UN RÍO EN LA MEMORIA (Mi poema)
Jaime Labastida (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo
 

Llevo un río clavado en mi memoria,
que es un hito pintado de mi historia,
con su casa de adobe en una orilla,
y un rastrojo. Les hablo de Castilla.

Mi terruño se encuentra hoy tan lejano
que la alargo y no alcanzo con la mano,
y aunque llamo y que vuelva yo quisiera.
sé que nunca estará más a mi vera.

Que he vagado a la busca de otros ríos
mas ninguno yo hallé que fueran míos,
ni sus chopos fisgando en la ribera
cual pacientes amantes a la espera,

ni sus sauces que obsequian el frondaje
dando sombra al sendero para el viaje,
con su enorme explosión de fantasía
embargada de paz y de armonía.

Y es que el agua transita dulcemente
mientras, suave, le arrastra la corriente.
Reflexiones que hoy hago a vuela pluma
desde el mustio recuerdo que me abruma.

Añoranza de un tiempo en que inocente
quise ser como el Príncipe Valiente,
y hoy repaso mi estancia en aquel Duero,
llega el río a su fin. Ya nada espero.
©donaciano bueno.

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MI POETA SUGERIDO: Jaime Labastida

Jaime Labastida

Amanece

Hablo en plurales giros
porque plural o universal me siento.
Y luego reparto mi alegría,
tal vez sin alma,
lo cierto es que sin cuerpo,
pero conmigo adentro.
Es la crisis total de mi sistema.

Desarticulo puertas,
me desgozno,
me desplomo
como una casa del Virreinato,
y te nombro
y te nombro,
y es que quiero desgajar,
morder, día dije,
la naranja cercana de tu vientre.

Amanezco. Amanecemos.
Somos ya multitud
abierta a las preguntas.

-Como dura puerta

(Para Valentina)

Aprieto mis espuelas
en el ijar de consonantes,
me simplifico de este modo longitudes.
Sé lo que digo.
Me brotan letras unidas en un signo:
el de tu nombre.
Y estoy como mareado
de tanta resonancia total.
Maduré para ti horas enteras
y llegué a tu camino por derecho.

Y sin lóbrega luz me voy ahora
hasta tus pasos.
Sosténme, te sostengo.
Apóyate, me apoyas.
Caminemos ya juntos,
pueblo, mujer míos.

Diálogo y migraciones

Fue entonces cuando aprendiste a dialogar,
quizá de noche, con voz de migración y cataclismo.
Entonces aprendiste a hablar con un rumor de pozo.
Volcada, salías de ti y en ti permanecías.
Descubriste en tu vientre un objeto vecino
en el que concentraste un trabajo paciente,
un amor de minutos sostenidos. No hubo dolor.
Desgarramiento acaso, que mujer te hacía.
En ti edificabas un motivo de riesgo,
una elección posible ante una encrucijada.
Escribo estas palabras frente a tu gravidez.
Y luego vienes a leerlas.
Tu mirada de amante trastorna los poemas.

-El júbilo se enciende

La memoria es una piel que tu recuerdo llaga,
una herida de torpe geometría,
es una carne, un nervio vivos.
Lacerada memoria donde el fuego
es la violenta agua apaciguada.
Miro así tu jadeo,
en ese mar, en esas olas me hundo.
Qué hermosa sed que nunca más se sacia,
qué agua: no apagas sino incendias.
Tu cuerpo resplandece con mi yesca;
tallo tu imagen de carbón
y es fósforo, sol, óxido el que brota
de esta chispa de luz.
Rescoldo quedan nuestros cuerpos y aluzamos
todo cuanto habita la pieza.
El júbilo se enciende.
De los cuerpos que se besan
viene este parto de la brasa.
Los objetos adquieren sus perfiles de gracia
y desdeñan la sombra.

Relámpago de obsidiana

Siento resorte ser,
siento agonía.
Siento mi cierta humanidad
junto a tus meses.
Y repito tu nombre o yo descolorido.
O yo me simbolizo entre metales.
O yo soy ese cuerpo que te embriaga.

Sucede que hallo apenas
no cosas qué decirte,
sino cómo decirte que te espero,
que de mis piedras eres veta,
quede mi pie junto a tu huella.
Pero cómo decirte es que no encuentro.
Pero cómo decirte así, sin más:
tuércete en mí como bejuco.
Siento dejarte.
Siento que te dejo.
Y al despedirme,
algo de mí se va,
algo de mí se queda
adentro de mis huesos.
Siento tu danza.
Siento tu guerra así con el espacio.
Y desvanezco sueños.
Y piso realidades.
Y trémula tú,
tremolo vientos aurorales.
¡Ve mi relámpago fijo de obsidiana:
he de venir a hincarlo hasta tu suelo!

-Sobre el invierno

Bajo mi torso sonreías,
bajo mi abrazo.
Bajo mis ascendentes escaleras,
bajo las nupcias que a tu lecho llevan.
No es sombra ya mi corazón hecho badajo
que golpea la campana de mi tórax.

Mis huesos quieren descoyuntarse,
salirme enfurecidos hacia arriba,
abandonarme.
Mis huesos quieren danzar
en ritmos de alegría.

Y es que tengo con tu pasión queveres.
Tengo a tu cintura aprisionada.

Y un cielo azul muy duro
anuncia a nuestros vientos el invierno.

En el centro del año

El sol es nuevo cada día.
Heráclito

Hoy he tocado tu corazón, sombra desnuda
o vorágine o sola nota de dolor obstinado.
Hoy he tocado tu corazón en las yemas
de los dedos y he oído el mismo agudo acento
que llevó a los amantes al amor
desgarrado y a los pactos suicidas.

El año está en su centro y se desploma
lo mismo el sol ya derretido que el agua
musical y clara. Detrás del sol yo veo
una armonía destruida por las sombras tercas.
Nada nuevo se yergue bajo él: Cleopatra
mordida por el áspid o la muchacha
que después de abortar se ahorca con su media,
rayo, avión o nube combatida. ¿Todo es igual,
desde hace siglos? ¿Ballesta o bala trazadora,
tú o Casandra, la de nombre arrasado? Lo húmedo
se seca, asciende y se contrae. Lo seco
se humedece, avanza y retrocede. La arcilla
se hace águila; el buey lame el salitre
con su lengua de trapo. Pero todo es distinto.
El amor de Alejandro no es el mío y tus labios,
con ser labios como los labios de cualquier
mujer, son solamente, indescriptiblemente
tuyos. Todo es nuevo bajo este sol, agua,
deleite o muerte compartidas.
¿Para qué atormentarnos y roer
nuestros sueños como si fueran fósiles
por arena y cristal conservados? Me levanto
y deliro. El sol, el mismo sol entonces,
es nuevo cada día, su violencia se altera
de minuto en minuto. La alegría de tu rostro
sube ya, vegetal, desde la sábana
y recobra en los ojos la luz de la ventana
(aquella luz, empero, corroída por distintos
cristales). Hoy he tocado tu corazón
como una gota de ámbar o milagro obstinado.
Hoy he tocado tu corazón en las fronteras
de tus ojos y lo he oído latir tranquilamente,
con la mansedumbre del agua que bulle dormida.
Tu cabello negro, que absorbe luz a borbotones,
me arrastra a donde el mes de agosto
se dilata. Somos remeros sordos en las aguas
contrarias: tu barca va en mi sangre,
mi remo ya perfora tus nostalgias profundas.

Invocación a una alta imagen

A Ruth

Mujer de viento,
permite que la playa de tu oído
recoja el mar de mis palabras.

He de enseñarte a amar lo que yo amo
y has de aprender a amarte toda tú:
He de romper lo unido a la costumbre
para que tu sed conquiste calma.

Ya te hundiste en el agua
y vives, como océano,
ciñendo el continente de mi torso.
¿Ves el reflejo de la sal en los esteros?
He aquí que tu mirada dulcifica.

Estela es tu nombre.
En mí la dejas como un vasto ámbito de espuma
o una turbia primavera aflorando hasta la piel.
¡Ah, la tierna región que ahora me señalas!

Recoge de mi antorcha el fuego suficiente
para quemar la casa de tus padres.

Corazón de designios amables,
acaricia mi esperanza arrodillada.
Te invoco, mujer:
siente la savia de mi voz;
te imploro, imagen alta abierta a mi resguardo.

Abanico del aire, tócame.
Cabellera del fuego, incéndiame.
Ánfora de la alegría, sáciame.
Señora de la luz, concédeme la sombra.

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Donaciano Bueno Diez
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