre
y dibuje los contornos del feto.

Acaricia su cabello y le cuenta
que los paracaidistas que descienden
armados sobre el campo son medusas.

Quienes reposan en la tierra
con los ojos tapados con un trapo
son estudiantes de magia
que un día trabajarán en el circo.

Que el silbido de las bombas procede
de una cantante que perdió la voz.

Que los niños que arrojan a los hoyos
caen al pozo
de los deseos.

Hasta que se le acaban las metáforas.

II
Estos niños
recogían caballos abandonados en los campos de batalla,
arrojaban arena a los depósitos de las motosierras que
talaban los bosques,
revivían con su aliento a las golondrinas cuyos nidos caían
a la vez que las casas,
acompañaban a los gatos ciegos a cruzar las avenidas
arrasadas,
hacían equilibrios sobre los cañones de los tanques,
cortaban al cero las cuchillas de las concertinas,
construían ciudades de cartón en los descampados para
confundir a los bombarderos,
pintaban de camuflaje la piel de los cachorros blancos
y rezaban a las nubes bajas y a sus sombras porque ellas
protegían a sus seres queridos.

Estos chiquillos se arañaban para oler el perfume de algunas
flores salvajes y dibujaban en la arena el zambullir del
martín pescador.

Eran la parte que olvidamos de los sueños.

I
La costa que ella observó no existe y un cartel anuncia la
última promoción de viviendas entre elevadas torres de
cemento.

Los basureros tiran las botellas de náufrago a los
contenedores.

Las tortugas que venían a desovar no regresaron y los
corales rojos que se unían a las paredes sumergidas de las
calas reposan dentro de joyeros de plata.

El río no llega al estuario y se desvía a los invernaderos
donde pagan con arroz a los peones.

Las avionetas llenan de anuncios el horizonte y las ánforas
griegas sirven de cenicero en las puertas de los bares.

IV
No es este un bosque en el que se permita
que los joyeros cacen vivos
a los cucos, ruiseñores o mirlos
para encerrarlos en sus relojes de madera.

En este bosque
los hombres se parecen
a los fresnos recién nacidos,
y las líneas de sus manos
forman anillos de árbol.

Aquí se forjaron pendientes
con las hebillas de los uniformes,
se jugaba a las damas
con las condecoraciones de guerra
y se construyeron órganos de tubo
con los dorados casquillos de los obuses.

Al despertar, el yo niño muerto. Tiene quemaduras y ampollas

en sus dedos. Lo recojo en mis brazos, las piernas juntas en mis
manos, su cuello hacia atrás.

No logró aprender a respirar las violentas luces de madrugada
que entran por la ventana.

Tiempo 3 poema III

Se pierden tus pasos pero los dioses modelan barro con las
materias de las bolsas mojadas de basura, con los orines de los
viejos en las mecedoras, con los lloros de los olvidados y el agua
del camión que inunda las aceras.

En la ira de tu muerte corto mi cara y lleno la ciudad de aullidos.

Tiempo 3 poema IX

Viajo para no oír
cómo disparan con sus rifles
a los árboles que se agitan.

Viajo para acariciar
los colmillos del zorro,
bañarme con las nutrias,
untar mi cuerpo de resina

y quitar el hedor a humano que impregna mis ropas
y olfatean las bestias de lejos.

Tiempo 5 poema VII

Entre montañas partidas por fábricas de cemento, las luces
traseras de un coche. Los buitres llegan a sus nidos en lo alto de
las iglesias con virutas de acero en las bocas. Motores de
camiones vibran llenos de reses. Suenan cerca motosierras y
retumban los troncos al caer.

Me gustaría
dormir con una mano atada

a la rama de aquel roble
cortado.

Tiempo 5 poema XXVIII

después del blanco
adelante bajar atrás hacia en la caída

frío las piernas sudor

el miedo a la locura al comienzo del miedo y el sonido del
ejército nazi que desfila máquinas cizallas en canteras de
carne las tropas cavan estoy muerto pero también soy
capaz de pensar que lo estoy y verme

en la mente del torturado el galápago vivo sin caparazón el
niño a quien maltratan su orín con sangre tener sus
memorias completas ser ellos como este pájaro al que
disparan y con cuyos ojos caigo sobre unas encinas

despertar en la llanura cubierta de troncos y esqueletos de
dríades que no aguantaron los temblores de las sierras eléctricas
los perros salvajes las voces algo masticamos en nuestro
interior afuera casi normal

el rostro se endurece en un ruido de yeso
y cae la máscara

Tiempo 8 poema XVIII

¿Qué ocurre con los profetas que dudan o con los ancianos la
primera vez que ven el mar?

Hay una palabra que se pierde de hombre a hombre.

Epílogo poema I

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Donaciano Bueno Diez
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