Morimos sin saber que nos morimos cada día, al minuto, cada instante, morimos siempre al tiempo que vivimos como el libro que espera en el estante nos vea aparecer y que le abrimos y además nos seduce muy galante.
Morimos y el morir lo celebramos cada etapa que andamos como un hito, al tiempo que asimismo nos sisamos haciendo al disfrutar un requisito de modo que sumamos y restamos que es nuestro pasatiempo favorito.
El que escribe, Donaciano,
como el labriego en Castilla
va esparciendo la semilla
a voleo con la mano.
Lo mismo que hace el cristiano
que a Dios no ha visto y le reza
y espera de su grandeza
que llegado el mes de abril
le riegue con aguas mil
la madre naturaleza.