MI PORTAL, MI VIDA, MIS SUEÑOS (Mi poema)
Mario Pérez Antolín (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

Mi portal es como un huerto
donde hay lirios, donde hay rosas,
donde hay plantas olorosas
y otros rábanos que han muerto.

Y hay versos que no son míos,
que a poetas he robado,
o con mimo yo he abonado
en terrenos muy baldíos.

Que es mi huerto, es mi plantel,
y no lo cambio por nada,
me cobijo en su almohada
y me fundo entre su miel.

Comprendo que sobrestimo,
que quizás no sea real,
mas eso a mi me es igual,
que es mi viña y mi racimo.

Si un día yo no anduviera
ni pudiera trabajar
solos les pido regar
que no desapareciera.

Por las horas que he dejado,
los esfuerzos que he vertido
nunca lo echen al olvido
ni en lágrimas anegado.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: Mario Pérez Antolín

Mario Pérez Antolín

POEMAS DE PROFANACIÓN DEL PODER

I
La oración del lumpen.
Escupen trozos de amoníaco en los cascotes cenicientos de una obra.
Lo hacen a cambio de un plato de sopa caliente,
lo hacen mientras esperan al camión de la basura.
Pintan grafitis en los vitrales de sus córneas;
y dentro retumba un caldero con la cabeza del Minotauro.
Son los hijos cuyos padres necesitaron eyacular fuego y tragar hielo.
Forman un grupo numeroso y heterogéneo
que nació en hospicios,
creció en cárceles
y envejeció en asilos.
Son los bienaventurados que heredarán las pocilgas del cielo.
Amén.

II
Estoy frente a un paisaje ideal.
Suprimo las montañas que me impiden ver lo que hay al otro lado,
suprimo el río que no puedo cruzar,
suprimo el bosque que estorba mis movimientos,
y me queda esta meseta donde nada sobra.
Un tablero sin migas, ni mantel, ni patas.
El espacio que dejan los que antes ocupaban su sitio.

III
Estamos en mayo.
Los piornos ponen una mácula amarilla
parecida al maquillaje de un payaso fovista.
Salvo estas pinceladas de pigmento,
en la sierra dominan
las entalladuras niqueladas por el frío,
los matojos pardos,
los hórridos calveros desollados,
los derrubios que se abalanzan como un pastel deshecho,
y una erosión implacable
que carcome las encías de esta comarca primitiva y austera.

IV
Si me dan a escoger,
quiero que suceda un tres de noviembre
para que de esta forma se cierre el círculo.
Que asistan solo mis mejores amigos
y la familia más próxima.
Con una lluvia que empape las gabardinas
y las buenas intenciones.
Sin protocolo ni rituales innecesarios.
Lágrimas, las justas,
que no conviene exteriorizar los sentimientos.
Si alguno se atreve a decir la verdad,
consiento en unas palabras de despedida y cierre.
Mi único capricho,
ya que ha de ser el último,
es que el día de mi entierro toquen las campanas,
las sirenas, las bocinas, los cláxones, los despertadores
en señal de prudente y tímida retirada.

V
El carnicero trae su mandil manchado de sangre
después de filetear la masa amorfa
que deja restos de harina en la camisa del panadero
tan blanca como el yeso que encostra el mono
durante la faena del albañil
dispuesto a limpiar la tinta
que se adhiere a las uñas del impresor
todavía triste
porque vio pasar el fantasma impoluto del amo altivo
y no sabía que el trabajo sucio
nos dota de un cuerpo puro

VI
¿Qué llevas en los bolsillos?
La llave que abre una cerradura de una puerta equivocada,
el dinero que no alcanza para pagar mis deudas,
el bolígrafo que en vez de tinta utiliza desvaríos,
un cuaderno sin hojas repleto de conceptos peligrosos,
unas migas de bizcocho resecas
y el juguete que mi hijo buscaba, desesperado,
la última vez que lo vi.
La impedimenta innecesaria
que da sentido a una vida casi perfecta.

VII
Pienso en las estaciones donde cogí un tren.
Soy incapaz de recordar con precisión
los murales cubiertos por el humo y la indiferencia,
el banco que prefiere
la aterciopelada mugre de los vagabundos,
las maletas llenas de secretos y banalidad,
el banderín rojo que flamea
como una amapola nocturna.
Únicamente consigo evocar,
hasta en los detalles más nimios,
el picante olor del acero recalentado,
que llena de congoja los andenes
cuando el chirrido de los frenos anuncia
que con el viaje termina la esperanza.

VIII
La niebla ha encuadernado
la foliación pajiza del gallo ronco.
A escasos metros de donde yo reposo,
una culebra dejó su muda
con la indiferencia con que un albañil tira
el papel que envuelve su bocadillo.
Los jilgueros inician las acrobacias
sobre el fondo frágil de un caramelo
con sabor a oxígeno.
Entre las señales que indican el comienzo de un nuevo día,
me quedo con el humo agónico de la chimenea pobre,
con el etílico aroma de las almendras verdes,
con el trémolo concertante de los rebaños dispersos,
con cualquier cosa,
menos con mis ganas de nutrirme
de la vitalidad de los demás.

EL DÍA DE REYES

Descansamos en el cáliz amniótico de la madre
(conectados al motor constante como astronautas borrachos de oxígeno)
tan a gusto que han de arrancarnos de cuajo.
Al morir todo cambia.
Nos colocan en esa posición con la que nunca consigo conciliar el sueño,
dentro de una caja que nadie quiere abrir,
igual que a esos regalos útiles que los niños desprecian la mañana de reyes
porque saben distinguir, por el sonido, los juguetes.

A FLOR DE PIEL

En las yemas de los dedos de una mujer ciega,
en las alas vibrantes de una libélula,
en el pecho del condenado a muerte
un segundo antes de ser fusilado,
en el infrarrojo secreto de tu pulso,
en las venas del suicida
cuando se aproxima la cuchilla a la muñeca izquierda,
en el musgo sedante de tu nuca,
en un copo de nieve suspendido aún en el aire,
en la parte más sensible de tu cuerpo
poso mis labios, y te beso.

SE EQUIVOCÓ DE ASCENSOR

El final de una jornada de trabajo en la oficina
igual a cualquier otra.
Repasa los últimos informes,
recoge la cartera,
enfila el pasillo
y pulsa el botón del ascensor.
Se abren las puertas con estrépito.
La rutina inmutable de todos los días.
Desciende los pisos del edificio
y en el tercero se detiene;
al instante se apaga la luz.
¿Cuánto durará la interrupción del suministro eléctrico?
Empieza a pensar
que tal vez no quede nadie que acuda a socorrerle.
Acciona la alarma, grita, patalea, enciende una cerilla.
Nada impide que el silencio se apodere del espacio
y la oscuridad del tiempo.
Le falta el aire,
apenas puede moverse en el angosto
nicho en que se ha convertido su recinto.
Intenta no perder los nervios.
No imaginaba que la claustrofobia
produjera este tipo de alucinaciones.
Por fin, escucha un golpe seco y estridente;
espera que sea el motor,
el chirriar de las poleas que anuncie la vuelta a la normalidad,
aunque se parece más a la tierra húmeda
arañando un cajón de madera.
Descubre algo tarde que lo entierran vivo,
y que el descenso de este ascensor
va directo al averno.

CIELO CON VENCEJOS

Aleatorio vuelo de vencejos.
Partículas elementales que gravitan en los surcos del celofán celeste.
Aprovechad que hoy nada os impide adueñaros del aire
porque quizá mañana esta sutileza sea una trampa o un espejismo.
El límite lo pone vuestra fuerza
cuando se encuentra entre dos posibles situaciones:
con una mantenéis la tensión,
la otra os hace estrellaros contra el vacío.
Únicamente así es posible el movimiento.

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Donaciano Bueno Diez
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